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 Tus escritos: De cómo el león se comió al camello (Cap.9 de 'Entre el camello...').- Epi

010. Testimonios
Epi :


9. De cómo el león se comió al camello

(Cap.9 de 'Entre el camello y el león')
Enviado por Epi el 11-08-2004


Y ha llegado el momento de contar dos anécdotas que, leyéndoos, he recordado y al recordarlas me han dado una bofetada. La primera se refiere a mi primer día de aspirante y la segunda a mis postrimerías de numerario expirante...

Creo que la primera vez que usé una pluma fue para escribir, a los catorce y medio justitos, la carta al Padre. Tres o cuatro veces me hicieron repetirla hasta que salió sin impropiedades ni tachones. Entonces me llevaron a dirección y el director y el que me había convencido de pitar me revelaron el primer secreto: "¿Sabes cómo se saludan los de casa?" Y yo, contento de saber algo, dije que sí. Con toda seguridad, tomé a uno de ellos para su desconcierto y lo estreché en mis brazos mientras le daba palmetazos viriles en la espalda, tal como había visto hacer a los agregados y numerarios recios y machotes cuando se reencontraban por esos caminos de Dios. Entonces ellos me explicaron lo del monosílabo.

No se me ocurre mejor imagen que esa para explicar que yo a esa edad no tenía ni pajolera idea de lo que me aguardaba ni a qué había dicho que sí. Si en los días siguientes me hubiesen hablado, en vez de lo del cilicio, de las dos horas de piedra en el zapato o de los cubitos de hielo en los calzoncillos o, desbarrando un poco más, de la Mamada semanal o de la Paja Colectiva de fiestas A, por poner un poner, pero que de eso ni mu a los papás, y me lo hubiesen justificado con cualquier textillo o anécdota del fundador, también me lo habría creído a pie juntillas, sólo que quizá habría perseverado más tiempo. ¡Ay, la adolescencia, qué edad tan ingenua, tan pava y tan entusiasta!

La otra anécdota es más bien un sentimiento que me embargó en una charla o en una tertulia-homilía con uno de los grandes. Allí se dijo que el fundador prefería que la gente pitase adulta, porque a los adolescentes había que quitarles aún los mocos (esa fue la expresión). Que el fundador considerase mi sí de adolescente como el de un mocoso me escoció vivo, y seguramente a más de la mitad de los numes que allí había, porque entre nosotros era muy alto el porcentaje de pitajes a los catorce y medio. El caso es que esas palabras me abrieron los ojos: era la primera vez en mi vida de nume, que caí en la cuenta de que, puesto que mi pitaje había sido realmente el de un mocoso, había sido, cuando menos, precipitado y ya me sentí menos culpable ante Dios de no querer seguir por ese camino.

Y aunque me daba gustillo que tipos diez años mayores que yo me tuvieran anotado de cabo a rabo en su pulcra agenda y me dijeran: "Tienes que solucionar este asunto del cabo y meditar este otro del rabo", porque todo eso daba al cabo y al rabo una importancia desmesurada que a uno le halagaba, hay que reconocer que de todo se cansa uno, sobre todo cuando uno ve que los problemas del cabo y los del rabo no se te solucionan, sino que se embrollan mutuamente en un nudo gordiano que no tienes más remedio que cortar a lo Alejandro Magno.

No poder disponer de mi tiempo, no poder hablar con espontaneidad con quien te apeteciera (porque menuda corrección fraterna te podía caer si hacías una confesión impropia), no poder hablar con las niñas, no poder ir a la playa, no poder oír música cuando encartara, no poder leer antes de ir a la cama, no poder trasnochar, no poder tener amistades particulares, no poder desatar de vez en cuando a la loca de la casa, en fin, no poder y para colmo ese no poder, tener que convertirlo en un querer que iba contra tus fibras más íntimas, todo eso me desgastaba. Es cierto que si yo hubiese estado encendido en amor de Dios, todas esas renuncias se habrían convertido en una afirmación gozosa, pero por más que intenté encenderme en ese amor, nunca lo conseguí: las molestias de tantas renuncias apagaban la llama.

Entonces, uno decide de pronto dejar de ser un camello aplastado por el peso de tantas obligaciones y se alza y ruge como un león, por utilizar las grandilocuentes imágenes de Nietzsche, y decide por fin ser libre. Bueno, en mi caso fue un cachorro el que lanzó el rugido. Por entonces fue sólo un rugido animal, pero ahora, con el paso del tiempo, lo traduzco así: "Basta. Ahora voy a ser yo quien decida qué es lo que quiero hacer y qué es lo que debo hacer. No volveré a entregar a ninguna persona libremente mi libertad, sino en todo caso el corazón. Y se lo entregaré porque me da la gana, no porque crea que debo hacerlo. Y si esa persona, con mi corazón en su poder, empieza a pedirme también mi libertad y a exigirme que piense y vista y actúe así o asá, espero tener fuerzas como ahora para mandarla a tomar por saco, aunque se me parta el corazón". Y he tenido la suerte de topar con una persona a quien se lo he dado todo menos mi libertad. Todo antes que volver a sentirme un camello, un varón domesticado.

A veces me da por hacer futuribles (no os lo recomiendo: por lo visto no es sano) y me pregunto qué habría sido de mí a mis años si hubiese perseverado. Seguramente estaría siempre revolviéndome contra los directores para acabar al final agachando la cabeza, ellos hartos de mí y yo de ellos, y como yo no tendría valor para irme dando un portazo, estaría deseando que ellos me dieran la patada. En fin, me habría pasado toda la vida jugando al león acobardado y al camello cabreado (o si lo preferís, el borrico de noria con mala sombra). Menos mal que, en la realidad, el director del colegio mayor, del que tan buenos recuerdos guardo, advirtió mi falta de vocación o de idoneidad desde que el camello soltó algún rugido.

Cuando se te ha empujado para que conviertas tu deber en querer y tu cuerpo y tu ser se revuelven sanamente en contra y rompen con todo, bulle en ti un deseo de hacer lo que te salga de la punta, aunque vaya contra el susodicho deber. Ese es el efecto secundario de no darse jamás un gusto, que un buen día revientas. En un relato de Chesterton, aparece una triste mujer que sin rechistar llevaba años cuidando de un insoportable anciano; y el padre Brown comenta de ella que era el tipo de persona cumplidora que un buen día nos asusta a todos con un asesinato, como de hecho ocurre en el relato.

Cuando sales, tienes ganas de pecar, de desquitarte de tanto deber, de recuperar el tiempo perdido (al menos en mi caso) y sólo cuando, con el tiempo, dejan de darte la vara con el deber, empiezan tu querer y tu deber a reconciliarse, a negociar sin pelearse: mira, tú haces esto que debes y luego te consiento echarte la siestecita que quieres. No es que el hombre sea egoísta: es que es un hombre, no un ángel.

La sensación que tengo es que la Obra, por desarrollar una comparación que me expuso Ñam Ñam, era una novia o esposa bellísima, pero que te exigía dedicación total a su persona, una novia que te puede pedir incluso que renuncies a tu trabajo y a tus gustos para estar más tiempo con ella, pero luego no te da un masajito, salvo que figure en el horario; necesita que estés siempre a su lado diciéndole constantemente que la adoras y que ya no necesitas escapes, ni evasiones ni realizaciones profesionales, sino que con ella te basta; te dice que no a esa travesura sexual porque no está encaminada a la procreación; se pone celosa no ya si miras a otras gachís en la playa sino si pierdes el tiempo en cosas tan inútiles como, por ejemplo, componer un poema a un árbol; no se siente obligada a recompensarte, porque estás cumpliendo con tu deber hacia ella y sólo te premia con la felicidad que se supone que debes sentir por amarla tanto. Incluso, puede ocurrir que, si le dices que tu amor ha desaparecido pero que sigues unido a ella porque te obliga el deber que contrajiste en el altar, se conforma y te prefiere unido a ella por deber que libre siguiendo tu querer. Le parece mal que después del trabajo te desparrames en el sofá a tomarte una cerveza y eso por tres razones: porque la postura no es elegante, porque el dinero que te gastas en cerveza se podría dedicar a comprar ropas más dignas para tus hijos y porque el tiempo que pierdes tomándotela lo podrías dedicar a leer libros de psicología infantil con los que educar mejor a tus hijos. En fin, una mujer así te posee más que te ama, es una condena, un pedazo de losa que te prefiere camello esclavo a león libre, para que sonrías cuanto más fardos te echa encima por darse el gusto de ver hasta qué punto la amas. Una mujer así espanta a cualquiera, te hace dudar de tu amor constantemente, a no ser que seas un calzonazos o que realmente estés enamoradísimo de ella. Una mujer así te obliga a repetir hasta convencerte, "lo que digas, amor" o a pedir espantado el divorcio y escapar libre como un pájaro no ya para componer poemas a los árboles sino a los volúmenes de las gachís para ver si así te dejan catarlos, a beber cerveza como un cosaco y odiar los libros de psicología infantil, hasta que, al final, harto de cervezas (aunque no de los volúmenes, si te han dejado catar alguno), topas con una mujer normal, que no sólo ve bien que te tomes una cerveza, sino que además te la sirve ella misma mientras te deja que cates lo que encarte. Después de eso, uno lee los libros de psicología infantil que sea necesario y no está buscando cualquier ocasión para escaparse de casa, porque a esta mujer uno le escribe los poemas de puro gusto y si no se los compone, ella no deja de quererte, porque sabe que un hombre no es una marioneta en sus manos, sino una criatura muy compleja y rica y variada e imprevisible y libre y precisamente por eso le gusta. Sólo entonces se reconcilian querer y deber, sólo cuando eres realmente libre.

Pero la libertad tiene eso: es arriesgada, es para los fuertes, no da certezas, puedes equivocarte. Y por eso hace falta valor para abrazarla. Y en ese mar de incertidumbres se mueve la gente de la tropa.

Yo he conocido personas que creen que las personas han nacido sólo para cumplir deberes sin pedir nada a cambio. Lo demás les parece maldad y egoísmo. En esa línea, el punto 776 de Camino te aconseja preguntarte muchas veces a lo largo del día si estás haciendo lo que debes. ¿Desde cuándo es pecado hacer también lo que quieres sin ponerlo al servicio de algo superior?

No digo yo que la Obra sea como esa mujer que he descrito, sólo que yo la percibí así, aunque por entonces no sabía expresarlo. Sin embargo, también sé que hay gente a la que esa relación le gusta. Es gente de otra madera que la mía. Y no digo que los ex no seamos exigentes ni heroicos, sólo que es difícil ser héroe sin vocación. Seguramente seríamos o de hecho somos héroes en otras batallas, en otras circunstancias, pero la Obra no era nuestra batalla.

Si la Obra fuese un ejército de cruzados que libera prisioneros, el ardor guerrero me habría hecho quizá perseverar por muy estricta que fuese la disciplina militar, pero si en vez de guerrear estuviéramos todo el día acuartelados y acicalándonos los cascos y las grebas y diciéndole al otro "mira que quería comentarte que le quites la herrumbre a la espada" y arrojándonos cada mañana a un estanque helado y pidiendo permiso al capitán hasta para mear, entonces sí que claudicaría, agobiado por tantas fruslerías. La dura vida militar sólo vale la pena en época de guerra, pero una disciplina tan dura para estar simplemente acuartelados, es un rollo macabeo insoportable. Es lógico que algunos salgamos del campamento con ganas de violar monjas.

Y no sólo de eso, sino también de alejarte de Dios y de sus aledaños, de un Dios que te exigía tantos ratos exclusivos al día para Él, hablar de Él con urgencia a todo el mundo y en todo momento para rellenar una meditación en la que Él estaba personalmente interesado, y negarte a tantas cosas buenas y normales por amor a Él, que en realidad no las necesita y que supuestamente las creó para nosotros. ¿Qué tipo de Padre es ese que te hizo hormonal y luego te quiere célibe? ¿Qué psicótico Dios es ese que se interesa tanto por mi pito? ¿Qué tipo de Dios es ese que sonríe si te cilicias, pero se entristece si disfrutas sin acordarte de Él? ¿Para qué demonios va a necesitar Dios renuncias y sacrificios voluntarios y reglados si luego la vida se encarga de que te sacrifiques y renuncies a mansalva por los demás? ¿El Dios del amor universal que yo leía en el Evangelio era el mismo que ese Dios puntilloso que me decía claramente a través de mi agobiante charlista: "Aficiónate al fútbol para ser un tipo más normal" o "No te persignes a la velocidad de la luz" o "Si no mejoras tu letra, jamás te pedirán los apuntes en la facultad"? ¿Hasta esos detalles se interesa Dios? Me habrían resultado más aceptables esas sugerencias viniendo de una persona interesada en mí que de un director interesado en usarme para atraer gente y a través del cual me hablaba el mismísimo Dios.

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Publicado el Wednesday, 11 August 2004



 
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