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 Correos: La responsabilidad de los mentirosos y la de los engañados.- Josef Knecht

125. Iglesia y Opus Dei
josef knecht :

Tal vez hubiera sido más correcto por mi parte esperar a que Ramón respondiera a Unonuevo (12.09.2014), pero sinceramente me he sentido interpelado por su documentado envío.

 

Es verdad que la Legión de Cristo, fundada por Marcel Maciel (más bien habría que cambiarle el nombre, porque esa denominación, después de conocer la vida real de su fundador, suena a blasfema), engañó al Papa Juan Pablo II, de la misma manera que engañó a todo el mundo; estoy de acuerdo con esta tesis de Unonuevo, que se podría hacer extensiva al engaño de la Obra de Escrivá a los Papas y a todo el mundo. Sin embargo, no concluyo de esta verdad la exculpación de Juan Pablo II a la que quiere llegar Unonuevo como dando a entender que sólo quien lo engañó obró mal; también Juan Pablo II, en mi opinión, se equivocó...



 

Un gobernante que se deja embaucar de esa forma tan aplastante –y no un solo gobernante, sino numerosos obispos al mismo tiempo– demuestra que algo ha fallado en su labor de gobierno, de la que es –y son– el principal responsable. Ahí se detecta un síntoma de que la institución por ellos gobernada, esto es, la Iglesia Católica, adolece de disfunciones, cuyas causas deberían ser buscadas para eliminarlas. Y me da la impresión de que esta humilde y necesaria autocrítica no se ha llevado a cabo hasta ahora precisamente por haber recurrido a la piadosa excusa del engaño ajeno: “si el Papa lo hubiera sabido a tiempo, no le hubiera dado su apoyo”. Ahora bien, la obligación del Papa –y de los obispos– era haberlo sabido a tiempo: ¿por qué no fue capaz de saberlo a tiempo? Esta es la clave de la cuestión.

 

En mi último escrito, del 12.09.2014, manifiesto una opinión que puede dar una respuesta a la pregunta que he planteado en el párrafo anterior: “No hay peor ciego que el que no quiere ver”.

 

Respecto a las relaciones entre Juan Pablo II y el Padre Arrupe, hay que saber que el Papa no podía soportar al prepósito de los jesuitas (mientras fraguaba un buen entendimiento con Álvaro del Portillo). Eran dos eclesiásticos que tenían una visión de la labor evangelizadora totalmente opuesta: el Papa polaco, imbuido de la religiosidad nacional-católica de su país natal, añoraba el ya caduco “Régimen de Cristiandad”, mientras que Arrupe, de acuerdo con el “aggiornamento” del Concilio Vaticano II, promovía unas propuestas pastorales inspiradas en el “Evangelio del Reino”.

 

El diálogo fe-razón e Iglesia-mundo llevado a cabo por los jesuitas por encargo de Pablo VI, que incluía entre otras facetas el diálogo con la filosofía marxista, no fue asimilado por el anticomunista visceral que era Wojtyla. Él entendía la evangelización de manera diametralmente distinta a la de Arrupe y por eso impulsó una “Nueva Evangelización” que, por un lado, situaba en primera línea de actuación a los “nuevos movimientos” laicales, artífices de la misma, y, por otro lado, desplazaba a un plano secundario a las órdenes religiosas tradicionales, inficionadas algunas de ellas –desde la visión del Papa– de excesiva condescendencia con errores de la sociedad contemporánea: laicismo y comunismo sobre todo. La labor de gobierno de Juan Pablo II fomentó los “nuevos movimientos” y puso en regla a algunas órdenes religiosas. Este es el contexto general en que se encuadra la desavenencia concreta entre Juan Pablo II y Pedro Arrupe.

 

Por cierto, no sabemos la causa exacta del “ictus” de Arrupe, pero desde luego la relación tensa que largos años mantuvo con el Papa no se lo evitó. Recomiendo la lectura del libro de Isabel de Armas, Josemaría Escrivá y Pedro Arrupe. Cara y cruz ¿de una misma Iglesia?, Iepala editorial, Madrid 2008.

 

Josef Knecht




Publicado el Monday, 15 September 2014



 
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