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 Correos: Ex-Opus que hablan bien de la Obra.- Paulino

040. Después de marcharse
Paulino :

Hola, amigos:

Mucho se ha dicho de los motivos por los que algunos que han dejado la Obra hablan bien de ella o incluso la defienden. Quiero añadir un motivo más, pues no lo he encontrado en lo que llevo leído, que ya es mucho, aunque no todo. Me refiero principalmente a quienes ya hicieron la oblación o la fidelidad.

Claro que se puede dar el caso del que se va o lo echan por claras deficiencias personales, como problemas de faldas o de simple no querer seguir por comodidad, o cosas del estilo. Estas personas se van sintiéndose personalmente culpables, y quizá sin culpar a la Obra de nada –por habérselo tragado todo con un buen lavado de cerebro–, y reconocen las cosas buenas que recibieron o adquirieron dentro. Tampoco me refiero a estas personas. Perfectamente se puede dar el caso de que estas personas hablen bien de la Obra, e incluso que la defiendan, sin por eso tener que dar a conocer sus propias faltas...

Me refiero a quienes salieron de la Obra sin importantes deficiencias personales, ya sea porque no quisieron continuar con ese sistema e inhumano tipo de vida, ya sea porque los echaron sin que personalmente quisieran irse. En ambos casos estas personas salieron de la Obra muy molestas, sobre todo debido a los muchos años gastados ahí dentro. ¿A qué se debe, entonces, que hablen bien de la Obra o que incluso la defiendan?

Puede ser que al salir –a fin de dejar la imagen de la Obra completamente limpia– los directores hayan procurado hacerlos -o hacerlas- sentirse culpables de todo, pidiéndoles que dejaran por escrito que los motivos de su salida fueron exclusivamente de su responsabilidad, y ninguna de la Obra. Y además los hayan conminado, con juramento o promesa, al compromiso de nunca hablar mal de la Obra ni mencionar las intimidades del inhumano modo interno de vivir, porque, además, hablar mal de la Obra es hablar mal de la Iglesia. En fin: ¡alabar a la Obra o callar!

De tal modo, me encuentro con personas que para nada quieren hablar de la Obra, o que no quieren decir nada del inhumano estilo de vida que tuvieron ahí dentro, o que no quieren decir los motivos de su salida: “no tengo alguna respuesta respecto a eso”, “no sé qué decirte”, etcétera.

Pero también me encuentro con personas que hablan bien de la Obra o incluso que la defienden.

El posible motivo que encuentro en estos casos, y que ahora quiero mencionar, es que tales personas no quieren romper el juramento o la promesa que hicieron de no hablar nunca mal de la Obra ni contar las intimidades de la inhumana vida que llevaron ahí dentro.

Y entonces, ante la tremenda frustración interna debida a su obligado silencio de algo que los dañó tanto, y ante el recuerdo de haber adquirido o recibido algunas cosas buenas –disciplina, prácticas devotas, clases de Filosofía o Teología, etcétera–, casi de modo inadvertido optan por hablar de lo bueno en vez de callar del todo, sobre todo si se les pregunta y el silencio les parece vergonzoso.

O también optan por tomar la iniciativa de hablar de lo bueno, buscando así alguna forma de sublimar la frustración de su obligado e injusto silencio. Y nada mejor, ni más fácil, que venir a hacerlo en esta web.

Estas personas, debido a su eficaz lavado de cerebro llevado a cabo gradualmente desde su tierna adolescencia, no logran comprender que sus famosos juramentos o compromisos –de alabar o callar– carecen de todo valor moral, ya que fueron forzados, violentos, obligados mediante todo tipo de recursos y amenazas: de falsa moralidad, infelicidad futura, represalias, condenación eterna, y un largo etcétera derivado de la maldición del rejalgar.

Los que dejan la Obra no tienen ninguna obligación de “cumplir” con dichos “juramentos” o “promesas”. En efecto, hay falsos juramentos, como se aprecia en el siguiente ejemplo:

“El que jura hacer algo malo, se encuentra en un falso dilema, porque piensa: si cumplo mi juramento, peco por hacer el mal; y si no lo cumplo, caigo en pecado de perjurio. Ya el antiguo catecismo daba la solución a este falso dilema, a modo de preguntas y respuestas, de la siguiente forma:

“Pregunta: Pues, quien ha jurado hacer algo malo, ¿deberá cumplirlo?

“Respuesta: No, padre. No deberá cumplirlo, sino dolerse de haberlo jurado.

“Esta enseñanza muestra a las claras que el juramento está regido por la moral; y la moral, por los valores. El bien, como valor que es, invalida y hace inmoral el juramento de hacer algo malo. El que cae en el falso dilema mencionado, cae por ignorante” (Paulino Quevedo, Salvemos nuestro mundo; vivamos nuestra fe, pág. 234, nn. 401-402. Editorial Alba, México, 1992).

Sin duda es algo malo tener que guardar silencio respecto a injusticias recibidas. Pondré un ejemplo más acorde a nuestro caso, y más didáctico por ser más extremo:

Supongamos que un amigo de mi familia, oculto narcotraficante, por motivos de su interés asesina a toda mi familia, menos a mí, porque gracias a mi posición le soy útil para su negocio. Y me dice que no me matará si le juro que nunca revelaré su crimen ni hablaré mal de él.

¿Es válido ese juramento? Claro que no, y que no hay obligación alguna de “cumplirlo”. Más bien hay doble obligación de delatarlo.

Al que sale de la Obra le han “asesinado” muchos años de su vida, lo mismo que su personalidad, su conciencia, su libertad, etcétera. Y por ningún motivo está obligado a callar o alabar a la Obra (otro asunto es el de las posibles represalias).

Los que salen de la Obra deben recapacitar y darse cuenta de que no están moralmente obligados a callar o alabar a la Obra. Más bien deberían decidirse a dar a conocer las terribles consecuencias de las faltas de respeto y atropellos a las personas, a su libertad y sus conciencias, que se viven al interior de la Obra. De esa forma ayudarán a que semejantes crímenes no se repitan y repitan con tantas personas inocentes.

Saludos afectuosos.

Paulino


Publicado el Monday, 25 March 2013



 
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