Como todavía no le achuntamos a programar el riego automático, debemos chequear, de noche, si es que funciona o no. Acá “la calore” es cosa seria: dos días sin agua y el pasto se transforma en paja. De modo que a eso de las 12, antes de ir a dormir, me descalzo y camino hasta el fondo del jardín tanteando lugares secos y húmedos. Debajo de uno de los pinos, ayer encontré un machón seco. Tome la manguera y regué. Lo ideal en un jardín semisilvestre como el mío, es que haya ciertos entuertos e imperfecciones moderados por la misma belleza natural del conjunto, pero todo debe mantenerse verde y vivo para que sea bonito. Por eso la preocupación por el agua.

Una rápida mirada de vez en cuando, a ver si está todo vivo y verde. A veces, perdemos la costumbre de hacer estas revisiones, sobre todo cuando llevamos alguna cosa por ahí que nos resulta inabordable. Un sector que no podemos mirar y que hemos dejado abandonado. ¿Conviene echarle agua a esos sectores o hay que puro dejar que se mueran? La verdad es que no lo sé. Habría que ver las plantas. Capaz que al sacar una raíz seca, arrases con algo más. A veces meterse en ciertos jardines es como caminar en campo minado. Y sin embargo, yo soy de las que le echa agua a todo. De las personas que piensan que es mejor vivo que muerto y que todo sirve y aporta, incluso los malos ratos. Incluso los ratos imbéciles.

A algunos su experiencia policontusa en el Opus los tiene con sectores del jardín cercados con cinta de embalar. “No dentre para dentro, que hay puros muertos”, parecen advertir. Y está bien, a veces no se puede entrar no más y hay que clausurar el sector. Yo, simplemente digo que, a penas puedas, cómprate un rastrillo, ve a sacar la mugre y siembra algo lindo.

Lizzy Babieca