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 Tus escritos: Lo que me dijo el silencio (mi primera visita a un centro de la obra).- Ndor

030. Adolescentes y jóvenes
Ndor :

Tras el relato de Salvada, que me ha parecido delicioso por lo que tiene de inocencia, he recordado como fue la primera vez que entré en un centro de la obra a los 14 o 15 años sin saber muy bien dónde me metía. La mía no es una historia muy distinta a la suya.

Recuerdo que quien me invitó a visitar el centro fue el propio director, quien se me dio a conocer en una estación de autobuses cuando volvía de pasar unas vacaciones con unos primos míos en una capital de provincia española. Era la primera vez que viajaba solo, y para mí el hecho  de recorrer un aeropuerto y tras ello pasar horas en un autobús, era no menos que una gran aventura...



Recuerdo que el día de mi vuelta a casa me sentía orgulloso y a la vez inquieto. Me había preparado especialmente para el encuentro con mis padres, que estarían esperándome en la terminal de autobuses, reservando para ese día mis mejores prendas: pantalones largos y camisa manga corta beige. No me las había puesto en todas las vacaciones para no ensuciarlas ni arrugarlas. Me las puse tal como mi madre las había dejado planchadas en la maleta.

Junto a ello, mis tíos me habían dado para mis padres algunos regalos, productos gastronómicos típicos de su ciudad; quesos y algunos dulces si no recuerdo mal, de los que no me separé en todo el viaje.

Quien después resultaría ser el director del centro, se me acercó y me preguntó si trabajaba en la entidad X [una caja de ahorros]. En aquel momento la pregunta más que desconcertarme - la edad legal mínima para trabajar seria en aquella época la de 16 años y la presencia de un chico de mi edad en una oficina bancaria sería sorprendente- me alagó.

Durante mi adolescencia, siempre fui un chico estudioso y responsable, poco popular entre mis compañeros y algo retraído con las chicas. Un perfil, que como he comprobado se repite mucho entre los que relatamos nuestras experiencias en esta página.

Claramente era una pregunta destinada a romper el hielo. Una pregunta como esa, formulada hoy en día a un adolescente de 14 o 15 años, por un adulto de unos 30 o 35 años, sería considerada como poco fuera de lugar, por no decir que daría lugar a interpretaciones maliciosas.

Le contesté que no, y le conté -supongo que respondiendo a sus preguntas-  de dónde venía, dónde estudiaba y todo lo que quiso saber. Le expuse mi interés por la informática, técnica que en aquellas épocas empezaba a popularizarse y le informé de mi intención de comprarme un ordenador y aprender el lenguaje de programación “BASIC”.

En la actualidad se diría de mí que era un poco “friki”, un chico con pocas habilidades sociales, bastante introvertido y con un interés desmesurado por ciencias y técnicas muy concretas. Pero eso no importa ahora. Lo importante es que en aquellos momentos sin saberlo, me estaba convirtiendo en una buena presa de caza, para un numerario avezado en otear el horizonte en busca de chicos idealistas, tímidos y educados, preferentemente trufados de complejos y contradicciones juveniles, que fueran fácilmente manipulables.

Al poco tiempo, con una inocencia que ahora me estremece, accedí a darle mi número de teléfono, que apuntó en una agenda azul. Yo, a la vez, apunté su número en la mía –ya era todo un hombre que viajaba y tenía su propia agenda- o acepté, tampoco recuerdo bien, su tarjeta que guardé en mi cartera.

Llegó la hora de subir al autobús y nos tocaron –afortunadamente, aunque yo ya había picado el anzuelo- asientos separados. Recuerdo que después me buscó, con mirada atenta –no se le fuera a escapar la pieza- y nos despedimos dándonos la mano.

En aquel momento me fijé que tenía la piel muy blanca, casi no tocada por el sol, los cabellos negros y bien peinados, las manos cuidadas y estaba bien afeitado. Me llamó la atención el tono de su voz, como de confidencia y su mirada, un poco perdida. También recuerdo su calzado: unos zapatos mocasines negros. Yo llevaba deportivas blancas.

Al llegar relaté a mis padres el suceso. No se inquietaron mucho, cosa que me sorprende dado su carácter protector, y al poco tiempo recibí una llamada telefónica de mi compañero de viaje: “es un señor que pregunta por ti”, me dijo mi madre. Me llamaba para visitar lo que llamó “el club”.

Uno siempre tiene la imagen de un club como algo divertido, donde se reúne la gente para hacer cosas que le gustan. Suele ser un buen sitio para trabar buenas amistades y quizás para aprender cosas nuevas. En cualquier caso, siempre se piensa en ellos como lugares donde la atmósfera es distendida y reina un ambiente jovial.

Con ese espíritu me presenté -debidamente arreglado, no era cuestión de fastidiarla el primer día- en uno de los pocos centros de jóvenes que existían en mi ciudad. En las últimas semanas notaba que estaba teniendo bastante suerte: viajaba, conocía a gente mayor y me invitaban a clubes.

Recuerdo todavía el día en que quedamos: un sábado por la mañana, antes del mediodía. También recuerdo su negativa a tomar algo en un lugar distinto, en un bar o una cafetería. Estaba muy interesado de que fuera a la sede del club, como él decía. Como no podía ser de otra forma, cedí.

El sábado en que habíamos quedado, hacia buen tiempo supongo que sería el final del verano y una luz mediterránea llenaba el ambiente. El club estaba situado en un primer piso para evitar que el trasiego de jóvenes molestara a los vecinos, en una zona de clase media de mi ciudad.

Debo decir que no conocía muy bien esa zona y la consideraba algo inferior a la mía. No me molestaba pero ese detalle me decepcionó un poco. En esas épocas (1984-1985) eran normales las riñas a las salidas de los colegios entre estudiantes y rateros o gitanillos, o entre los propios estudiantes, por lo que uno debía andarse siempre con cuidado.

Supongo que a partir de ese momento, me puse en alerta. En cuanto llamé a través del portero automático, la puerta se abrió al instante. Nadie contestó. Era como si estuvieran esperándome.

Al momento supuse que, dado que era un club, se abría a los socios por sistema, se les autorizaba a subir sin necesidad de identificación como un signo de hospitalidad o de cortesía. Imaginé que después, una vez admitido se libraba algún tipo de identificación o distintivo especial, donde figuraban los datos personales del afiliado y una foto, algo así como un carnet de socio.

Fantaseando sobre como seria el formato del carnet y las actividades a que daría derecho, subí rápido por las escaleras al primer piso. Una iluminación bastante débil descubría todo lo que custodiaba el rellano: una planta de decoración de plástico y cuatro paredes. En una de ellas, un timbre y una puerta. Ninguna insignia, placa, blasón, leyenda o indicación de que tras ella, existiera un club o algo parecido. Dadas mis expectativas, me pareció bastante desalentador.

Al poco tiempo abrió un joven bastante anodino. “Juan [el nombre es inventado] está dando una charla”, me explicó, haciéndome pasar a una salita de espera.

La decoración de la salita era clásica, un poco distinta a la que estaba acostumbrado a ver en las casas de la ciudad donde vivía. Era más parecida a la que había visto en casa de mis tíos durante el verano. Eran los famosos muebles castellanos, recios y llamados a durar toda una vida. La luz exterior atravesaba unos visillos y se esparcía por toda la habitación.

Me intrigaba el tema de la charla a que se había referido el joven anodino. Me preguntaba cuál sería su contenido y el tipo de público a que iría dirigida. Suponía que era una de las actividades más concurridas del club e imaginaba al director disertando sobre los temas que más me interesaban: astronomía, zoología, electrónica, informática o sobre temas de actualidad. Mientras esperaba junto a una imagen de la virgen María, pensaba que quizás, incluso tuvieran una alguna sala de informática o algún tipo de laboratorio.

Tras un largo rato de espera apareció el director, vestido de manera más informal que cuando lo vi por primera vez en el aeropuerto, con una rebeca de punto, pantalones de pana y unos zapatos mocasines. Me llamaron la atención sus calcetines -a rombos- que hasta ese momento, nunca había visto. Supongo que se estaban empezando a poner de moda. La agenda, como si estuviera atada a él por un hilo invisible le seguía acompañando.

Entornó la puerta y se sentó, pero al momento algo me llamó la atención de una forma que a fecha de hoy todavía recuerdo: EL SILENCIO. Era un silencio que recorría todo el piso, que se reflejaba en sus ventanas y acariciaba sus paredes. Se depositaba como un polvo fino sobre aquellos muebles tan parecidos a los que había visto en casa de mis tíos. Era un silencio solido, duro, parecido a la madera. 

Nada vino a turbarlo durante el resto del tiempo que estuve en el centro. Mientras el director hablaba, yo asentía mecánicamente y me esforzaba en escudriñarlo, en recoger cuanto podía de él. Ahí tenían que estar mis futuros amigos, mis ilusiones, y los planes con los que había fantaseado. En un momento dado tenía que interrumpirse, dar paso al movimiento, a la vida. Ansiaba que de él brotaran aplausos, voces, risas o cuando menos, el ir y venir del público. Nada. No se oyó nada.

El director seguía hablando. Ya no le escuchaba. Solo le pregunté si él era el responsable del centro, a lo que me contestó que sí. Algo me dijo que aquella charla –y tal vez aquel club- era para unas pocas personas muy reservadas, tal vez demasiado mayores para mí. Para personas tan replegadas sobre sí mismas que acababan por violentarse y violentar a los demás como había hecho el director conmigo en el aeropuerto. Para personas que, como yo en aquella época, no tenían muchos amigos.

Nos despedimos, y al ganar de nuevo la calle, la tibieza del sol y el ruido de la calle hicieron que me sintiera de nuevo animado. Al poco tiempo llamó de nuevo a mi casa. Me comentó que iría a esperarme a la salida del colegio si quería. Creo que apareció en alguna ocasión. Abochornado, lo evité saliendo por una puerta lateral.

Al poco tiempo dejó de insistir y no supe nada más él hasta años más tarde.

NDOR




Publicado el Monday, 13 January 2014



 
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