Acabo de leer el libro, en formato papel, de Antonio Esquivias (El Opus Dei: el cielo en una jaula, Libros.com, Basauri 2015) y debo confesar que me ha causado una grata impresión. Este sincero relato autobiográfico analiza con rigor los graves errores de la labor de gobierno de los directores de la Obra escrivariana, sobre todo, la no separación entre labor de gobierno y labor de dirección espiritual, siendo así que esa separación es exigida por el Derecho Canónico (cánones 202, 239,2, 240,2, 630,4) a todas las instituciones de la Iglesia para respetar la libertad de conciencia de los creyentes y para no manipular a nadie.

No voy a glosar aquí todas mis impresiones tras la lectura del libro, sino que tan sólo resalto la frase que más me ha emocionado. Antonio relata la situación de sus primeros momentos del proceso de desvinculación del Opus y confiesa su desconcierto y soledad: “Toda mi vida he tomado la iniciativa de acercarme a la gente, pero en este momento hubiera necesitado de alguien que se acercase a mí” (p. 124). Eso lo hemos experimentado todos en esa misma circunstancia: notábamos que la gente no comprendía qué era lo que exactamente nos pasaba. Y el contraste es amargo porque, siendo numerario, uno está a todas horas pendiente de los demás (para dar ejemplo de buen espíritu en el cumplimiento de la praxis, para hacer apostolado o proselitismo, para hacer correcciones fraternas, etc.); por eso, duele que, cuando necesitas de alguien que esté pendiente de ti en un momento duro, no aparezca para ayudarte. Me he sentido identificado con Antonio en este comentario.

Merecería la pena difundir mucho más el libro de Antonio.

Josef Knecht