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 Tus escritos: La lucidez del subdirector cantautor.- Pinsapo

010. Testimonios
Pinsapo :

LA LUCIDEZ DEL SUBDIRECTOR CANTAUTOR

Pinsapo, 10/10/2018

A principios de los años 90 internet no existía para el gran público, y la estructura de la Obra funcionaba sobre ruedas apoyada en la Propaganda (ad intra y ad extra). Se consolidó un sistema normativo con pretensiones de colmatar cada minuto de la vida de forma agotadora, cada rincón de la mente y del corazón. Ante una estructura imponente sin fisuras, sin exposición a la crítica, tan sólo en algunos momentos mágicos de lucidez algunos poníamos en cuestión la bondad del opresivo sistema.

El gigantesco e inmediato caudal de información de internet al que todos acceden hoy ha neutralizado el arma la de Propaganda por completo, resultando ridícula la pretensión de la censura (correos, libros, películas), más que por su inutilidad, porque revela miedo a la libertad. Es absurdo tener publicaciones “internas” guardadas en armarios bajo llave, instrucciones “inmutables”, guiones de charlas de formación (uniformación). La pretensión de tan ridícula estrategia fue impulsar vidas de mentira tomando por tontos a buenos cristianos…



El huracán de la Historia barre todas las estructuras caducas, todo lo artificial, falto de verdad, de coherencia, de autenticidad. La mayor arma del siglo XX con la que se forjaron los imperios modernos fue la Propaganda, y ese fue el secreto del éxito de la obra que forjó su crecimiento y consolidación. Pero por encima de las montañas de poder, apariencias, cadenas de favores, influencias… se abre paso solo lo auténtico, y cae con estrépito lo falso, lo venenoso, lo tóxico. Con esa imponente fuerza de la verdad se abrió Jesús camino en la Historia ante el poderoso y pagano Imperio Romano y entre la farisaica sociedad judía.

Subdirector de un grupo del centro de estudios, que llegó a profesor universitario con un gran expediente académico a base de robar horas al sueño. Cantaba tocando la guitarra sugerentes canciones de Silvio Rodriguez, revolucionario cubano, que nos evadía para salir mentalmente del pozo en que estábamos inmersos los jóvenes e inexpertos numerarios. La más repetida era “Unicornio”. La oigo mientras escribo. Parece que ser que el poético cantautor identifica la búsqueda de su unicornio azul con la de la inspiración, pero a algunos nos evocaba la búsqueda de momentos de lucidez. Esos que nos impulsaban a pensar por nosotros mismos, a coger las riendas robadas de nuestras vidas, que nos movían a dejar de fustigarnos, de despreciarnos y a poner fin al atropello de nuestras conciencias por esos elefantes que disfrutaban pisoteándolas.  

La canción apela a cada uno a recuperar su unicornio azul perdido, recobrar esa lucidez de los momentos en que uno caía en la cuenta de la falsedad de la burbuja. Pudiera ser aquel momento de oración en el majestuoso oratorio, impregnado de olor a incienso. O en un paseo solitario por el empedrado con gigantescos eucaliptos de Pozoalbero. O en un receso tras largas horas de estudio antes de los exámenes de la Facultad. Muy a menudo la voz del unicornio era acallada por el estruendo de la majestuosa maquinaria del sistema con su diario chantaje moral (charlas, meditaciones, oraciones, círculos, preces, pax-in aeternon, requiest cant in pace…)

Mi unicornio azul ayer se me perdió,

pastando lo dejé y desapareció.

Cualquier información bien la voy a pagar.

Las flores que dejó no me han querido hablar.

 

La suave melodía del “unicornio” era continuamente reclamada, en cualquier celebración, por los más entusiastas jóvenes con cierta sensibilidad, ante la cara de pánico de directores y sacerdotes, que se veían incapaces de parar algo que, sin saber por qué, se les iba de las manos. A la tercera canción de Silvio, esos pacatos directores imploraban un cambio de tercio a Perales o Mocedades, y para terminar de cargarse el ambiente, imponían el arcaico cancionero de casa. Era el paso previo al rezo del rosario “en familia”, multitud que desfilaba como zombis sin rumbo por las galerías del Colegio Mayor. Método seguro de quitar las ganas de pensar por uno mismo.

Ese unicornio azul evoca la añoranza del amor verdadero, la sed de verdad ante tanta doblez, fingimiento, falsedad, ante una vida tan artificial y vacía. Pero sólo unos pocos lo advertían en aquella escuela oficial de clones de numerario perfecto, donde la consigna era vaciarse del ego para actuar “ad mentem patris”, dejarse mangonear sin rechistar como barro en manos del alfarero tramposo y abusón. Las canciones de Silvio el cubano, revolucionario y educado, destilan dulzura. Fomentaban la complicidad entre quienes nos dolía el alma atrapada en una ilusoria vocación inducida por fecundación artificial.

Mi unicornio y yo hicimos amistad,

un poco con amor, un poco con verdad.

Con su cuerno de añil pescaba una canción,

saberla compartir era su vocación.

 

Mi querido subdirector “hacía cabeza” en una convivencia de estudio en la que, sin que sirviera de precedente, nos dejaban en paz para estudiar en serio muchas horas seguidas, sin interrupciones constantes como en el centro de estudios, en el último intento de salvar el curso en los exámenes de junio. Era un fenomenal cortijo de la campiña gaditana propiedad de la familia de un numerario, cercana a Las Cabezas de San Juan, donde acudíamos diariamente a la misa de las 8 de la mañana en un convento de clausura. Allí sí se respiraba la autenticidad tan desconocida en nuestra triste rutina.

En aquella convivencia pude hacer con el subdirector cantautor una de esas charlas verdaderamente fraternas. No fue una confidencia propia de las del guión-tipo hecha para cubrir el expediente en el que el discípulo dice lo que quiere oír el superior, y éste agradece que no le compliquen el día, monótono reporte sobre normas, costumbres, apostolado, pureza y demás preocupaciones razonables. Aquella fue una confidencia que quería reflejar el estado real de decepción e impotencia ante las incongruencias de tan extraña vocación, queja ante la fastidiosa exigencia de absurdas minucias, de la pérdida por las rendijas de los ideales nobles prometidos al entrar, de no ver a Dios en el salvaje proselitismo inducido por la “praxis oficial”, de la imposible y titánica tarea que se nos imponía de día tejiendo la tela de Penélope que aparecía destejida tras la noche.

Mi unicornio azul ayer se me perdió,

y puede parecer acaso una obsesión,

pero no tengo más que un unicornio azul

y aunque tuviera dos yo solo quiero aquel.

Cualquier información la pagaré.

Mi unicornio azul se me ha perdido ayer, se fue.

 

Los consejos del subdirector en aquella charla dentro del coche, mirando al horizonte de la preciosa puesta de sol, fueron muy reconfortantes, sobre todo por el lenguaje no verbal. Aunque de palabra mencionaban a la necesidad de pedir luces a Dios, por su tono melancólico y la expresión de su mirada (triste y asertiva), trasladaron el mensaje subliminal: busca con obsesión tu unicornio azul, tu momento de lucidez y agárrate a él. Solo así podrás escapar de una vida que no es vida por ser artificial. Y a los pocos años me alegró saber que mi subdirector cantautor se casara con una preciosa joven, mujer extraordinaria, comprensiva, dulce y alegre. Aquella que encontró cantando en el histórico local de Sevilla “La Carbonería”, enamorándola con la melodía del “Unicornio”, y también con “La canción del Elegido”, pues como sugiere su letra, buscó y encontró su meta, una vida plena junto una compañera amable:

Fue de planeta en planeta buscando agua potable,

Quizás buscando la vida o buscando la muerte

Eso nunca se sabe

 

Quizás buscando siluetas o algo semejante

Que fuera adorable, o por lo menos querible,

Besable, amable…

 

 




Publicado el Wednesday, 10 October 2018



 
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