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 Tus escritos: Arnecdotones de noches de verano (Cap.15 de 'A quien pueda...).- Satur

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Satur :


Arnecdotones de noches de verano

Cap.15 de 'A quien pueda interesar'
Enviado por Satur el 11-jul-2004

Vivíamos en un club de bachilleres un grupo de mamíferos superiores evolucionados y estudiábamos por aquellos años, los setenta, carreras tipo Historia, Filosofía, Ciencias de la Educación, Pedagogía... En fin, de las de dar el callo en la última semana del curso. Un sprint de robar horas al sueño y pimba, curso aprobado. A finales de junio después de originalísimos comentarios del Evangelio tipo "Sea tu sí, sí, sea tu no, no": "encomendemos al Señor para decir sí y encomendar para que digan sí y encomendemos a los que dicen que no para que su no sea sí. Mañana, San Chepín, misa de feria, tiempo ordinario, semana vinticatro, salmo II, Aniversario de la Cruz de Palo. Novenario por la Unidad de los Cristianos". Y de hacer el examen de conciencia, nos íbamos a la sala de estudio a chapar, a fumar como que nos fueran a quitar los cigarrillos y pasarlo guapamente.... ¡¡¡Cómo nos le pasábamos!!!...


Cada noche, a la misma hora, escuchábamos el camión de la basura que iniciaba la recogida en nuestro portal. Cada noche paraba debajo de nuestro balcón -era el piso primero- y el chófer esperaba a que dos coleguis llevasen los cubos -entonces no estaba mecanizado como ahora- y los echasen en el remolque. Debían de ser cuatro o cinco cubos los de nuestra zona. Al terminar, para dar señal al conductor de que palante, de que venga, de que misión cumplida, de que nos vamos, uno de los colegas daba un silbido que parecía la alarma de Cabo Cañaveral. Impresionante. Y el camión arrancaba zumbado.

Uno de los que estudiaba era un chico de San Rafael -no vivía en el centro-, ¿cómo lo diría?, era así como mamífero superior, pero digamos que no evolucionado. Un rudo, que diría el Acetate. Le decías "a que no aguantas más de diez minutos mirando al sol sin pestañear", y el tío se cogía una conjuntivitis de cavar no puedo, mendigar me da vergüenza, o "a que no te tiras un eructo (era un auténtico campeón capaz de decir con un solo regüeldo frases como "Heraldo de Aragón, diario de la mañana". Lo juro.), y se echaba un erusto que era para llevarlo al Forum de las Culturas. Y una noche descubrimos que tenía el don de silbar igualito igualito que el colegui del camión de la basura. Ya digo, un silbido trepanante, de los que al oírlo bajas la cabeza y encoges los hombros. Encontramos un buen modo de descansar de las fatigosas horas de estudio. Serían cerca de la una de la madrugada cuando el camión doblaba la calle y nosotros, invariablemente, cerrábamos las luces de la sala de estudio y nos escondíamos en el balcón. Cuando los dos curritos iban cargados con los cubos de la basura en dirección al camión nuestro hombre pegaba el silbido -¡¡¡FIUUUUUUUSSSSSSS!!!- y el del camión, porróm, porroóm, le daba caña y salía zingando calle adelante mientras los de los cubos, basura al hombro, se ponían a gritarle "¡¡¡PARAAAA, PARAAAAAAA!!!". Después se quedaban observando a los balcones de la calle esperando que alguna sombra nos delatara... pero, nada, no había forma de pillarnos.

La jugada la repetimos varias noches y, el chófer picaba siempre: escuchaba el silbido y despegaba turbo total. Los de los cubos, moscas con el tío del silbido, y con la sensación de que alguien en la oscuridad se les estaba choteando de mala manera, comenzaron a perder los estribos. Con los cubos al hombro gritaban a la noche, a las fachadas, a las farolas, al mundo entero: ¡¡¡SALID AQUÍ SI TENÉIS LO QUE HAY QUE TENER!!!, ¡¡¡CANOSEQUÉ...!!!, ¡¡¡MARINOSECUANTOS...!!!", en fin, cosas que la pluma no debe, no puede escribir. Parecían enloquecidos.

Pero aquello duró lo que duró. Al cabo de unos días el silbidito ya no nos hacía tanta gracia, así que cambiamos de modo de divertirnos. No recuerdo a quién se le ocurrió la idea, pero de lo que estoy seguro es de que ese hombre tenía una amanita phaloides en el cerebro. Se trataba de apagar las luces de la sala de estudio, salir al balcón y dar un alarido lo más terrorífico, helador y aterrador que pudieran pulmones y garganta. Nos ocultábamos y contábamos cuanta gente se asomaba a la ventana, levantaba persianas, salía al balcón, corría temerosas unas cortinas, o corría a ocultarse en un portal... El que más gente hacía salir ese ganaba. Asín de fácil.

Los gritos que pegábamos eran realmente estremecedores, todos, pero el del rudo del silbido era increíble: primitivo, pelopincho, salvaje. Alguna cana se la debo a ese alarido. Ganaba siempre el tío. Como la canción "a nuestro paso se encienden, los balcones y ventanas..."

Una noche se hospedó en el centro un afamado e importante teólogo de la Universidad de Navarra. Uno de los primeros. Asistía a un congreso y por la cercanía a la sede decidió, en mala hora, residir esos días en nuestro club. Era un hombre muy exquisito, educado, como el duque de Windsord, pero con cleriman. Tenía politesse, que se dice. En la tertulia nos contó como estaba la Eclesiología en aquel momento, que para nosotros era lo mismo que si nos hablase de la influencia de la caña de bambú en las flautas de la Polinesia en el siglo IV. Hablaba muy bajito, con profundos silencios... no sé, se le veía un tipo muy listo y muy profundo. Tan listo y tan profundo que sólo le entendía su padre. Supongo.

Aquella noche fuimos a estudiar y a eso de las doce llegó el rudo. El rudo desconocía la existencia del Teólogo en nuestro centro. Y serían las cuatro de la madrugada y ya nos retirábamos a dormir cuando alguien le sugirió:

-Oye, ¿a que no vas a la habitación de fulanito, le pegas un hipoalaridohuracanado, cierras la puerta y nos largamos todos?

El tío que no, nosotros que, venga, que sí, que tú puedes. El que no. Nosotros, que a que no hay, que era un cagao, que no diríamos nada, que... y va el tío y dice "¿ a que voy?, ¿a que me atrevo?. Y allá que se fue, a la habitación donde dormía en serena paz ... ¡¡¡DON ECLESIATÉS ¡DE AQUINO!!!. Y abre el tío la puerta -creyendo que allí dormía un mingas del centro- y pega un alarido que aquel cura debió de ver a Orígenes castrándose, a Napoleón en minifalda, a San Agustín tocando la gaita en Escocia y al mismísimo Ratzinger saltando la comba a lo Clasius Clay. Se unieron los dos gritos, el del rudo y el del teólogo, en un horripilante caos de desenfreno gutural.

Salimos todos zumbando cada uno a su habitación, entre risas entrecortadas. Y pronto el silencio volvió a reinar en los pasillos.

Al día siguiente, en la oración de la mañana, apareció Don Eclesiastés con los ojos agüevadísimos y con cara como de muy, pero que muy cabreado, aunque a lo mejor era vida interior. En el desayuno no se habló del tema.

Después sí. Nos llamó el director y cayó un paquetorro -otro más- que temí la expulsión del entonces Instituto Secular... Al rudo tardamos en volverle a ver el pelo.

Envío foto de 'el rudo':

El rudo





Publicado el Sunday, 11 July 2004



 
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