Los gestos y actitudes son mucho más elocuentes que las palabras, por seductoras que estas sean.

El Opus Dei se movilizó y fomentó entre sus miembros, amigos, simpatizantes, alumnos, familiares de alumnos y desconocidos las películas que eran de su interés, como “Encontrarás dragones” que biografiaba a San Escrivá de Balaguer o las películas del ex-numerario Juan Cotelo (La última cima, Tierra de María y otras), visualizándolas incluso los numerarios y numerarias, que habitualmente tienen prohibido ir al cine. Al no ser películas rentables, los grupos interesados en su proyección debieron solicitar a los cines su proyección, garantizando así un número mínimo de asistentes y de ingresos.

Estos días se está proyectando en España la película del director Zavala, “El misterio del Padre Pío”, que muestra los beneficios espirituales de San Pío de Pietrelcina, sacerdote capuchino y místico contemporáneo a Escrivá. No puede obviarse la importancia del Santo estigmatizado, auténtico fenómeno de masas en Italia y en otros lugares de la catolicidad, aunque su vida sea tan diferente de la vida ordinaria que proclama el Opus Dei a su manera. No se conocieron Escrivá y el capuchino, aunque hablaron bien el uno del otro.

Las novedades filmográficas católicas, hechas con profundo sentido eclesial, son escasas, casi inexistentes. Como en las mencionadas películas, la proyección del referido film del P. Pío, al no tener criterio comercial, depende de la solicitud de grupos interesados; de hecho, está siendo un éxito comercial en más de 30 países, según los mass media.

No me consta que mis familiares y amigos del Opus Dei hayan visto o promovido el film, ni que el Opus Dei como tal haya movilizado a sus bases, todavía significativas en número y poder, para que visualicen y difundan “El misterio del Padre Pío”, aunque es un film que puede mover a la reflexión religiosa y al acercamiento a Dios en la Iglesia católica. Me resulta chocante el silencio del Opus Dei ante un film católico, que ellos tildarían de buena doctrina.

Me apenan los criterios sesgados del Opus Dei. Una vez más constato por sus silencios que no les mueve el amor a Dios, a Cristo, al prójimo ni a la Iglesia, sino que persiguen sus intereses institucionales con sus filias y fobias. Siguen autoexcluyéndose de las alegrías y tristezas de la Iglesia y parece que sólo vibran con lo que se refiere, directa o indirectamente, al propio Opus Dei, aunque lo adornen con conceptos eclesiales que vacían de contenido. A pesar de su carisma teóricamente secular y laico, me parece que siguen teniendo criterios subjetivos, particulares e internos que les impide abrirse a la Iglesia y, seguramente, al mundo real.

Mercure