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 Libros silenciados: Una historia más.- Lupe

078. Supernumerarios_as
Lupe :

Una historia más (I)

Lupe, 14/02/2018

 

Hay acontecimientos que promueven cambios radicales en la vida de una persona. Tal vez sucesos significativos, tal vez pequeñas cosas. Uno nunca sabe cuál será el detonante para que de repente su vida tome un rumbo que apenas semanas atrás habría considerado imposible. Eso me sucedió a mí. Era supernumeraria. Muy entregada. Muy abnegada. Muy de Casa. Una noche luego de una experiencia perturbadora el día anterior:

“…tú tómate el tiempo que necesites para pensar qué quieres hacer. Mientras tanto dormiré en otra habitación. Si quieres cancelamos el viaje. Ya no soy un niño para que tú y tu Opus Dei me digan cómo tengo que vivir”…



Entendí perfectamente. Conocía suficientemente a Eduardo como para darme cuenta al instante lo que le estaba sucediendo. Se había cansado. Simplemente eso. No soportaba más la situación. La vida de un padre de familia numerosa y pobre, al estilo Opus Dei, ya no le cuadraba.

Acababa de cumplir 40 años; estaba forjando una carrera brillante; todo en su vida parecía estar bien encaminado. Digo bien, parecía, porque en el fondo tenía todo lo que alguna vez había soñado, pero no tenía lo fundamental cuando uno está casado: le faltaba su mujer. Trabajaba mucho, cerca de 12 horas al día y los fines de semana (si no estaba en un congreso o viaje de negocios) los dedicaba a su familia. Por supuesto que su esfuerzo era recompensado por la empresa; cobraba a su edad una nómina muy superior a la media de sus colegas en el mismo rubro, conducía un deportivo alemán, viajaba en primera clase y a su familia no le faltaba nada. Pero…

Como muchas cosas en la vida, la felicidad nunca es completa. Eduardo estaba casado con una supernumeraria del Opus Dei. Bastante guapa ella (si se me permite el piropo); educada, bien arreglada, siempre con una sonrisa en los labios. Una mujer que lo complementaba en toda reunión social, sea un encuentro informal con colegas, sea en un cóctel en una embajada. Una mujer de la que se quedó prendado no bien la conoció cuando ella tenía 19 años. Una chica entonces poco convencional. Provenía de una familia distinguida; era atenta, simpática, y cristiana. El prototipo de esas mujeres cristianas de hoy y de siempre (quien leyó el libro sabe de qué hablo). Y discreta. Sobre todo discreta. Esa cualidad la aprendió en su hogar. Ya desde pequeña participaba de las tertulias de mujeres los domingos en el patio de su casa. Su madre, su abuela, sus tías y allegadas comentaban, refresco de por medio, los acontecimientos sociales de los últimos días. Se hablaba sobre todo de los hombres de la familia, de otras mujeres no presentes, de amores bendecidos y amores prohibidos. Es decir, todas esas cosas que hablan las mujeres cuando tienen tiempo y nada mejor que hacer. Y la abuela –con la autoridad que otorgan los años- siempre decía a las pequeñas de la casa: las niñas buenas escuchan pero no repiten. ¿Está claro? Una buena mujer debe ser muy astuta, debe saber todo lo que acontece a su alrededor pero nunca decir nada. Como la Virgen: ella guardaba siempre todo en su corazón. Era discreta; la Virgen era muy discreta.

En fin, nuestro noviazgo fue de libro de la colección Hacer Familia. Eduardo se había criado en una familia Opus Dei, como yo; había estudiado en un colegio marista y todo lo que yo proponía como ideal de familia cristiana le era conocido. Nunca cuestionó ninguna de mis actitudes mientras fuimos novios. Yo no había conocido varón. Él sí sabía de mujeres bastante más de lo que hubiera yo deseado. Sin embargo no me importaba. Yo estaba fascinada con este príncipe encantador que se había fijado en mí y él me adoraba. Nuestras familias estaban encantadas con nuestra relación y esperaban ansiosos el momento en que anunciáramos nuestro compromiso. Ocurrió a los pocos meses. Apenas finalizó sus estudios nos casamos, yo contaba 21 años. A los 11 meses nació nuestro primer hijo...

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Publicado el Wednesday, 14 February 2018



 
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