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 Tus escritos: Antes del 19 de marzo. Un año fuera y 29 dentro.- popcorn

020. Irse de la Obra
popcorn :

Un año fuera tras 29 dentro

Sigo esta web desde hace muchos años. Al principio la leía con estupefacción e incredulidad; después con mucho desconcierto; a continuación compartiendo progresiva y tímidamente la crítica; después como consuelo y apoyo en los últimos coletazos.

A través de los testimonios de la gente, la persona se descubre a sí misma. ¡Gracias, Opuslibros!

Los testimonios de esta web son reveladores. Tuve una educación, como tanta gente en el Opus, con ausencia total de autocrítica institucional y mucha rigidez de pensamiento (por más que se le quiera dar a la formación apariencia de flexibilidad e intelectualidad). Cuando alguien por fin se atrevió a hacer oír su voz como pasa en esta web, aun con el pesar de los directores mayores, las cosas empezaron a cambiar. Mi propio pensamiento evolucionó...



Nuestra buena voluntad, excesiva juventud -14 años y medio es EXCESIVA juventud para tomar una decisión que machacantemente debe ser “para toda la vida”-, el ámbito familiar opusino… impedían dar forma a las dudas, que siempre acababan ahogadas en un “será mi falta de (añádase la virtud correspondiente)” en medio de una formación y control tan intensos (semanales como mínimo) que no dejaban espacio a la autocrítica o a cuestionar nada.

Kurt ha comentado aquí sus reacciones ante determinadas anécdotas del fundador. Yo aporto una que también me desconcertaba mucho; describía la escena en la que Escrivá se agachaba ante sus hijas para recoger con su lengua unas gotas de agua del suelo –entiendo que de la cocina-, que ellas no habían visto o habían descuidado. Esa imagen siempre me produjo inquietud y sorpresa ante la extrema rigidez del gesto (y el mal rato de las afectadas, imagino). Ahora la pienso y me río –¡por no llorar!-.

Llevo un año fuera. Un año de adaptación que puede resultar amorfo en cierto modo, pero que por fin es libre. Amorfo porque siento sobre todo que me robaron mi primera juventud; criterios absurdos me privaron de experiencias básicas en la evolución del ser humano: de la adolescencia a la juventud, de la juventud a la madurez. Recuerdo perfectamente cómo me llegaba a sentir mal por tomar café con mis compañeros/as en los años universitarios –en alegre camaradería, por así decir-, porque claro, ¡podría enamorarme!… Ahora me río: ¡y he tenido que entrenarme para aprender a pedir copas! A ver cómo rellenamos el lapsus juvenil…

Aspirante, adscrito/a, cargo de dirección tras el centro de estudios, luego programación para convertirte profesionalmente en oficial de la delegación… (uso esa palabra, programación, adrede: ya lo contaré en otro momento). Transcurren los años, de centro en centro: mucha labor, gente que viene y se va, cambio oportunista de centro cuando se acerca una fidelidad que te niegas a hacer pero que al final, tras una presión de formación brutal y de control de conciencia, haces; cargo sí, cargo no…

Inconscientemente o no, detectas a tu alrededor “maniobras”: tu vida en el Opus está siempre manipulada por alguien. Una persona de una delegación se jactaba de decir: “no te preocupes, en algún lado habrá siempre alguien hablando de ti” (sin comentarios). Hay sucesos que, en el transcurrir de la vida, el propio subconsciente no denuncia porque quizás no detecta claramente; pero con el tiempo redescubres esas manipulaciones. Un ejemplo: numes de dudosa o sospechosa viabilidad a quienes se nombra director o miembro de un consejo local para atornillar su implicación en el proyecto… En unos casos el “invento” funcionaba y por ahí andan esas personas, sin haber ejercido jamás otra profesión que la de dirección de almas (o, perdón, de “cuerpos”: porque ahora por lo visto los consejos locales sólo se ocupan de los aspectos organizativos de la vida de los centros y no de la dirección espiritual de las personas. Y afirma la obra además que eso se ha hecho así desde siempre -de nuevo, sobran los comentarios-; en otros casos el “experimento” no cuajaba y la persona se iba, o bien se quedaba pero con algunos daños psicofísicos: jaquecas extrañas, insomnios, anomalías ginecológicas, anorexias… Y ahí llegaban esos padres supernumerarios, ingenuos, con los ojos cegados para darse cuenta de que su vástago nume no está donde le corresponde, que lo que le pasa es que se está autodestruyendo por culpa de una voluntad contra natura de perseverar que le es artificiosamente inculcada semana tras semana...

Y los años siguen transcurriendo. El desgaste de tanta labor y más de lo mismo en San Rafael piden un cambio. Y el cambio llega con San Gabriel. Y es entonces cuando todas las sospechas se vuelven a confirmar: personas deterioradas, personalidades enrarecidas, numes mayores que no pueden dormir con tranquilidad si se han saltado el Salmo II y numes caraduras que hacen lo que les da la gana saltándose todas las normas pero eso sí: haciendo muuucho apostolado y pitándoles mucha gente… (y luego insufribles en la vida de familia).

La convivencia en los centros de mayores se ha convertido en un “sálvese quien pueda”. Conozco casos donde la opción de mayor alivio es la de largarse del centro y hacer un plan con la propia familia, con la excusa quizás de atender a los propios padres…

Y me fui.

Ahora tengo autoconciencia, capacidad de decidir mis propios planes: lo que hago en verano, sin necesidad de esperar aquel ansiado papelito de la delegación en el que viene qué curso anual haré y dónde me lo han adjudicado; me levanto por las mañanas cuando quiero y me acuesto cada fin de semana cuando me parece (entre semana, el trabajo obliga); decido lo que gasto y lo que ahorro –esto último, menos por desgracia-. Veo a la familia cuando me da la gana y sin mirar el reloj cuando estoy con ellos… Aún recuerdo uno de mis primeros fines de semana en casa de mis padres. Le pregunté a mi hermano un viernes por la noche: “oye, ¿a qué hora se levanta aquí la gente?”. Su respuesta fue: “cuando te dé la gana”.

Ahora trato a Dios con espontaneidad; mi vida de fe no se mide por la cantidad de normas que hago. Los consejos que recibo al confesarme no incrementan necesariamente el número de obligaciones o prácticas religiosas: no me dicen que rece un rosario, o haga la lectura. Sin ir más lejos, un sacerdote –parroquiano, por supuesto- me dijo recientemente: “como penitencia agradécele a Dios la Comunión que vas a recibir, que es lo más grande que tienes”.

Así da gusto.

Un año fuera. No echo de menos nada. No siento remordimientos sino mucha paz. Y un poco de lástima por numes a quienes aprecio y que sé que sufren. Y compasión por ese otro rango de numes insensibles, con o sin cargos directivos, a quienes dejas de importarles un pimiento cuando te vas, pero eso sí: que siguen con gran preocupación las metas apostólicas y de pitajes que les marca la delegación. Hoy mismo vi en FaceBook la foto de un centro de estudios que conozco bastante. Más compasión: ¡si supieran lo que les viene encima..!

popcorn




Publicado el Monday, 18 March 2019



 
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