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 Correos: La mole.- Ndor

010. Testimonios
Ndor :

El sol ya había caído y empezaba a anochecer. La sombra recortada del colegio mayor resaltaba como la de una abadía medieval en pleno campus. Aquella mole, que destacaba por su torre esquinera, despertó en mí un sentimiento de seguridad y sosiego. Su aspecto avejentado pero a la vez sólido, me transmitió al instante una sensación de tranquilidad.

La cerosa luz que lo inundaba prometía una sobria calidez a quienes lo visitaran. Era una luz color miel, como la que brotaría de una gran colmena iluminada. En su interior, las amplias estancias, parecían haber sido creadas con el solo propósito de empequeñecer a los visitantes. Aquellos chicos, los numerarios, se desplazaban sin parar sobre el piso refulgente con sus mocasines de cuero, prometiendo giros y quiebros variados...



 

Esa aparente libertad, contrastaba con la del portero, un hombre mayor con uniforme azul, atrapado en una pequeña garita que se dirigía a las familias a través de una tronera. Se diría que había pasado su vida entera en aquel reducto, junto a un teléfono y a un panel lleno de botones.

En el interior del colegio imperaba una imagen de eficiencia y orden. En su entrada así como en una amplia antecámara se amontonaban las familias esperanzadas. Las idas y venidas de los numerarios las agitaban con voces secas y bien articuladas. Eran voces masculinas, hondas, que hacían temblar a las familias y rompían su estado de quietud. Llegué a pensar que lo hacían a propósito, para divertirse, y que tras cerrar las pesadas puertas que les separaban del exterior, intercambiaban a hurtadillas sus impresiones sobre los candidatos.

Todos vestían de una manera idéntica, se diría que se habían puesto de acuerdo: chaqueta azul marino, corbata y pantalón gris. Algunos comenzaban a pasarse las mangas. Hasta el momento habían portado las chaquetas sobre los hombros a pesar del calor de septiembre, como no queriendo renunciar a una especie de formalidad que les impidiera ir en mangas de camisa. Ahora empezaba a hacer frío. Los que no participaban en la selección optaban por ponerse una chaqueta de punto, que junto a los pantalones de tergal les confería un aspecto de seminaristas. Todos iban bien afeitados.

En aquella antecámara, mientras se sucedían las idas y venidas, alguien cerraba los ventanales emplomados sobre los que se repetía la divisa del colegio mayor.

Nunca me habían hecho una entrevista. Suponía que seria una especie de examen sobre los conocimientos adquiridos en el bachillerato, el interés y la motivación con las que en breves meses empezaría la carrera. Suponía inocentemente, que se trababa de un mero intercambio de impresiones con el fin de apreciar el grado de madurez con que me preparaba para afrontar el reto universitario.

Para mí, aquí ya empezaban los problemas. El solo hecho de pensar que una persona pudiera preguntarme el porque había elegido tal carrera ya me ponía nervioso, dado que tendría que mentirle.

Había elegido la carrera muy presionado por mis padres. En aquella época era un joven muy inseguro. Solía refugiarme en una especie de adormecimiento interrumpido por momentos de gran ansiedad.

Era un adolescente equivocado. Creía que esta postración era el mejor medio de paliar la ansiedad proveniente de los conflictos juveniles que todavía hervían en mi interior.

Así, con una sensación que oscilaba entre la tensión y el hartazgo esperaba a ser llamado por los numerarios, o por quienes fueran esos chicos que no paraban de moverse de un lado a otro. Me recordaban a abejas obreras posándose en las flores de un prado y llevándose el polen a una distante colmena.

Era también un chico bastante retraído y sobretodo muy escrupuloso con los asuntos relativos al sexo. Este era para mí era un tema privado, un tótem personal, una materia que por alguna razón no debía ser compartida con nadie, salvo con quien yo eligiera. La verdad es que mis compañeros de bachillerato siempre fueron mucho más avanzados y liberales en esta materia. Muchos ya tenían novia o estaban a punto de tenerla. Me comentaron que algunos de ellos se las habían apañado para ir a colegios mayores donde el contacto entre chicos y chicas era mucho más común y cercano.

Uno de estos había sido llamado para la entrevista hacía ya un rato largo. Quería asegurarse una plaza en un colegio mayor a cualquier precio. Lo vi desaparecer tras aquellas puertas en cuanto sonó su nombre. No volví a pensar más en él mientras me preparaba para contestar a todas las preguntas académicas que me planteara el entrevistador mientras me forzaba a mostrar un entusiasmo desbordante por el estudio de la carrera que había elegido.

Se abrió la puerta y apareció mi antiguo compañero, que poniéndose un grueso abrigo de color azul marino, esbozaba una sonrisa que oscilaba entre la socarronería y el asombro. Rápido de reflejos, se acercó a mí y me dijo al oído:

“- Aquí preguntan si te haces pajas,” (hacerse pajas = masturbarse). Aquella frase resonó en el interior de mi cerebro como un trallazo. Creí no haberle comprendido bien y instante, le dije:

“- Que?”

“- Que me han preguntado si me hago pajas.” me repitió, mientras acababa de ponerse el abrigo y se alejaba riendo. Me recordó a esos borrachos que tras pronunciar una verdad terrible se alejan dando tumbos.

Tras verlo alejarse pensé que se debía de tratar de una broma, mientras notaba como una ola de calor recorría mi cuerpo. Le habrían gastado una broma, o en todo caso él me la estaría gastando a mí.

Qué vergüenza.

Era imposible que en la entrevista se hicieran este tipo de preguntas. Había oído hablar de las novatadas de los colegios mayores pero en este me habían comentado que estaban prohibidas. Era un colegio mayor muy reputado. Nadie haría una cosa así.

Además, se lo habían preguntado a él. A mí no me preguntarían esas cosas. Seguro que habían visto en él algo que les había parecido sospechoso. Yo era bastante más conservador y tenía unos modales más afectados, más serios. No se atreverían a preguntarme eso. Además el siempre andaba con chicas y se pasaba el día riendo, se tomaba la vida de una manera positiva, despreocupada y divertida. Habrían visto algo y por eso le habrían preguntado.

Notaba como lentamente iba recuperando la calma. Alguien había dejado la puerta abierta y el frío de la noche entraba poco a poco. Estaba mejor. Por lo menos no tenía tanto calor.

La negación los hechos fue la responsable de mi mejoría. En realidad, el entrevistador podría hacerme las preguntas que quisiese puesto que desde hacia tiempo se había acostumbrado a disfrutar de un poder tremendamente enfermizo: el de de violar la intimidad de los aspirantes como le diera la gana, aunque fueran simples desconocidos, simples inocentes. Aspirantes de los que se sabía a priori que no iban a ser aceptados. A estos, a los combativos, a los poco dóciles, a los que a los que se defenderían ante la intrusión, les esperaba una educada carta justificando su no admisión por cualquier otro motivo.

A los elegidos les esperaba la deseada admisión la cual suponía comida caliente, cama y un lugar tranquilo donde estudiar, así como un premio adicional que no imaginaban: la adulación constante de los numerarios, esos inseparables amigos. Su precio; haber realizado la primera de las renuncias, haberse doblegado. A partir del momento en que fueran acogidos por aquella mole, con su luz confortante y cerosa, se intentaría que hicieran muchas más.

Algunas serian tenues, inadvertidas, triviales, otras frontales, directas, serían aquellas que sacudirían los principios sobre los cuales los muchachos habían construido sus vidas. Los agitarían, los cuestionarían, los acorralarían. Muchos no aguatarían. Ellos lo sabían. Dosificarían la presión, les dejarían respirar, tenían mucha experiencia.

Me daba cuenta que tendría que mentir no solo sobre el tema de la carrera sino, también sobre este tema. Aquí seria mucho más difícil engañar al entrevistador.

Qué locura.

Pero es un colegio de chicos. No es de extrañar que se hagan algunas preguntas en relación a ciertos temas. Las chicas distraen del estudio, eso todos los sabemos. Mis padres se gastan sus ahorros para que estudie, no para que me divierta. Además algunas chicas son problemáticas y todo lo que buscan es enredar. Ellas tienen sus propios colegios mayores, donde se aplican las mismas reglas, no pueden quejarse.

Mientras esta fase de racionalización avanzaba haciéndome sentir mejor, una parte de mí seguía fija en la imagen de mi antiguo compañero. Le recordaba como un chico abierto que se enfrentaba a los retos y desafíos de la vida con gran naturalidad, con simpatía, intentando quedarse siempre con una lección positiva de cuanto le acontecía. Tenía éxito con las chicas, jugaba bien al fútbol y siempre estaba de broma, de buen humor. Si bien sus padres no iban a misa, tenia buena fama entre los compañeros, decían que nunca hizo mal a nadie. Iba de frente.

Mi nombre sonó en ese instante. Mis pensamientos se vieron interrumpidos bruscamente. Un numerario, algo mayor que yo, me esperaba sonriente para empezar la entrevista…

Continuará




Publicado el Wednesday, 09 April 2014



 
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