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 Libros silenciados: La violación de la intimidad en el Opus Dei.- inmaduro

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inmaduro :

LA VIOLACIÓN DE LA INTIMIDAD EN EL OPUS DEI
Inmaduro, 20/08/2012 
 

“Durante los dos últimos meses, Francisco se ha masturbado en cuatro ocasiones, pero en las cuatro se ha confesado con un sacerdote de la Obra”.

De esta guisa comenzaban mis informes a la Delegación sobre un joven Numerario a comienzos de los años 80. Desconozco si él sabía que yo compartía esta información con los Directores. Por mi parte, desde luego, nunca hubo una insinuación en ese sentido, ni una petición de permiso para hacerlo.

En las décadas siguientes, siendo director de distintos centros de San Miguel, hice centenares de informes semejantes sobre muy variadas personas...



Recuerdo con cariño a Francisco, quizá porque su caso fue mi bautismo de fuego. Francisco no había podido hacer la Fidelidad en la fecha prevista porque no vivía bien la “pureza”. Era piadoso, “un estudiante bandera”, cumplidor del plan de vida, dócil… Por eso, los Directores le habían concedido varias prórrogas, encomendándome a mí una labor de “marcaje en corto” hasta que superase sus “caídas”.

Finalmente, al cabo de un año, Francisco consiguió distanciar la frecuencia de sus costumbres solitarias y los Directores, haciendo un poco la vista gorda, le concedieron la Fidelidad. Creo que todavía hoy es Numerario (y por supuesto, no se llama Francisco).

Los escritos que yo elaboraba eran leídos por cuatro personas en el Consejo Local, no menos de seis en la Delegación y probablemente otra media docena en la Comisión Regional y el Consejo General. Cerca de 20 directores seguían trimestralmente con gran interés el número de veces que Francisco se masturbaba. Si queríamos que hiciera la Fidelidad --algo que todos deseábamos sinceramente--, había que llegar a un número de masturbaciones aceptable en un corto lapso de tiempo.

Con esta naturalidad y frialdad circulaba el contenido de la Confidencia, al menos en los tiempos que yo pertenecí a la Obra (1974-2001). Esa información se estudiaba, se “llevaba a la oración” y se utilizaba para realizar una dirección espiritual por objetivos, como si estuviéramos en el departamento comercial de una empresa.

Ciertamente, todos intentábamos tratar el caso de Francisco con “exquisita delicadeza”, algo que en el lenguaje de la Obra significa que había que actuar con “sentido sobrenatural” (rezar y mortificarse por él) y tratar del tema de forma discreta.

Cuando tuve que realizar el primer informe vacilé, porque me planteé que podía estar violando una obligación elemental de secreto. Pero entonces vinieron inmediatamente a mi cabeza las palabras tantas veces repetidas por nuestro Fundador: “Suaviter in modo, fortiter en re”, con suavidad en el modo, pero con fortaleza en la cosa”; “lo que hay que hacer, se hace... sin vacilar... sin miramientos...” (Camino, n. 11). Era todo tan bien intencionado, tan discreto y al mismo tiempo, tan ejecutivo, tan eficaz... que no pude resistirme.

La Obra aplica la doctrina del “hacemos lo que nos da la gana pero siempre con rectitud de intención, sentido sobrenatural y exquisita delicadeza” a la violación de la intimidad de las personas, de los derechos laborales, de las leyes civiles y fiscales, de las normas canónicas, del secreto de confesión y de todo lo que estorbe a la consecución de los objetivos señalados por San Josemaría. Ninguna ley civil o eclesiástica puede oponerse a los mandatos de San Josemaría porque todas esas leyes tienen un origen humano, mientras que lo que “vió” San Josemaría es de origen divino.

La hiperlegitimación moral de la Obra --”todo me está permitido”-- se fundamenta en la presunta santidad de su origen. Esta santidad no dejaba de ser un historia contada por un particular hasta que la Iglesia canonizó a San Josemaría. A partir de entonces el presunto origen sobrenatural de la Obra se convirtió en algo a lo que los fieles habían de prestar el asenso debido al Magisterio ordinario.

Con la canonización del Fundador, Juan Pablo II puso una contratuerca magisterial a la conciencia de superioridad moral de la Obra, al “todo me está permitido”. ¡Menudo problema ha legado Juan Pablo II a sus sucesores y a los obispos!

Un elemento fundamental en la “doctrina de la exquisita delicadeza” es la utilización del eufemismo. Los términos utilizados en los informes no debían ser los de “masturbación” y “confesión”. Había que encriptar los mensajes con los socorridos B10, III, 28 (“pecados mortales contra la castidad”) y B10, III, 37 (“Confesión sacramental”), términos sólo conocidos por los encargados de la formación. El “voyeurismo” espiritual, la intromisión furtiva e ilegítima en la vida ajena, debía ser algo privativo de la clase dirigente.

El motivo de la encriptación era, según San Josemaría, el respeto a la persona sobre la que se estaba informando. En realidad se trataba de una forma más del disimulo característico de la Obra en cuestiones que, de conocerse públicamente, podrían ocasionar escándalo. Todos los delitos han de cometerse discretamente, con guante blanco y su conocimiento ha de permanecer en el interior del círculo de la clase dirigente. Por eso, los que nos dedicábamos profesionalmente a “las labores internas” debíamos hacer el juramento especial de fidelidad al Padre y a los Directores que se hace en la ceremonia de nombramiento de miembro Inscrito.

La utilización que he hecho del término masturbación en el arranque de este artículo habrá parecido “indelicado” a más de un lector. A mí también. Por eso estuve tentado de suavizar la expresión hablando de “caídas”, “pecados contra la castidad” o algo similar. Pero no lo he hecho porque hubiera sido entrar al juego del eufemismo, de la apariencia amable con que la Obra oculta la fealdad de sus prácticas delictuosas.

La resistencia a utilizar ciertos términos denota el grado de institucionalización al que hemos sido sometidos y que padecemos aún muchos años después de haber dejado la Obra. Yo todavía no he conseguido liberarme totalmente de ese lastre y por eso mi mujer se queja de que, aún llevando casi diez años casados, tiene frecuentemente la sensación de compartir cama con un Numerario.

Gracias a Opuslibros he comenzado a percibir la profundidad de la herida que la Obra ha dejado en mi capacidad de juicio sensato. Hasta hace poco estaba convencido de que los informes de conciencia eran legítimos ¿Cómo es posible que durante décadas no haya reconocido que son una horrible violación del sagrado derecho a la intimidad?

La formación --eufemismo de “indoctrinación”-- recibida en la Obra impide ver la realidad tal y como es. Posiblemente hubo un momento en el que todos los que elaborábamos informes de conciencia nos planteamos si lo que estábamos haciendo era correcto. Fue el angustioso momento de la “disociación cognitiva”: la disyuntiva de tener que elegir entre dos fuentes de autoridad contrapuestas. Una de estas fuentes --tal vez la familia, el colegio-- nos decía que manosear la intimidad ajena no estaba bien. Otra fuente --la Obra-- nos decía que, bajo ciertos supuestos, era legítimo. Dos autoridades morales pugnaban por presidir nuestra conciencia, generando una gran tensión interior. ¿Cómo pudimos salir de este atolladero?

La Obra, que tiene “toda la farmacopea”, nos ayudó a comprender que bajo ciertas circunstancias --el sentido sobrenatural, el bien de la persona y el tratamiento delicado de la materia en cuestión--, es legítimo informar por escrito a los Directores sobre la intimidad ajena. Además no había engaño ni ocultación, pues en los medios de formación se informaba de que “es la Obra quien lleva la dirección espiritual” (eufemismo de “vamos a informar por escrito de todo lo que cuentes”).

Los psicólogos denominan “reducción de la disonancia” al proceso argumental que sirve para relajar la tensión interior que genera la disociación cognitiva. No hay duda de que el asesinato de judíos fue una acción que estuvo inicialmente en contradicción con los valores que muchos nazis habían recibido en su adolescencia; pero otros valores como la defensa de la patria, la preservación de la raza, etc. --convenientemente sobreponderados por el aparato de propaganda-- terminaron imponiéndose al “no matarás”.

Los medios de formación, con su machacona insistencia en los valores que la Obra considera superiores --la “entrega a Dios” (eufemismo de “entrega al Padre”), la “fidelidad a la vocación” (eufemismo de “fidelidad al Padre”), la sinceridad salvaje en la “dirección espiritual personal” (eufemismo de “dirección espiritual colegiada”), etc.-- consiguieron anular en nosotros cualquier posibilidad de resistencia a las prácticas inmorales de San Josemaría.

En este sentido, nuestro Santo Fundador pudo jactarse con verdad de haber ganado “la batalla de la formación”. ¿Cuándo llegó a esta conclusión? Cuando mandó violar en masa la intimidad de las personas de la Obra y los que estaban en la cadena mando --gente inteligente y con estudios universitarios-- obedecieron sin oponer resistencia alguna.

Inmaduro




Publicado el Monday, 20 August 2012



 
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