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 Tus escritos: Ignoraba que la perversidad nacía de la propia institución.- Fueraborda

020. Irse de la Obra
fueraborda :

Alguno de vosotros os habréis preguntado si con el escrito anterior terminaba al fin mi largometraje. Pues no. Por increíble que os parezca, yo sigo.

Ya os había advertido que mi sentido de la lealtad se saltaba la barrera de lo racional, lo cual no me enorgullece nada.

Llegué a mi casa, (lo siento, pero la casa de mis padres seguía siendo "mi casa"), hecha un trapo. Extremadamente cansada y confusa.

Al principio os dije que nunca me gustó la vocación que de niña creí tener, y la forma de vida no era nada de mi gusto. Pero aún así, yo siempre miré hacia adelante. Jamás se me ocurrió que podía dejar el camino. Incomprensible, pero cierto...



Si me fui a mi casa fue por puro instinto de supervivencia, y entonces sí, por primera vez, y cuando me recuperara un poco, tendría que replantearme mi vida. Lo que tenía muy claro es que de esta forma no iba a seguir. No me estaba ganando el cielo (a estas alturas ni que decir tiene que yo no creía en el cielo), y además estaba haciendo algo que no debía ser muy grato a Dios, que era cavarme mi tumba. Sabía que Dios nos quería felices, luego algo fallaba.

Pasé unos días en la sierra, viví a mi aire, paseaba, y poco más. Me propuse no pensar hasta no estar en condiciones. Mi mente estaba muy confusa, mis recuerdos muy revueltos, y mi herida muy sangrante.

Y al cabo de unos meses, cuando me sentí algo repuesta, volví. A pesar del rechazo a ser numeraria, volví. Increíble pero volví.

¿Qué es lo que me hizo volver? Creo que dos cosas. La primera, que todavía no había eliminado del todo la posibilidad de que fuera cierto lo de la llamada de Divina. (A pesar de mi escasa religiosidad y mi debilitada fe) y la segunda, un error de base que no entendí hasta pasados los años: ingenua de mí, yo seguía pensando que había tenido mala, muy mala suerte con las personas. (Desde la delegación por algún extraño motivo quisieron machacarme despiadadamente). Pero lo que yo ignoraba era que la perversidad estaba en la propia institución. Artículos muy brillantes hay en la web, a los que Agustina os podrá remitir, sobre este fenómeno. Como bien decía Antonio Ruiz Retegui, la obra es una estructura de pecado.

Y volví. Naturalmente volví con mis condiciones. Pocas condiciones, pero indispensables. Quedarme en mi ciudad, y que no soportaría que me metieran el dedo en la llaga, y lo meterían a la menor señal de desconfianza.

En honor a la verdad, tengo que decir que en algún momento,-no recuerdo cuándo, pero recuerdo quién- una directora de mi anterior delegación me pidió perdón. Reconoció que se habían equivocado, y me pedía disculpas en nombre de la obra. No recuerdo más.

Ciertamente, el trato que me dispensaron en mi nueva delegación fue muy distinto, y me movía con confianza. No tenía que obedecer a cosas extravagantes ni me tenía que hacer extrema violencia, las cosas se desarrollaban con naturalidad.

Eso sí, tenía que recuperar mi fe. Y naturalmente, seguir recuperándome, pues mi desmemoria había quedado con serias secuelas, y mi disco duro funcionaba muy, muy lentamente. Tardaba en entender, y me costaba registrar.

Pero el médico me dijo que tan sólo tenía un "surmenaje", el muy cursi! Que tardaría en recuperar pero que no tenía enfermedad mental ni de otro tipo.

Así qué les faltó tiempo para volver a la carga con lo de no ser gravosa, y busqué trabajo, de nuevo una larga colección de fracasos se sumaron a los anteriores, lo cual no favorecía en nada mi recuperación.

Por suerte, me habían asignado la habitación de servicio, allí, al fondo de un largo pasillo, y me faltaba tiempo para llegar y tumbarme en la cama, la cual era para mí como un imán del que me costaba despegarme.

Todavía yo me desorientaba por la calle, me confundía mucho, y me costaba la expresión verbal, debido a la lentitud de mi mente. Era normal que no pudiera mantenerme en los trabajos que encontraba.

Pero aun así, empezaron a caerme los encargos correspondientes: encargada de grupo, etc...

A pesar de ello, me iba recuperando. Aunque no era capaz de centrarme en el trabajo y mis confusiones eran continuas, gradualmente notaba mi cabeza más despejada, y crecía mi capacidad de discernimiento.

No tardé en plantearme cosas que no veía claras y a darme cuenta de que con frecuencia mi conciencia no estaba de acuerdo con lo que hacía. Que no veía acertadas algunas de las cosas que tenía que decir al impartir los medios de formación, y por supuesto, lo mismo me pasaba con los consejos que tenía que dar en las llamadas charlas fraternas.

Vi con claridad que vivía dentro de una gran incoherencia, y que eso me dividía en dos. Y que, como consecuencia, por unidad de vida, salud espiritual y mental, ya no iba a entrar más en el juego de la dirección espiritual. Que no contaran más conmigo ni para impartir ni recibir ningún medio de formación. No era un capricho: era seguir el dictamen de mi conciencia. "Vosotras veréis si puedo continuar en la obra o no".

Naturalmente, se alarmaron muchísimo y me llevaron a hablar con algunos don menganos y doñas menganas, a los que les expliqué el asunto con la misma claridad con lo que yo lo veía.

Lo primero que se les ocurrió (no salían del formato) fue mandarme a un curso de retiro, a ver si recapacitaba, con la dispensa de acudir a los actos que quisiera. Y me recomendaron la lectura de tres libros.

Aquellos libros me ayudaron a ratificarme en mi convicción, y así lo dije. Su lectura fue un punto clave para ver con claridad que no debía seguir en la obra.

Y todavía recibí un segundo empujón, que fue definitivo. Tuve que acompañar a una persona a la clínica universitaria de Pamplona, y allí, en el oratorio, observé como un joven conducía a un sacerdote mayor que iba en su sillita de ruedas. Y me vino a la mente: "cuando eras joven ibas a donde querías, pero cuando seas mayor, te llevarán a donde no quieres", y fue entonces cuando acabé de comprender que no podía dilatar más la decisión, y debería pedir la dispensa ya. Y así lo hice, para sorpresa de todos.

No me negué, ¿por qué iba a hacerlo? a hacer una nueva ronda de salitas y confesionarios de alto standing, y una vez más, comprobé la simpleza de argumentos, y la incapacidad total para ponerse en pellejo ajeno.

No entendían que yo no me marchaba de la obra por enfado, ni por haber recibido muchos palos injustificados e injustos, (tema, por otro lado, del que yo no me había quejado) yo me marchaba porque dentro de la obra no se podía vivir honestamente. Pero no se enteraban, los muy cerriles. ¿Podéis creer que casi el único consejo consistió en que le pidiera al fundador ayuda? Pocas veces he comprobado mayor falta de entendimiento. Lanzaban los dardos en dirección contraria; no tenían remedio.

Y así, de forma muy fácil, con una mano delante y otra detrás (error que subsané más tarde), me acosté aquella noche con enorme felicidad, sin tres Aves Marías en cruz (que bastante cruz había tenido), sin preces, sin serviams, y sin besar e l suelo. Tan sólo besé a mis ancianos padres. Y dormí sin poner el despertador, y a pierna suelta. Y al día siguiente fui en camisón a la cocina, y no me hice la cama. Mis músculos se relajaron, y volví a pisar un terreno seguro, un ambiente plácido.

Os cuento que, aunque yo entonces no esperaba nada de la vida, y sólo por el hecho de vivir sin coacciones en la conciencia, estaba relajada y feliz, la vida me dio más.

Primero me dio el poder abrirme a la amistad. Descubrí que era una persona abierta y sociable, y contar con la verdadera amistad superó en mucho mis expectativas. Con la libertad de expresión se me abrió un amplio panorama que me dio alas. Contar con personas a las que podía llamar amigas, que se ponían en mi lugar y me apoyaban, me abrió un nuevo panorama ante la mi vida.

La obra me dio algo de dinero, no por gusto, sino por coacción. Me alquilé un apartamento con mucha luz y terracitas desde las que se divisaba la puesta de sol en la sierra de Madrid.

Y sin buscarlo, me topé con la persona con la que hoy estoy felizmente casada, y que me ha animado a escribir aquí esta historia de mi vida, por lo que pueda ayudar a los demás.

De vez en cuando me encuentro con personas de la obra. Aunque ellas suelen verse desconcertadas y no saben qué hacer, a mi me gusta abordarlas, saludarlas con cariño, preguntarles si necesitan algo, y decirles que el rejalgar no existe.

Gracias a todos, amigos que habéis compartido mi historia. Me gustaría ser amiga de cada uno, y estaría encantada en charlar con el que quiera. Un abrazo con todo mi cariño,

Fueraborda

P.D. Tenía pendiente acordarme la calificación de la directora de san Miguel cuando me acompaño al psiquiatra. "Gafe" era la palabra que repetía continuamente, a modo de tic.

Otra P.D. Al dejar la obra, me quise hacer un chequeo médico, y el resultado fue estrés post traumático. Sin alarmas. Se cura solo.

Fueraborda 

F I N

Todos los capítulos en PDF  




Publicado el Monday, 25 July 2016



 
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