Bienvenido a Opuslibros
Inicio - Buscar - Envíos - Temas - Enlaces - Tu cuenta - Libros silenciados - Documentos Internos

     Opuslibros
¡Gracias a Dios, nos fuimos
Ir a la web 'clásica'

· FAQ
· Quienes somos
· La trampa de la vocación
· Contacta con nosotros si...
· Si quieres ayudar económicamente...
· Política de cookies

     Ayuda a Opuslibros

Si quieres colaborar económicamente para el mantenimiento de Opuslibros, puedes hacerlo

desde aquí


     Cookies
Utilizamos cookies propias y de terceros para obtener datos estadísticos de la navegación de nuestros usuarios y mejorar nuestros servicios. Si continúa navegando, consideramos que acepta su uso. Puede obtener más información aquí

     Principal
· Home
· Archivo por fecha
· Buscar
· Enlaces Web
· Envíos (para publicar)
· Login/Logout
· Ver por Temas

     Login
Nickname

Password

Registrate aquí. De forma anónima puedes leerlo todo. Para enviar escritos o correos para publicar, debes registrarte con un apodo, con tus iniciales o con tu nombre.

     Webs amigas

Opus-Info

NOPUS DEI (USA)

ODAN (USA)

Blog de Ana Azanza

Blog de Maripaz

OpusLibre-Français

OpusFrei-Deutsch


 Tus escritos: Carta a mí mismo.- AlexanderSupertramp

020. Irse de la Obra
AlexanderSupertramp :

Carta a mí mismo

Con los niños ya dormidos, me dispongo a disfrutar del simple e inocente placer de relajarme tomando una copa de vino en mi terraza, sin preguntarle a nadie si le parece que lo haga (por cierto, simple e inocente placer que no recuerdo haber disfrutado siendo numerario). En medio de mis reflexiones, caigo en la cuenta de que, un día como hoy, hace diez años, estaba sumido en una serie de contradicciones internas, durante mi proceso de “discernimiento tardío” que culminaría exitosamente (puedo decirlo hoy con muchísima más certeza que entonces) con mi dispensa unos cinco meses más tarde...



En ese proceso, tengo que decir que la lectura de opuslibros (hecha muy a escondidas) fue el agente de profundas contradicciones en mi cabeza, lo que agradezco sinceramente. Los análisis más racionales del “fenómeno” Opus Dei, y, más concretamente, del “fenómeno” numerario se complementaban perfectamente con los testimonios más vívidos de experiencias, anécdotas y dolores. Cuánto ayudó saber que el problema no necesariamente era mío.

Era la mía, sin duda, una lucha entre lo que había querido creer obstinadamente desde que alguien “vio” mi vocación hacía quince años y el panorama futuro que cada vez se me presentaba como más invivible al largo plazo. No sé cómo será ahora, pero todavía entonces, el dejar de ser numerario era señalado como “ser infiel” en los pasajes del Tomo de meditaciones que se referían a eso, o en las discretas conversaciones con el director en su obscuro despacho, precedidas del clásico “¿tienes un minuto?”. “Te quería comentar, para que encomiendes, que x… ejemmm… no perseveró”. “Pero ¿qué le pasó?”, preguntaba uno, sorprendido. “No lo sé. Encomienda. Pax.” (Cuando no era: “se metió con una colega. Encomienda. Pax.”.) A partir de ese momento, se borraba la memoria de quien, hasta hacía poco, había sido mi hermano. Nunca más se le nombraría. Si había tenido participación en una anécdota digna de ser contada en una tertulia, se le mencionaría con el genérico “alguien”.

"No encontraréis la felicidad fuera de vuestro camino, hijos. Si alguien se descaminara, le quedaría un remordimiento tremendo: sería un desgraciado. Hasta esas cosas que dan a la gente una relativa felicidad, en una persona que abandona su vocación se hacen amargas como la hiel, agrias como el vinagre, repugnantes como el rejalgar". Eso era muy fuerte de escuchar; uno no estaba preparado para dudar de las palabras del fundador. Sumado a sus meditaciones sobre los que se bajan de la barca, o la de don Álvaro sobre Judas Iscariote, la ensalada que se me hacía en la cabeza era indigerible. La resistencia de los directores (no dudo de sus buenas intenciones) los hacía dedicar sus medias horas de oración intentando buscar en mí la causa del problema, lo que se traducía en interminables charlas semana a semana para hacerme entrar en razón. Les había resultado en más de una ocasión, diez años antes, pero esta vez yo estaba un poco más decidido. Fueron en total seis meses dando la pelea hasta que recibí la dispensa, por medio de una brevísima e insustancial conversación telefónica.

En efecto, diez años antes había estado con un pie afuera y otro adentro, hasta que terminé por creer a los directores. Al leer las palabras de Guillermez sentí cierta emoción al notar que bajamos de la barca en la misma época. Aunque creo que desde entonces se ha hecho aún más habitual la deserción, no puedo evitar pensar en los numerarios que en este momento están pasando por un trance similar al que viví hace ya diez años. Aunque debe haber cosas muy parecidas en esta página, me gustaría escribir lo que a mí me habría servido leer en ese momento, como una carta a mí mismo. Será terapéutico. Y como el Espíritu sopla donde quiere, tal vez le pueda servir también a alguien.


Querido Chris,

Sé que llevas un tiempo dudando de tu vocación. Sé que llevas algunos años sin experimentar grandes crisis vocacionales. Ya ni siquiera es sólo porque consideraras la duda una “tentación diabólica”, como se te ha enseñado, sino porque simplemente ya estás acostumbrado a esta vida, ya sabes lo que te dirían tus directores, te abruma pensar en lo que sería tu existencia sin aquello para lo que has vivido por quince años, y porque te espanta tener que admitir que has vivido en un error que ha pasado a ser contumacia después de tanto tiempo.

Es comprensible. Por un lado, la rutina de años es un buen refugio para evitar problemas. Además, con la de numerarios que se están yendo (algunos de mucho prestigio, otros con importantes cargos internos, otros que parecía que habían nacido numerarios), ¿cómo vas a fallar tú ahora? Aunque, por otro lado, ¿no crees que si tantos se van es porque algo está mal en la institución? Al menos da para pensarlo, incluso para llevarlo a la oración. Te aseguro que eso no es de mal espíritu y que a Jesús le encantará conversar de eso.

Bueno, has de saber que te escribo del futuro. Soy tú, pero el año 2020. En primer lugar, te puedo contar que finalmente tomarás la decisión correcta, y dejarás de ser numerario en poco tiempo más. En segundo lugar, te cuento que todas esas dudas de si estás haciendo lo correcto se van a disipar. ¡Todas! A lo largo de estos diez años, te puedo asegurar que jamás me he arrepentido de la decisión. Y, sobre todo, serás más feliz.

Por ahora, tal vez estás demasiado cerca como para darte cuenta de todo. Pero con la perspectiva que te da el tiempo, mirarás tu vida de numerario con distancia, y sabrás distinguir las cosas buenas que aprendiste, y podrás elegir con qué te quedas y con qué no. Y sobre todo, te darás cuenta de que eso no era vida. Aprenderás que vivir no es obedecer ciegamente a unos directores que sólo saben ver las cosas de una manera que, con el tiempo, irás encontrando cada vez más rara. Irás a comprar ropa solo cuando quieras y puedas. Irás al cine, al estadio, y a la casa de tus viejos cuando lo desees. Los fines de semana dormirás hasta tarde. Desayunarás en pijama, y te ducharás con agua caliente sin ningún remordimiento. Cometerás errores. Aprenderás de ellos. Tendrás amigos de verdad. Experimentarás la adrenalina de decirle a una mujer que la amas. Te alegrarás viendo crecer a tus hijos. Sufrirás de verdad cuando les pase algo. Tendrás deudas con el banco. Deberás preocuparte de tu plan de salud. Un día rezarás el rosario. Otro día no (y dormirás tan tranquilo). Te confesarás con el cura de tu parroquia y te dará un consejo sin citar a Josemaría. Leerás el libro que libre y responsablemente decidas leer, sin consultas ni pensar que estás traicionando tu fe. Y te sentarás en la terraza de tu apartamento, con los niños ya dormidos, y te relajarás tomando una copa de vino, sin preguntarle a nadie si le parece que hagas eso. En fin, nada del otro mundo: es tan sólo la vida de un cristiano en medio del mundo. Créeme: comparo mi vida –que ya ves que no es nada del otro mundo– con lo que sería mi vida de seguir allí otros diez años y, te aseguro que vale la pena pasar el mal rato de dejar la obra.

Con el tiempo te reirás de lo tonto que fuiste al creer algunos mitos en los que creías ciegamente y –ya verás– son tan verosímiles como Santa Claus o el Ratón Pérez. No: que eso de que si viste la vocación una vez, no tienes por qué volver a dudar de ella es una falacia por donde se la mire. Entiende que esa vocación la viste tan clara cuando tenías 16 años. Nadie tiene el discernimiento para tomar una decisión así a esa edad. Y sabes muy bien que entre la fecha en que pitaste y el día de tu fidelidad nadie, pero nadie, te habló de discernir. Sólo eran trámites que se sucedían unos tras otros. El discernimiento lo hicieron otros por ti, en base a una serie de informes sobre ti que nunca conociste. Antes del 19 de marzo no te hablarán de pensarlo un poco, sino solo de que procures avisar temprano al director que ya renovaste. Y así harás con otros mitos. Verás, porque es obvio, que el que obedece siempre sí se puede equivocar, que nadie te puede asegurar la salvación sólo porque cumpliste unas normas y “perseveraste” hasta la muerte, etc.

Sé que te angustia pensar en todos los que se están yendo, y que no puedes desertar, así como así. Pues déjame decirte que sí: que es muy posible que Dios quiera otra cosa para ti, y que, sobre todo, no vale la pena gastarse la vida por la obra. Sé que te angustia pensar en que vas a desilusionar a tu familia, y a los chicos de san Rafael con los que has llegado a trabar alguna amistad. Pues déjame decirte que no tienes que demostrar nada a nadie, que no tienes por qué ser ejemplo de algo en que ya no crees, y que te quedarás con tu familia y con tus amigos de verdad.

Sé que quieres hacer las cosas bien, que no eres de tomar tus cosas e irte sin avisar, que sientes cariño por quienes consideras tus hermanos. Pues haz las cosas bien: manifiesta claramente que quieres irte. Si te aconsejan algo, agradécelo, toma nota, y luego lo piensas bien, y si lo piensas bien, te aseguro que reafirmarás tu convicción de que ya debes marcharte. Esto es muy importante: habla con un cura que no sea de la obra. Cuéntale todo lo que sientas. Si no entiende algunas cosas de la obra es porque hay muchas cosas en la obra que no se entienden. Es eso. Déjate aconsejar también por un amigo de verdad, si acaso tienes alguno: uno a quien quieras con independencia de su participación en la labor. ¿No has pensado en que la amistad no es posible si sólo tú eres el que da consejos? Escribe tu carta, y dile al director que te irás tal día, en la mañana, cuando no haya mucha gente en el centro. Ya sabes cómo es eso. Te preguntará de nuevo si estás seguro de lo que estás haciendo, que esta decisión es definitiva. Por favor, dile que sí, sin titubear. Ya verás cómo es verdad lo que te digo, con la perspectiva de diez años: desde que des el paso, no te arrepentirás por ningún momento.

Espero que estas palabras te sirvan. En realidad, sé que te van a servir. Te hablo desde el corazón. Y te felicito porque harás lo correcto.

Alexander Supertramp


Publicado el Friday, 21 February 2020



 
     Enlaces Relacionados
· Más Acerca de 020. Irse de la Obra


Noticia más leída sobre 020. Irse de la Obra:
En homenaje a Antonio Petit.- Libero


     Opciones

 Versión imprimible  Versión imprimible

 Respuestas y referencias a este artículo






Web site powered by PHP-Nuke

All logos and trademarks in this site are property of their respective owner. The comments are property of their posters, all the rest by me

Web site engine code is Copyright © 2003 by PHP-Nuke. All Rights Reserved. PHP-Nuke is Free Software released under the GNU/GPL license.
Página Generada en: 0.134 Segundos