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 Tus escritos: El debate sobre la paternidad responsable.- Josef Knecht

078. Supernumerarios_as
josef knecht :

Me ha interesado leer el amable diálogo que Unonuevo y Dionisio acaban de mantener sobre la tan discutida encíclica Humanae Vitae. Deseo entrometerme en ese debate sólo para hacer una aclaración conceptual.

Si he entendido bien, Dionisio no está en contra de aquellos matrimonios que opten por una familia numerosa, sino tan sólo de la intromisión de algunos directores espirituales que, cuando incitan a uno de los cónyuges a tener más hijos, pueden causar un conflicto en la convivencia conyugal. Las familias numerosas, fundadas en una consensuada paternidad y maternidad responsable, no suelen causar problemas. Estos surgen cuando los así llamados consejeros matrimoniales, si están inficionados de cierto fanatismo religioso, presionan a los esposos para que tengan más hijos. Dicho con otras palabras, el problema no está en la fecundidad matrimonial, sino en la “santa coacción”, tan practicada en las actuales “guarderías de adultos” de la Iglesia Católica...



No soy especialista en “teología pastoral” ni en “pastoral familiar”, pero por simple experiencia soy de la opinión de que no es correcta la praxis pastoral consistente en azuzar a los matrimonios pertenecientes a alguna asociación (Opus Dei, Camino Neocatecumenal, Regnum Christi, etc.) a que tengan cuantos más hijos mejor como manifestación de buen espíritu. Dudo de si esa estimulación de la fecundidad o natalidad obligatoria debería incluirse en el proyecto pastoral de las asociaciones y movimientos laicales. Una cosa es que los cónyuges acudan con sentido de responsabilidad a un consejero matrimonial para recibir asesoramiento, y otra cosa, éticamente muy distinta, es incluir en el programa pastoral de un movimiento laical la instigación a que sus miembros casados formen obligatoriamente familias numerosas. En mi opinión, esta última táctica, también llamada por monseñor Escrivá “santa coacción” (Camino 399), es desafortunada porque por experiencia sé que ocasiona serios conflictos personales y desavenencias conyugales en muchos casos.

Por otra parte, me han parecido muy sensatas las opiniones de Unonuevo dirigidas a Desnudo. Sin embargo, me permito hacer a Unonuevo una amable observación. Me parece que su afirmación, según la cual “en mis diez años en el Opus Dei nunca percibí sobre mí ningún intento de ‘control de la sexualidad’, ni yo lo ejercí con los que hacían la charla conmigo”, es excesivamente optimista, porque mi experiencia fue totalmente la contraria. La voy a exponer con tres anécdotas, no sin antes advertir que, si uno se ha comprometido a vivir el celibato y lo vive, ya está totalmente controlado. Pasemos a las anécdotas.

En las charlas de formación que recibíamos o impartíamos los numerarios acerca de la “santa pureza”, se repetía con frecuencia un tópico referente a las farmacias. Se nos aconsejaba o aconsejábamos que cuidáramos la vista al entrar en ellas. Hasta que escuché esa recomendación por primera vez, las farmacias nunca me habían causado problema alguno ni me lo causan tampoco ahora. Parangonar una farmacia con una tienda erótica es, reconozcámoslo, burlesco.

En cierta ocasión, estaba yo haciendo un curso anual y, cuando llegó el día de excursión semanal, fui con otros numerarios a visitar una pinacoteca en la ciudad. En un momento determinado, un numerario salió corriendo de una sala sin despedirse de nosotros. Horas más tarde me dijo, pues yo recibía su charla fraterna, que un cuadro con desnudos femeninos le había causado una excitación sexual y, por eso, se había marchado de prisa, con santa intransigencia, huyendo de la tentación. Aún me cuesta entender que aquel cuadro, más cubista que realista, pueda excitar a nadie.

Un ex supernumerario me comentó en cierta ocasión algo que escuchó en una charla de formación impartida por un numerario y que le pareció ridículo. Era la recomendación de que, cuando los supernumerarios fuesen a la playa con sus hijos pequeños, estos siempre llevasen el bañador puesto para contrarrestar así la mala costumbre de que niños de cuatro o cinco años se bañen y jueguen desnudos en las playas. Sin comentarios.

Por último, recordemos la penosa intervención del prelado Javier Echevarría en la ciudad siciliana de Catania el 11 de abril de 1997, cuando ante un numeroso público declaró con santa desvergüenza que los discapacitados son hijos de padres que no han llegado puros al matrimonio.

Mis tres recuerdos y el exabrupto de Echevarría tienen un denominador común. El problema no está en la virtud de la castidad (ni en las exigencias de cualquier otra virtud), sino una vez más en la “santa coacción”, en la “santa intransigencia” y en la “santa desvergüenza” (Camino 387) que se inoculan a los miembros del Opus Dei de tal manera que la “santa pureza” se convierte en todo menos en santa, esto es, en “santa patología”.

Pensaba terminar con el párrafo anterior, pero me ha venido a la memoria otra anécdota que una vez me contaron y que no me resisto a escribir ahora en este foro. Nos hemos de remontar a los años en que el general Franco gobernaba España. El nieto de Alfonso XIII y el hijo de don Juan de Borbón, que con los años sería rey, Juan Carlos I, había recibido de joven una formación esmerada para llegar a ser el futuro Rey de España; en esos años formativos, uno de sus preceptores había sido Laureano López Rodó, un conocido numerario del Opus y uno de los prohombres más destacados de todo el franquismo.

El Caudillo deseaba que Juan Carlos fuera su sucesor como Rey en la Jefatura del Estado, pero, a consecuencia de su mentalidad machista, veía en el joven candidato un serio inconveniente: que sólo había engendrado dos hijas, Elena y Cristina, y Franco esperaba que engendrara un hijo varón para así asegurar la sucesión masculina en la corona. En esa tesitura, Juan Carlos se encontró un día de los años 60 del siglo XX con su antiguo preceptor, López Rodó, y con toda confianza le manifestó su preocupación de hombre a hombre: “Franco espera que yo tenga un hijo varón para decidirse a nombrarme Príncipe de España”. López Rodó, que, según me dijeron, era algo despistado, le aconsejó con el característico sentido sobrenatural de todo numerario diciéndole: “Ya sabe usted qué es lo que hay que hacer en estos casos: a Dios rogando y con el mazo dando”. Y así fue: a base de las rogativas de López Rodó y de los mazazos de Juan Carlos nació Felipe VI el 30 de enero de 1968; y por fin su padre fue nombrado Príncipe de España por Franco y ratificado por las Cortes el 22 de julio de 1969. Sencillamente genial fue el despiste del célibe López Rodó como consejero matrimonial de la monarquía en unos años en que el Opus se movía como pez en el agua en un país que era todo entero un paraíso de la “santa coacción”, de la “santa intransigencia” y de la “santa desvergüenza”. Este es el problema y sólo este.

Josef Knecht




Publicado el Wednesday, 10 September 2014



 
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