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 Correos: LLORAR DE RISA.- Pinsapo

040. Después de marcharse
Pinsapo :

 

 

“Cuando la luz del día está en su cumbre, eres Señor Jesús, luz y alegría,

de quienes en la fe y en la esperanza celebran ya la fiesta de la vida.

Eres resurrección, palabra y prenda de ser y de vivir eternamente,

sembradas de esperanzas nuestras vidas, serán de ti cosecha para siempre.”

         Francisco Malgosa.

 

Todos los veranos en los primeros baños en el mar vuelven a escocer esas marcas dejadas en las piernas por el cilicio, esas pequeñas heridas que a veces nunca sanan del todo pese haber transcurrido más de diez o quince años desde su última utilización. Con la puesta de sol inigualable de la playa de la costa gaditana que frecuento, siempre se me viene a la mente la necesidad que tenemos, quienes hemos sufrido una similar experiencia en la obra, de la definitiva cicatrización de las llagas del alma, heridas que parecen leves, que se relativizan con el tiempo, les quitamos importancia… pero que no conseguimos hacerlas desaparecer, como ocurre igualmente cada verano con la sal marina en las lesiones de las piernas...



En el cine de verano de la parroquia de esa playa gaditana, tuve el placer de disfrutar con mi mujer e hijos de una película americana del año 2007 protagonizada por Morgan Freeman y Jack Nicholson, que interpretan a dos enfermos terminales de cáncer con vidas completamente opuestas que entablan amistad en el hospital y deciden emprender juntos un último viaje para hacer todas las cosas que siempre desearon. Freeman es un trabajador humilde, sacrificado y entregado a su familia; y Jack un soberbio y prepotente empresario multimillonario. Pese a sus diferencias, pronto descubren que tienen dos necesidades no satisfechas en común: la de aceptarse a sí mismos y las elecciones que han hecho en sus vidas, y la de aprovechar el poco tiempo perdido haciendo todo lo que siempre quisieron hacer y fueron postergando por una razón u otra.

Una de los más importantes tareas a realizar tras salir de la obra, es la de aprender a quererse a uno mismo (tan denostado allí dentro por el funesto olvido de sí), consecuencia de lo cual es dejar de juzgarse tan duramente a uno mismo, dejar en manos de la misericordia de Dios nuestras antiguas elecciones y todo nuestro pasado. Y la mejor manera de emprender este nuevo horizonte es luchar por disfrutar haciendo lo que tanto nos gustó y que siempre aplazamos, bien por esa lúgubre visión de la vida como valle de lágrimas a la espera de la vida eterna, bien por esa otra mala costumbre de pensar sólo en los gustos y preferencias de los demás, en condicionar nuestro tiempo libre y demás ocupaciones de forma exclusiva en lo querido por otros (familia, amigos, etc.).

Los dos protagonistas de la película mencionada, en su lista de asuntos pendientes van escribiendo cosas que merece la pena hacer antes de abandonar este mundo, y anotan: saltar en paracaídas, pilotar un deportivo en un circuito de velocidad, hacer un safari en África, escalar el Everest, ir en moto por la gran muralla China, visitar el Taj Mahal contemplar desde lo alto las pirámides de Egipto… y otras como ayudar a un completo desconocido o besar a la chica más bonita del mundo.

El tema central que se expone no es otro que la búsqueda del sentido de la vida, cuando se nos escapa de las manos, cuando hacemos balance por una causa u otra. Estando los dos protagonistas en lo alto, contemplando las pirámides de Egipto, cuenta el uno al otro que a los antiguos egipcios al morir les hacía dos preguntas, y en función de sus respuestas, se determinaba su entrada en el cielo egipcio. La primera es si había sido feliz en la vida. Y la segunda, a cuantas personas habías hecho feliz con tu vida. Jack no supo qué responder a esta última.

Se ha reabierto en los últimos tiempos el debate sobre la necesidad de autocrítica y expiación por ex miembros que cuando fueron directores o sacerdotes de la obra, con su actuar hicieron daño a tantas personas (rigorismo, proselitismo, frialdad fraternal, actitud mortificante, etc.). Se les reprocha, desde dentro y desde fuera de la obra, que en vez de criticar tanto a lo sufrido “por ellos” por la praxis de la obra, tan alejada de los ideales de primavera cristiana que les atrajeron en su adolescencia, se olviden de analizar y contabilizar los “sufrientes” de sus actos, inocentes objetos del voraz proselitismo, esos hermanos en la obra que tuvieron a su lado y con quienes fueron insensibles, a cuantos subordinados impusieron cargas morales insoportables.

Y reto yo a responder a la segunda pregunta de Morgan Freeman en Egipto: a cuantas personas hicimos felices viviendo dentro de la obra, en esos momentos en que siendo fieles a nuestra conciencia superamos con flexibilidad la severidad de la praxis de los centros, respondiendo a la voz de Cristo con autenticidad. He conocido a algunos en la obra, incluidos directores y sacerdotes, que sabían actuar sanamente con mano izquierda, saltándose la letra del criterio de turno, por el bien de la salud mental propia y ajena. Y pensando sobre las cosas que más rechazo me causaron por violentar mi conciencia, incluso formado parte de consejos locales, concluyo que fueron primordialmente dos asuntos: proselitismo y fraternidad reglada.

Ciertamente hay otros aspectos como la mortificación corporal en los que con el tiempo disminuye el ímpetu, minimizando el daño aflojando el cilicio y suavizando el ritmo de las disciplinas. Pero aquellos aspectos son esenciales por implicar necesariamente violentarse a uno mismo y a los demás, justificando traspasar el límite de la propia conciencia. A quienes nos repelía ejecutar el voraz proselitismo, finalmente solo aportamos “una o ninguna” vocación de numerario, pero con ese actuar hicimos felices a mucha gente a la que de veras tratamos de acercarlos a Cristo, en el amor matrimonial, evitando cualquier esfuerzo por atraerlos a una vocación que en el fondo no nos acababa de convencer y de la que nos fuimos desengañando.

Y de modo análogo con la fraternidad, cuando de modo consciente hicimos acepción de personas fomentando confidencias sinceras y de doble dirección con nuestros iguales, evitamos dar las gracias a correcciones fraternas absurdas y manipuladoras, contribuimos al desuso del paripé de la “enmendatio” en el círculo breve con acusaciones públicas por naderías. Esta bendita escala de grises de la vida nos consuela tanto porque nada hay blanco o negro en nuestra experiencia en la obra, por lo que esta autocrítica constructiva siembra de esperanza nuestras vidas con la verdadera luz de Cristo, ese padre amantísimo que nunca nos dejó de lado, y cuyos brazos llenos de misericordia nos hizo saber que nunca estuvimos solos, otorgándonos una luminosa luz de esperanza conforme avanzamos en el camino de la vida.

Una de las cosas que puso Morgan Freeman en su lista de cosas importantes de la vida pendientes de hacer fue la de “llorar de risa”, el no poder parar de reír de forma continuada hasta soltar lágrimas. A muchos nos hace bien tratar de recordar esos momentos del pasado en los que lloramos de risa, ya fuera por un chiste representado con ingenio o por cualquier situación cómica de la vida cotidiana. Nos enseña a reírnos de nosotros mismos y a tomarnos la vida con filosofía. Y así será más fácil algún día despedirnos como el protagonista de la película, con los ojos cerrados para las cicatrices de la vida y el corazón abierto a la esperanza de la alegría verdadera.

Pinsapo




Publicado el Wednesday, 09 September 2015



 
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