A pesar de mi admiración- casi devoción- por tí, Josef Knecht, mi admiración por tu estilo y mi acuerdo con tus escritos y opiniones, hoy voy a intentar corregirte, y que Dios me perdone el atrevimiento.

Varios de los escritos aparecidos en Opuslibros contradicen tu opinión de que no ha sido probada la culpabilidad del numerario abusador.Tras estudiarme la sentencia, yo también opino que el tribunal ha hecho buen trabajo, no incidiré más en ello. En lo que estoy muy en desacuerdo es en tu argumento de que el estilo de vida de un numerario, su falta de intimidad en los centros y en el propio colegio hacen poco creíbles los sucesos de que le condenan. ¡Es que eso lo dice mucha gente de violadores o asesinos vecinos suyos!

En primer lugar, el sistema de destrucción afectiva que practica el Opus con los numerarios/as, al prohibir todo tipo de sana relación afectiva, amistades etc., crea personas de gran indigencia afectiva...

En unos, esto produce un temperamento frío y despegado, de Srta Rotenmeier. Otros no pueden anular así sus carencias afectivas y buscan algo de calor afectivo donde pueden. Hay numerarios que caen en una especie de pederastia intelectual- afectiva. Lo observé con frecuencia entre los numerarios que se dedicaban a los clubs de bachilleres y niños: sin ser mayoritarios, sí se veía a menudo numerarios con fortísimos apegos a algún o algunos de los chavales que trataban. So capa de tratarles apostólicamente, no había convivencia, curso de retiro, curso de esquí... a la que no fueran uno y otro. Y era evidente en muchos casos el desmedido interés de algunos en asistir a las actividades a las que iba su favorito. Y al contrario, la desidia y desinterés de los dos cuando no iba el otro.

Esto lo vi con frecuencia, aunque no diría que en la mayoría de los numerarios que se dedicaban a esta labor. El adolescente en cuestión respondía cómo era de esperar: seducido -en el buen sentido- por un brillante muchacho que podía doblarle la edad, o casi, obnubilado por sus atenciones, deslumbrado por la valía humana -en muchos casos- del numerario, que a veces era incluso su profesor y tutor en el correspondiente colegio de Fomento o similares que son y no son. Que el chico pitara era para ambos fundamental: el numerario conservaba cerca su objeto de deseo, el chaval no se atrevía a defraudar a su admirado mentor, a su modelo, a su querido amigo y sostén de su adolescencia. Era una situación que traía a la memoria el sistema griego de la pederastia educativa; (esperemos que quedara en eso). Muy buena parte de los chicos que vi pitar como aspirante a los catorce años y medio lo hacían bajo esa presión afectiva. Eso, repito, era frecuente y no hacia falta elucubrar mucho para percibirlo. Eso sí, nunca vi ni supe de ningún caso en que se hubiera llegado "a mayores" como en Gaztelueta. También por el espeso silencio que el Opus haría recaer sobre el asunto.

Pero eso no quita para reconocer que es una situación peligrosa: un chaval adolescente, inexperto, hormonado, deslumbrado por un muchacho célibe forzoso- olla a presión muchas veces- en indigencia afectiva, compartiendo intimidad, situaciones solitarias, excursiones, confidencias, noches fuera de casa.... No me extrañaría que se hubieran traspasado los umbrales en muchos casos, la naturaleza de ambos puede llevar a eso. Y probablemente, los casos que se hayan dado -debe haberlos - probablemente no hayan trascendido por la inconsciencia de ambos: total en el caso del menor y parcial en el del numerario que le trata. O sea que no haya habido abuso como tal sino una cuesta abajo... hasta llegar a tesituras incontrolables, por decirlo suavemente. La culpabilidad sería del numerario, con eximentes, y sobre todo del Opus Dei que promueve que se den esas situaciones. Mi opinión es que luego ambas personas "olvidan" con frecuencia "eso", el menor no lo percibe como un abuso y el numerario... acaba con lo mismo en otros chicos, se marcha... lo supera o acaba como nuestro numerario condenado.

Que los numerarios no tengan intimidad en los centros... hasta cierto punto. En los centros en los que viví veinte años, efectivamente no había cerrojo en la puerta de la habitación, pero siempre se observaba escrupulosamente llamar a la puerta antes de entrar, aún el propio director. No creo que nadie me registrara nunca la habitación, quizás era y soy un ingenuo. Sí que alguna vez alguien entró en mi ausencia a coger alguna cosa, libro, boli, que necesitaba urgentemente; y me pareció bien, supongo que yo hice lo mismo. Cuando en ocasiones necesité aislarme en la habitación (para organizar mil papeles de mi tesis) atrancaba la puerta, ponía un letrero de "No entrar" y ni siquiera la Administración entraba. Cuando estaba planeando irme , aunque el director ya lo sabía, conservé documentación sobre posibles viviendas bien escondida en la habitación y difícilmente la habría encontrado nadie. Supongo que la Gestapo sí. Ídem de libros prohibidos en general, que leí con permiso: los tenía en mi habitación imposibles de encontrar. Igual hubiera hecho cualquiera con material porno.

No sabemos ninguno de nosotros cómo era físicamente el despacho de Gaztelueta donde se cometieron los abusos que el tribunal considera probados. Pero yo he trabajado en colegios de Fomento y sé cómo suelen ser. Sin pestillo o con llave solo exterior, con puerta de cristal translúcido (dejan ver siluetas pero sin detalle )o puertas de madera con franjas de cristal transparente. Pero, aparte de lo fácil que es bloquear una puerta desde dentro, también influye la forma del despacho y la situación relativa de la puerta: según y cómo, para ver lo que pasa dentro hay que pegar el morro y los ojos al cristal, lo cual queda poco bien. Item más: las horas de la tutoría suelen ser horas de clase, en donde todos los pasillos están desiertos y no hay ni un alma. No es difícil pensar que trabando la puerta desde dentro y poniéndose en un rincón estratégico se consiga suficiente privacidad. Quien quisiere entrar, primero llamaría, alarmando a los ocupantes. Difícilmente fisgaría nadie a través del cristal. Aparte de que el silencio en los pasillos facilitaría que el molesto visitante fuera oído. Por otra parte, los hechos descritos no exigían una desnudez total, difícil de disimular en caso de ser pillados.

Así pues, mi querido Josef Knecht (¿de dónde habrás sacado este apodo?) que un numerario como el condenado pudiera realmente hacer los hechos por los que ha sido condenado es en mi opinión perfectamente posible.

Dos cuestiones me planteo ahora:

1.¿Qué hará el Opus Dei con este numerario encarcelado por tan deshonrosos delitos? ¿Le irán a visitar, le cuidarán, le enviarán ricos alimentos, le irá a ver su director para que haga la charla? ¿Y el cura para confesarle?¿O se lo sacudirán de encima como un molesto fardo? ¿Es causa de expulsión el haber sido condenado por estos delitos? Me pongo en lo peor. De igual modo que juraría que su familia, la de veras, en la que se crió, estará con él le ayudará y le recogerá cuando salga.

2.¿Aprovechará el Opus Dei para arreglar algo en su sistema de deformación afectiva que tan malos resultados les da? Mucho me temo que nanay del Paraguay.

A propósito de esto último, una anécdota: un ex-numerario gay en feliz pareja desde hace muchos años me contó que cuando le plantearon pitar expuso al cura que a él le gustaban los hombres. El cura, prestigioso sabio con doble doctorado civil y persona aparentemente sensata, le preguntó si le gustaban los hombres guapos o los feos (sic). Mi amigo respondió que le gustaban los hombres guapos (¿què otra respuesta podía dar?). El cura, triunfante le dijo entonces que lo que le gustaba era la parte femenina que veía en los hombres... que todo era un lío mental suyo. Mi amigo se dejó convencer y poco después pitó. Durante largos años funcionó como numerario ejemplar, tuvo cargos directivos y se entregó en cuerpo y alma, sin ningún problema a este respecto. Cuando se le iban los ojos con algún hombre (¡guapo, por supuesto!) lo comentaba sinceramente, y siempre le decían que no, que se comía el coco y llegaron a prohibirle volver a comentar el tema. Hasta que reventó, no pudo más y se fue, afortunadamente sin secuelas. De todo esto hace bastantes años. También me encontré yo mismo un numerario, antiguo compañero de bachillerato, conocido por "mariquita" (odio este insulto, pero así era entonces) y que a menudo sufría bulilying por ello. Lo comenté pero no me hicieron ni caso. Me pregunto si esta imprudentísima conducta puede estar en la raíz de los desafortunados sucesos que estamos comentando.

Pez