He recordado algo y quiero contarlo. Yo vivía en un país extranjero y con motivo de la enfermedad de mi padre volví unos días a mi país (contra la voluntad de los directores que intentaron trampearme para que no lo hiciera). En fin, el hecho es que a los pocos días mi padre falleció, pero no viene al caso.

La anécdota es que en esos días me llamaron a la Comisión Regional, para almorzar. Mientras esperaba en una salita se me acerco el encargado de asuntos económicos y tuvimos una larga charla. Me comento que quizás podía encontrar fuentes de financiación en el país en el que entonces residía para proyectos impulsados por la obra. No habría nada de malo en ello, solo que los proyectos eran “falsos”. Jajaja… me río ahora porque lo cuento y yo mismo no puedo creerlo.

El tema es que cada Fundación u organización que da dinero tiene siempre algún objetivo en mente: la formación de la juventud, darle de comer a los niños pobres, educar a los brutos, etc. La idea era que yo consiguiera quien quisiera donar, ellos se encargaban de armar el proyecto a la medida, como un sastre. Luego el dinero se usaría para lo que las labores lo requirieran.

El relativismo moral de la obra es de tal calibre que a este señor no le parecía que estuviera haciendo nada malo: el bien de la obra es suficiente justificativo para apropiarse de los fondos ajenos. Pero lo peor de todo es que… ¡a mi tampoco me parecía mal!

Por eso no me animo a juzgar a esos profesores que escribieron el Itinerario Jurídico sin verificar los documentos originales… Todos vivíamos inmersos en cumplir la “voluntad de Dios” y nuestros parámetros éticos estaban muy pero muy desorientados.

Aprendamos la lección y arrepintámonos de nuestras malas obras.

Paz a todos.

Otaluto