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 Tus escritos: Opus Dei: al día de hoy, sin cambios en su esencia.- E.B.E.

040. Después de marcharse
ebe :

Yo había pensado no escribir ni pensar más acerca del Opus Dei. Se lo comuniqué en su momento a mis conocidos más cercanos, para que supieran que si no escribía, no era porque la Tierra me había tragado sino porque daba por terminada una etapa (que la está, por cierto). Pero el problema de dejar un vicio como el del Opus Dei –tiene algo de patológico la relación que se establece con la prelatura, sobre todo en el caso de los célibes- es que dicha decisión no depende sólo de quien padece tal situación sino también de cómo actúa la otra parte, es decir, del hecho de que el Opus Dei sigue existiendo sin prácticamente haber cambiado un ápice (salvo cambios que llamaría accidentales). Luego de reflexionar un poco, me pareció que el siguiente relato podría valer la pena contarlo, ya que no todos los días se tiene un encuentro del siguiente tipo. Sucedió no hace mucho.

Era viernes, ya terminando la semana y terminando el día, diez minutos antes de cerrar las puertas del lugar de trabajo. Ni un alma en la calle, prácticamente todo tranquilo, rondando el aburrimiento, listo para empezar el fin de semana de un chapuzón.

En ese momento, un sonriente hombre, entrado en años y con cierta calvicie, bien vestido (como si estrenara ropa ese mismo día), llama a la puerta...



Le encontraba conocido, un aire a viejo cliente. Estaba casi seguro de que él había pasado días atrás y volvía a buscar algo o a preguntar por algo. Le abrí la puerta, sonriente también por mi parte, sin aún haber cruzado palabra alguna. No lograba en mi cabeza encontrarle el nombre a esa cara conocida, pero estaba seguro que era algún cliente que ya había venido recientemente. Cuál fue mi sorpresa cuando se acercó y me dijo "soy fulano". No sé si quedé boquiabierto, pero algo así sentí para mis adentros. No lograba por mi parte hacer coincidir su nombre con la figura que veía. Se trataba de un ex director regional del Opus Dei (devenido en director local, ahora) que no veía hacía más de veinticinco años, treinta tal vez. No salía de mi asombro. No entendía nada. Viernes, última hora, terminando la semana, faltando nada más que diez minutos para cerrar el negocio, se aparecía este hombre, sin haberse previamente anunciado, al menos telefónicamente, luego de casi treinta años. Se me presentaba un tanto confusa la situación. Porque, debo reconocer, como tantos otros, yo también había tenido sueños con el Opus Dei, pero en este caso la pesadilla se hacía realidad y tal vez esas recurrencias oníricas tenían su raíz en el temor a un posible reencuentro como este.

¿Qué interés podría tener en mí una persona que apenas había tenido algún trato conmigo –jamás habíamos charlado, yo sólo recibido clases impartidas por él en el Centro de Estudios o algún curso anual- y se presentaba "espontáneamente" –sin agenda, en teoría- con la apariencia de un viejo amigo que hace años desea encontrarse conmigo?

La respuesta es fácil: no venía motu proprio sino porque alguien le había dicho que viniera (alguna nota de Roma, de la Comisión, etc., da lo mismo; debo aclarar que ya el cura del centro, donde vive este numerario, había querido hablar conmigo y yo no le había dado pie a ello).

Ya empezaba mal la cosa: fingiendo (engañando).

Breve digresión:

La prelatura como tal necesita justificar su conciencia frente a sí misma, y los directores sentir que han hecho las cosas bien y las siguen haciendo bien. No les interesa tanto el otro como ellos mismos. Esa generosidad aparente es puro ombliguismo, no ven más allá de sus narices.

Esa actuación es un anzuelo y el peligro es caer en la trampa como un pobre inadvertido pez, sobre todo si se pasa por una etapa de baja autoestima. Y en el Opus Dei están a la caza de la vulnerabilidad ajena, tienen un olfato especial para ello (no sólo para provocar la crisis vocacional, también para reconvertir ex miembros, obtener posibles herencias, etc.). Al parecer eso pensó este director, que yo me encontraba lo suficientemente vulnerable como para caer en el anzuelo de su seducción de afectos, pero el tiro le salió por la culata.

Continúo.

Sus siguientes palabras no aliviaron mi perplejidad interior sino más bien la aumentaron. Me dijo, más o menos, lo siguiente: «vine a verte para saber cómo estás, pues me imagino que no debes tener con quien hablar salvo con tu mamá y tal vez te vendría bien hablar con alguien más» (contexto: desde hace un tiempo, estoy cuidando de mi anciana madre).

Imaginemos la escena: luego de veinticinco años, aparece un fulano en el trabajo, a última hora de la semana, cuando ya parece que no hay más nada que hacer que irse cada uno a su casa, y se presenta con semejante frase. Como se diría en España, yo alucinaba. Jamás me habría imaginado que alguien hubiera atentado contra mi autoestima de una forma tan educada. Este director, previamente a visitarme, hizo una cierta investigación de campo sobre mi situación personal, pero un tanto sesgadas fueron las conclusiones que sacó y que además se apresuró a expresarlas frente a mí.

Debido a la educación recibida de mis padres, como le sucede a tantos otros, reprimí mi primera reacción y educadamente le dije que por mi parte no tenía ningún problema porque tenía amigos con los cuales hablar de lo que yo quisiera. Me sorprendió la presunción ideológica desde la cual él hablaba, dirigiéndose a mí desde una superioridad moral y "sobrenatural" completamente ridícula (qué gente tan extraña esta, que no cocina, no se lava la ropa, no suele trabajar –los trabajos internos no son trabajos-, que la mantiene todo un sistema, gente que vive en una artificialidad tan particular, tan extraña…). Evidentemente él me situaba a mí en una situación de rejalgar propia de quienes han dejado "la barca". El se veía como un hombre feliz y me veía a mí como a un desgraciado. Bueno, lo mismo podía yo decir, en sentido contrario.

Era como para decirle: "hace tanto que abandoné el Opus Dei que no sé de qué m… me estás hablando". Pero bueno, como digo, la educación me impedía reaccionar con absoluta espontaneidad.

Era todo confuso: no estaba seguro de si seguir hablando con él o cortar la conversación y despedirlo amablemente, o tal vez aprovechar la ocasión para decirle tantas cosas… pero ¿tenía sentido algo así? ¿Para qué hablar y perder tiempo, con todo el tiempo ya perdido habiendo estado dentro? Pero sobre todo, ¿qué hacía yo hablando con un director del Opus Dei un viernes a última hora del día?

Como dije anteriormente, su figura era cordial, educada, agradable como la de un abuelo, por lo cual podía resultar difícil hablar duramente de cualquier cosa y en este caso, del Opus Dei y el daño que ha venido dejando a diestra y siniestra. Procedí a decírselo, eso, y varias cosas más.

Antes de empezar yo con mi puntos de vista, digamos, me dijo que «el mundo había cambiado mucho» (dando a entender que el Opus Dei también), que en la residencia donde él estaba ahora, de veinte residentes sólo uno era practicante y que todo era muy difícil a nivel apostólico. Le dije que era comprensible y evidente, y que no me imaginaba cómo alguien hoy podía entregar toda su vida a Dios como habíamos hecho nosotros, él y yo, debido al cambio cultural. Lo cual me dio pie a decirle otras cosas más.

A continuación, le dije que me parecía muy grave el hecho que el Opus Dei hubiera "desperdiciado" (por decir así) tantas vocaciones por el daño masivo ocasionado a tantas personas, que era de las acusaciones más serias que se le adjudicaban a la prelatura.

Luego, le conté que entre las cosas escandalosas que recordaba en ese momento (de desconcierto, por su visita sorpresiva), estaba el hecho de que Escrivá no había hecho testamento como él y yo sí lo habíamos hecho. Me contestó que no conocía ese dato histórico (bueno, ya era hora de que lo supiera). Le dije que gracias al juicio que el Opus Dei le había hecho a Opuslibros –conocía perfectamente la existencia de la web-, había saltado la liebre, es decir, el documento que probaba dicho dato.

A continuación, le dije además que le vendría bien leer todo el capítulo del código de derecho canónico que habla de los religiosos, para que se enterara de que había vivido toda su vida una vida propia de religiosos y que eso era un engaño (falsedad ideológica) por parte del Opus Dei hacia las personas que habían dado su vida por la institución. Le dije que si Escrivá no había sido "heroico" en la virtud de la pobreza, lo mismo podría haber sucedido en otros aspectos y que por lo tanto la canonización era un escándalo. Escuchaba en silencio, aunque no sin cierto grado de sorpresa.

Desde luego, la estrategia desde un principio había sido que yo hablara y que él escuchara (por eso tampoco tenía yo muchas ganas de hablar y hacerle el juego: era como para decirle, "basta de farsa, que yo conozco las técnicas de seducción opusina tan bien como vos", pero era abrir demasiados frentes al mismo tiempo). En ningún momento él dejó emerger su subjetividad. Eso es algo que en el Opus Dei no se permite. Menos en un director, y menos aún en medio de una misión como la de amigarse con ex miembros para los cuales el Opus Dei no es precisamente el mejor lugar para vivir sino para huir. Al parecer, al Opus Dei le preocupa que haya personas -demasiadas- que tengan un punto de vista crítico y puedan testimoniar en contra de la prelatura.

En un momento me preguntó, no sin cierta arrogancia institucional: «¿no te parece que el Opus Dei tiene algo para ofrecerte, algo para ayudarte?», como si me estuviera ofreciendo oro en polvo. Le respondí, sin dudar, que no, en absoluto, y que eso se debía a que el Opus Dei se había vuelto una institución no-creible, digna de ninguna confianza y por lo tanto no me interesaba recibir nada de ella (hubiera estado bueno haberle preguntado ¿y qué es lo que tiene para ofrecerme el Opus Dei de interesante? Pero a esa hora de la noche no tenía ganas de entrar en ningún juego sin sentido; ellos están convencido de que lo que ofrecen es un producto de excelencia y lo siguen vendiendo como tal). En todo caso, agregué, estaría bueno que tuvieran que pagar mucho dinero en compensaciones hacia los ex miembros, pues las palabras son fáciles de regalar pero no así el dinero de soltar. Eso es lo que más les duele, le dije. Silencio.

Todo este diálogo duro –¿monólogo?- sucedía en medio de un encuentro tranquilo. Es que mis críticas no eran hacia él, sino hacia la organización, y eso facilitaba bastante las cosas.

Respecto de mi salida, también le dije que había sido un proceso algo bochornoso, aunque claramente él no había tenido ninguna intervención y siempre dejaba en claro que estaba hablando de la organización y no en contra de su persona. Una vez más, él recurrió al típico argumento de director (no creo que fuera consciente sino algo automatizado, aprendido como el lenguaje): me preguntó –retóricamente- si no me parecía un beneficio –un "bien" que me había hecho el Opus Dei- el haber dejado la prelatura a una cierta edad y no más tarde, a lo cual yo le agregué «o hubiera sido mejor no haber entrado nunca», a lo cual me respondió con un gesto como «¿y por qué no, hombre?», dejando en claro que en cualquier caso, si había existido un problema, era mío y sólo mío y el Opus Dei en todo caso me había ayudado a resolverlo. No estaba con ganas de discutir su argumentación.

Como se puede apreciar, no había diálogo sino una suerte de declaración por mi parte y un blindaje por la suya, de forma que –como dice el dicho- no le entraba bala alguna. Lo cual era esperable.

Ya era pasada la hora de cierre y me decidí acompañarlo hacia la puerta de salida, de manera amable, no como hicieron conmigo, valga la comparación. Quedaban muchas cosas por decir y al mismo tiempo –por haberme tomado desprevenido, cosa que fue poco elegante de su parte- no sabía qué más decirle. No me gustó para nada ese "haber sido acorralado": el que hubiera venido sin anunciarse; y posiblemente lo hizo porque se imaginaba que le hubiera rechazado semejante visita. Experimenté una vez más la "suave" coacción del Opus Dei, un cierto atropello, aunque fuera lejano. Sabiendo que mi voluntad iba a ser negativa, este director encontró la forma de sortearla y proceder con el avance: la típica actitud coactiva de la prelatura, que nunca se detienen frente a un no. Siempre opta por la invasión de la intimidad, de la conciencia, de la subjetividad ajena.

Me acordé de algo importante, antes de saludarlo.

Le hablé del caso Danilo, recriminándoles por la forma en que lo habían manejado –ocultando y tergiversando los hechos-, diciéndole que en estas situaciones se ponía de manifiesto la verdadera esencia del Opus Dei y su daño (pero que, por suerte, esta vez había salido a la luz). Me respondió diciendo que "él tenía otros datos" (que yo no tenía, supuestamente y tampoco pensaba él compartir conmigo, siempre, claro, "por respeto a la víctima"), plantando una vez más –de manera sutil- la idea de algo ignominioso –de lo cual es mejor no hablar ni aclarar- en la vida de la víctima, creando así un manto de sospecha (¿qué cosa horrorosa habría hecho Danilo de la cual no se podía hablar? Al no aclararlo, se creaba así una mayor ignominia sobre el difunto).

No solamente no se han hecho cargo de nada sino que además le han tirado m.. al muerto, que es la forma de usarlo de chivo expiatorio, muy perverso, por cierto (pese a todo, el padre Danilo dejó en claro que el problema estaba en el Opus Dei, en cómo él se había sentido rechazado por la organización).

Le dije que más que defender al padre Danilo, al proceder de esta forma –tapando los hechos y echando un manto de sospecha sobre la víctima-, ellos se habían defendido a sí mismos y que el rol del responsable máximo en Argentina en ese momento había sido lamentable (quien a los pocos días fue ascendido, mudando su domicilio a Roma, y que difícilmente hubiera sido ascendido si se hubieran conocido los hechos en el momento en que sucedieron). Le dije que lamentaba decirle todas estas cosas duras, que no eran contra él sino contra la prelatura y que me parecía necesario hacerlo. Me dijo que le hacía muy bien charlar conmigo –todavía no me explico en qué forma- pero al mismo tiempo dejó en claro que –como dije antes- que tenía una piel tan gruesa como la de un elefante (y por tanto nada de lo que yo dijera le iba a hacer tambalear). Algo realmente extraño, propio tal vez de una disociación, pues en casos como el del Opus Dei, entender implicar entrar en crisis y posiblemente abandonar la organización pero jamás seguir indiferente o imperturbable.

Le dejé en claro que el problema era que Danilo no había sido adecuadamente cuidado por el Opus Dei y que eso era responsabilidad de ellos y eso había quedado en evidencia en el modo en que habían tapado todo. Y que si los supernumerarios, que tanto querían a este sacerdote, se hubieran enterado de la verdad en su momento, se habría armado gran escándalo. Silencio, no hubo respuesta.

Finalmente nos despedimos. No sin asombro de mi parte, me sorprendió con otro comentario, tal vez no tan inadecuado como el del inicio de nuestra conversación-monólogo pero tan poco sutil como para no darme cuenta del tono despectivo de su pregunta: observando el ambiente de trabajo, me preguntó (no es textual), «¿vos de esto, sabes mucho?», que difícilmente podía yo impedir traducirlo como «¿vos sabes de esto?». A lo cual me hubiera gustado responderle, «si no tuviera idea, estaría engañando a la gente, cosa que hacen ustedes pero no yo». Siguiendo la educación inculcada por mis padres, le respondí amablemente que sabía lo suficiente como para ganarme la vida. Detrás de esa figura amable de abuelito, asomaba irremediablemente la del director. Toda esperanza de cambio se veía, una vez más, hecha de puras ilusiones. Eso sí, dejaba cierta tristeza constatar nuevamente que detrás de esa imagen institucional amable no había sino una gran defraudación y decepción, vidas gastadas en algo inútil.

Me insistió con que quería seguir hablando más adelante, pero difícilmente se dé un nuevo capítulo. Al contrario, me convenció de que, frente al Opus Dei, no hay que bajar los brazos: sigue igual de nocivo e impune como siempre.

E.B.E.




Publicado el Friday, 09 November 2018



 
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