Me imagino con cuánta ilusión esperaría conocer cuáles serían sus encargos para el año que comenzaba. Y puedo imaginar en toda su hondura el tremendo vacío, aturdimiento y angustia que habrá sentido en todo su ser cuando ese día le dijeron que no iba a tener ningún encargo. Quizá le dijeron, con la delicadeza de mármol acostumbrada, que era “para su bien”, para que descansara, leyera, escribiera… Pero él habrá intuido en su corazón que detrás de esas palabras le estaban diciendo: "No contamos con vos". "No nos hacés falta". "Sobrás". "No te necesitamos ni te queremos trabajando con nosotros". Habrá sentido que para ellos, sus hermanos, ya no existía. Que su vida, que la había entregado gota a gota durante más de cuarenta años, ahora, a los 68 años, la tiraban, “tachada”, al cesto de los papeles. Habrá sentido que en ese instante toda su vida se convertía en humo y cenizas que a nadie importaba.

Este sentimiento de vacío debe de haber sido tan infinitamente hondo, que debe de haberse sentido expulsado de la vida misma en su totalidad. Debe de haber sentido que el mundo entero lo expulsaba, que ya no tenía lugar en la vida. "Estoy rechazado", escribió en el papel que se llevó en el bolsillo cuando saltó del andén, de noche, solo, ante la vista de una o dos personas anónimas como sombras nocturnas. Era un anoche tibia, serena, al final de la primavera, cuando los ruidos de la ciudad, y los colores de la vida comienzan a morir. Era un miércoles de Ceniza, como su vida.

En su casa nadie lo esperaba. Y a la mañana siguiente, un hermano suyo con quien había compartido misas y trabajos, notificado de su muerte en las vías del tren, lo negó: "No es conocido", dijo y firmó. Días después, en todos los centros se leería: "Interrogado Pedro, lo negó". Quizá haya sido ésta la última meditación que nos dejó el P. Danilo. Es un buen momento esta cuaresma para examinarnos en el Amor, antes de que nos llegue "el atardecer de nuestras vidas".

Pampa Salvaje