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 Tus escritos: No se va de mi memoria (V).- Dax

010. Testimonios
Dax :

Llegó mi primer curso anual. Estaba en primero de carrera, y me coincidía con los exámenes de septiembre, así que tenía cero ganas de ir. Lo dije. “Te vas”, me dijeron. Así que me fui. El que obedece nunca se equivoca. Me gané allí mi primera corrección fraterna, por darle las gracias a la que servía de la administración cuando me trajo el plato. Recuerdo el forcejeo con el que me la hizo.

- ¿Por qué no le puedo dar las gracias? Si además estaba buenísimo.

- Sí, si a todos nos encantaría, pero nuestro padre decía que se les darán las gracias en el Cielo. Con la administración solo habla el director, que para eso tiene la campanilla.

 - Ah vale.

Los intrincados engranajes de esta máquina de pensamiento surrealista que es el Opus Dei habían echado a andar en mi cabeza. Era todo incuestionado. Dios mío, ¿qué iba yo a decir, si nuestro padre tenía conexión directa con el Cielo, al igual que los directores?...



Aquel primer curso anual fue también la ocasión de oír algunas maravillosas perlas respecto a la guarda del corazón y el trato con las personas del otro sexo. Como por ejemplo en aquella charla:

 - Ojo con los besitos de las primas y demás familiares, que se nos meten en el corazón. Hay que tener presente lo que decía aquel de casa, que era muy bruto: ¡Primas! ¡Con P de putas!

A lo que siguió una carcajada general en la que dos o tres nos miramos estupefactos. Recuerdo también la meditación, más fina y más profunda:

- Si tu hermana te dice: “hoy voy a venir a casa a estudiar con las de mi club”, pues evitas estar en casa. Porque todo nuestro amor es para el Señor. Es como si una compañera te pide los apuntes “¿me dejas los apuntes?” No quiere tus apuntes, te quiere a ti. Porque las chicas no son tontas, y saben lo que vale un tío de casa. Así que mejor la cortas y le dices “no, que te los deje otro”.

O esa divertidísima tertulia, en la que el que luego sería director espiritual de la delegación, contaba una anécdota:

- Y allá que se fue este de casa al monte, con un amigo y su novia. Nada más llegar, su amigo se torció el pie levemente, y les dijo: “no, pero seguid vosotros, yo me quedo aquí”. Así que siguieron, y al poco ese de casa hizo como que se tropezó con una piedra, y se tiró al suelo entre grandes alaridos: “¡ay, ay! Yo también me he torcido el tobillo”. Y se volvió con la novia del otro. Y es que hay que hacer lo que haga falta, para no quedarse nunca a solas con una mujer.

O en la primera charla de aquel curso anual, me decía el tipo con el que hacía la confidencia:

- Bueno, nos vemos mañana. Me voy ahora a cenar con unos amigos. Y viene la novia de uno, pero bueno, por eso voy también, porque viene solo una. Si vinieran más, no tendría ningún sentido que yo estuviese allí.

Conste que no le pedí ninguna explicación de nada, ni tendría por qué haberme dicho siquiera que se iba a cenar con unos amigos.

Este era el mismo que, al año después, sorprendía a los chicos de san Rafael diciéndoles, en la charla de pureza, que no tuvieran miedo de contar nada respecto de este tema:

- ¿Que le has medido la picha a tu perro? Pues nada, te confiesas y ya, no pasa nada.

Recuerdo aún el desconcierto de uno de los chavales diciendo que a quién se le ocurriría hacer eso. Yo, que hasta llegar a la Obra había tenido más amigas que amigos, no entendía tanta medida de prudencia (eufemismo de miedo patológico) y, torpe de mí, lo preguntaba inocentemente:

- Pero, ¿por qué no puedo tener una amiga? Aquella chica, que ha sido mi amiga desde los trece años… ¡Si es que no va a pasar nada!

- No podemos fiarnos de nosotros, y tenemos que vivir las medidas de prudencia que están previstas, que son de sentido común. El hombre es fuego, la mujer estopa, y viene el diablo y sopla. Nunca te fíes. Ni aunque te caigas de viejo.

Todo aquello empezó a hacer mella en mi alma y en mi psique, hasta el punto de llegar a entrar en verdadero pánico cuando hablaba con una mujer. Llegué a sentir una culpa inmensa si hablaba con alguna compañera, aunque fuese por necesidad. Me parecía que estaba buscando cubrir un afecto, que estaba cediendo a las tentaciones del corazón, que estaba siendo infiel, que no iba bien. Lo cual era reforzado por la actitud de los directores, que o bien afirmaban que no lo hacía bien si hablaba con una chica, que iba buscando algo, o bien callaban, en lugar de corregirme, y decirme: ¡pero que no, bobo, que no pasa nada!

Con el paso de los años, estos miedos reforzados llegaron a provocarme una crisis de ansiedad. Tras ella, pedí por favor ir a hablar con un psiquiatra. Me mandaron a uno conocido en mi ciudad de origen (por aquel entonces, ya llevaba yo bastante tiempo en un país lejano). Le conté todo el tinglado, y me dijo:

- Mira, hay ahí una componente obsesiva. El problema lo tienes tú, no la Obra. Tienes que perseverar. Si dejas la vocación sabes que incurres en culpa, aunque luego el Señor sea tan bueno que lo pueda perdonar, si haces la penitencia conveniente. Seguimos hablando. Cuando se acercaba el final de la hora me dijo:

- Ven a verme una vez al mes. En cuatro o cinco sesiones lo hemos resulto.

- Va a estar francamente difícil, dada mi circunstancia.

- Bueno, pues no te preocupes, mira. Te voy a recetar “escitaloprem”. Es una medicina que toman millones de personas en todo el mundo. Si no quieres heteroterapia, pues autoterapia. Te lo tomas durante seis meses y luego volvemos a vernos.

Salí con una profunda rabia de la consulta de aquel médico, devenido ahora pez gordísimo. Salí lleno de ira, aunque el vocal de San Miguel ya me había preparado, diciéndome que me alegrase si me daba pastillas:

- Esto es como uno mayor de casa, que lo está pasando mal y me dijo: ¿verdad que le médico me va a mandar pastillas?

Salí prometiéndome que no tomaría aquella mierda, que se la tomase el doctor o su santa madre, y que yo iba a enfrentar el problema mirando a los ojos a aquel temor horrible. Cuando se lo dije al vocal de San Miguel, no dijo mucho. Solo me recomendó (aún no sé por qué, pero sospecho que está detrás el Espíritu santo) que hiciese la lectura con [el documento interno] “De Spiritu”. Cosa rara, más para un pequeño agregado como yo. Así lo hice, aún con el calentón del matasanos aquel. Llegué al punto 35: 35.

“Hemos de cuidar esmeradamente tres puntos fundamentales, que proporcionan la felicidad en la tierra y el premio en el Cielo: la fidelidad —firme, virginal, alegre e indiscutida— a la fe, a la pureza y al propio camino o vocación [10]”. Con su correspondiente nota al pie, número 10: “Los miembros de la Obra, en sus relaciones sociales y profesionales con personas del otro sexo, viven las normas de prudencia que dictan el sentido sobrenatural y el sentido común cristiano. Así, por ejemplo, con un compañero o compañera de otro sexo no se quedan nunca a solas —ni por razones excepcionales o urgentes— en la oficina, en la clínica, etc.; ni se visitan en sus respectivos domicilios; si han de hacer alguna gestión juntos fuera del lugar habitual de trabajo, nunca van los dos solos, sino que les acompañan también otras personas, o bien se dan cita en el lugar en el que deban hacer ese trabajo ocasional. Por esto, como principio general, los varones tienden a no tener secretarias, enfermeras, etc. Si esto no es posible, viven la grave responsabilidad de buscar a una persona católica, de buena fama y que, por su edad y situación familiar estable, reúna las condiciones exigidas por la prudencia. En algún caso, las particulares condiciones de trabajo pueden exigir, como medida excepcional, que se cambie de ocupación.”

En aquel momento, al leer esas palabras, la rebelión acumulada de años de preguntar y no entender, implotó dentro de mí. Sencillamente supe que no estaba de acuerdo con eso. Que no lo veía, que no lo iba a compartir jamás. Que, después de doce años de haberme machacado a mí mismo con la desconfianza, como si fuese un monstruo o un animal, no iba a permitir más el no estar en desacuerdo con aquella nota al pie que me parece, aún hoy, una auténtica atrocidad.

Aquel día supe que había recuperado mi conciencia.

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Publicado el Monday, 25 June 2018



 
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