Carta abierta a Babayaga

Autor: Gervasio, 10/08/2012

Querido babayaga:

Como tu reciente colaboración “Otra historia verdadera” me ha encantado, te animo a que sigas escribiendo en la web, siempre por supuesto con el beneplácito de los orejas.

Me siento muy identificado cuando escribes que dejaste la Obra porque estabas en vía muerta: En vía muerta: seguramente tibio, cansado, sin vibrar con las cosas de la Obra, sin conectar con las cartas ni la persona del Prelado, sin encargos apostólicos (aunque estuve al menos 15 años en consejos locales, algunos como director de varios centros). Con sobredosis de publicaciones internas, praxis y libros de lectura escritos sólo por miembros de la Prelatura: si únicamente escuchas tu canción favorita, llega un momento, antes o después, cuando la has escuchado miles o millones de veces, que te produce un hastío definitivo. Y prefieres cualquier otra canción o el silencio. Hablas también de que te enamoraste. Estoy seguro que esa no fue la causa de que dejases de ser de la Obra, sino la vía muerta. Recuerdo a un supernumerario joven, felizmente casado con una mujer guapísima y con prole. En su fogosidad, decía...

—Es una pena que yo esté casado. Si no, podría ser numerario. Podría hacer muchas cosas.

Hablas también de tibieza. Un continuo bombardeo de bobadas, monsergas, y sinsorgadas —sea en forma de círculo breve, carta del prelado, tertulia, intención mensual o predicación— por todo alimento espiritual causa tibieza. Acaba aburriendo al más valiente.

—Estoy a punto de vomitarte de mi boca.

Ese debe de ser el famoso pecado contra el Espíritu Santo: aburrir al que escucha, hasta el punto de que a éste le entran ganas de vomitar.

—No quieren escuchar la palabra de Dios. Se van a condenar, decía un párroco de aldea de los hombres que, aunque asistían a misa, en el momento de la homilía, se salían de la Iglesia a echar un pitillo y regresaban después de la prédica.

—Lo que pasa es que eres un pelmazo y además te alargas mucho, le replicaba un colega suyo, también párroco de pueblo.

Nadie me ha retirado el saludo —escribes, refiriéndote a tus ex hermanos, tras tu salida de la Obra—, por lo menos que yo sepa. Y los encuentros casuales han sido siempre cordiales. Lo mismo me ha pasado a mí. Frente a otros testimonios —a los que doy crédito— en mi caso nadie me ha negado el saludo y continúo con relaciones personales cordiales. Por lo demás esas relaciones se limitan a hablar de pájaros y flores. Es más, un buen día se desplazó expresamente un cura de la delegación para felicitarme por una actuación que había tenido en público en la que había dejado en buen lugar a la Obra. Todo ello lo atribuyo a que en el Opus Dei se valora mucho la posición profesional y social. Tengo la impresión de que no sucedía lo mismo con quienes salían del Opus Dei con una mano atrás y otra delante. Me parece constatar, no obstante, que se ha debido de enviar alguna nota recomendando esmerarse en el trato con los ex. Al menos la última vez que me topé por la calle con N., otras veces más bien seco, estaba derretido. Hay incluso un vocal —supongo que será de San Gabriel— muy partidario del reciclaje consistente en convertir a los ex numerarios y agregados en supernumerarios.

Yo soy cooperador del Opus Dei. No todos los que escribimos en Opuslibros estamos en mal plan. Aporto algo para becas a curas y a una obra corporativa con la que me encariñé. Y lo hago de corazón. Pero también soy muy crítico con el Opus Dei y también lo hago de corazón. En el Opus Dei no se acepta ni se entiende la crítica. Se considera una falta de unidad, un sentimiento aberrante, una traición, una deslealtad, un horror y un motivo de condenación. Y así les va. La falta de autocrítica les perjudica. Frente a la heterocrítica niegan la evidencia. ¡Cómo alguien va a consentir que de su madre se diga que… !

En la Obra todo es perfecto, como en un artículo de Crónica o de Noticias, como en una tarjeta postal, como en una estampita de Watteau. Que en Opuslibros la gente se queje no debe escandalizar. En general se escribe con pseudónimo y con delicadeza. Decir por ejemplo, como yo he hecho, que no creo en la sobrenaturalidad del Opus Dei, ni en las revelaciones de Escrivá, no hay que tomarlo a blasfemia ni a resentimiento. Y lo mismo pasa con tantas otras cosas.

Mi visión de OpusLibros —escribes— ahora es muy distinta. He leído, sin exagerar, miles de testimonios de más de 400 personas distintas (a no ser que haya gente con distintos pseudónimos, cosa que no creo). Y rectifico: es una página mucho más diversa e interesante de lo que al principio creí. A mi me pasó lo mismo. Me recomendaron la web, pero me repelió. Posteriormente como consecuencia de haber leído a Satur —pero en papel: La Recomposición de la Crisma—, me aficioné a Opuslibros. Encontré testimonios tan reconfortantes como el de Maripaz y muchos otros. Me llaman y continúan llamando la atención las colaboraciones de las mujeres. Me da la impresión de que tienen más motivos de queja. Me dijo en cierta ocasión un cura numerario.

—Recién ordenado, cuando uno entra en contacto con las mujeres de la Obra le da la sensación de que no tienen el espíritu del Opus Dei. Es otro mundo.

Con Opuslibros uno llega al Opus Dei real; cosa que no se consigue leyendo Crónica o el cuento de caperucita roja, cuando caperucita era numeraria. Imagínate leer Historia de la Iglesia escrita en plan Crónica o en plan diario de un centro.

Y no me alargo más, no vaya yo a caer en pecado contra el Espíritu Santo. La verbosidad es sólo pecado leve, si se realiza por escrito, cuando con interrumpir la lectura, se acaba el sufrimiento.

Que continúes escribiendo para Opuslibros. Les viene bien incluso a los del Opus Dei, especialmente a sus directores. Le viene bien a Opuslibros que vive de testimonios sinceros. Así que coopera a la vez tanto con unos, como con otros. No se trata de poner una vela a Dios y otra al diablo, sino de una sola vela y por supuesto a Dios.

Saludos exfraternales

Gervasio

PD. Veo una contradicción en lo que escribes:
            — Estoy seguro de que la Obra es un querer de Dios.
            — No creo que la voluntad de Dios llegue, al menos de manera absoluta, a través de los directores. Los directores pueden y deben aconsejar, pero nunca sustituir ni ocupar el lugar de la conciencia.
            Átame esas moscas por el rabo.