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 Tus escritos: ¿RENOVAR o NO RENOVAR? ESA ES LA CUESTION.- UBIVULT

020. Irse de la Obra
Ubilvut :

 

¿RENOVAR o NO RENOVAR? ESA ES LA CUESTION

UBIVULT, 18/03/2020

 

Recuerdo con una dulce nostalgia la ilusión de mis años mozos – hace casi 50 años – cuando sentí la llamada que Dios me dirigía a santificarme en medio del mundo: “Vocavi te nomine tuo, meus es tu”. Aquella tarde, dejando el Centro después de haber escrito la carta al Padre y volviendo a casa de mis padres, iba corriendo por la calle, ¡saltaba! lo juro, ¡saltaba! por la inmensa felicidad que sentía por dentro: no podía concebir mayor alegría que la de responder con una entrega total a ese regalo, ¡privilegio! hubiera dicho, que Dios me hacía para poder servirle en ese “pusillus grex” que El mismo había escogido para salvar a su Iglesia… “Tú eres co-fundador”, se nos decía. Teníamos que hacer la Obra de Dios: el panorama era inmenso. Abrir los caminos divinos de la tierra. Sembrar paz y alegría. Poner a Cristo en la cumbre de las actividades humanas. Recordarlo cada alma: Dios quiere que te hagas santo…



Pasaron los años, profundicé en una forma peculiar de piedad – la de la Obra.

 

¡Cuánto me gustaban esos ratos de oración frente al sagrario, el levantarse temprano y bajar al oratorio, hacer con devoción la primera genuflexión del día, oír misa y participar intensamente en la liturgia – de Pio V, si recuerdo bien! Me encantaban las tertulias al lado de mis hermanos mayores, los relatos de la vida del Padre, el afán apostólico que nos animaba a todos. Tenía un gran deseo de empaparme del espíritu de la Obra, de pasar en todo por la cabeza de Nuestro Padre, de leer, estudiar y vivir sus enseñanzas.

 

Cuando hice la admisión, me pidieron que abandonara lo que era mi proyecto profesional: no convenía, me dijeron, para un numerario. Así que empecé otros estudios. Tampoco pude acabar la carrera universitaria con la especialización que quería: hacia falta ganar dinero. Somos una familia numerosa y pobre ¿Te acuerdas?

 

No encontré trabajo, así que me metieron en tareas internas. Tenía que construir un caso, inventando actividades que nunca tuvieron lugar, creando folletos ficticios con el fin de obtener la desfiscalización de los donativos que recibía una Fundación (Fundación que, por supuesto, dependía de la Obra): “No te preocupes: tenemos que ser mas listos que esos socialistas y masones que dirigen el país…”. Santos y pillos, punto.

 

Me pidieron firmar varios documentos de índole financiero, lo cual hice con la ingenuidad y confianza que me animaban, sin preguntar nada, sin saber siquiera de qué se trataba: si la Obra lo necesitaba, ¿por qué lo iba yo a cuestionar? Lo “divertido” es que algún día tuve que pasar por el banco a recoger unos papeles: el Director del banco me llamó y me hizo varias preguntas sobre movimientos financieros de los que yo no tenía ninguna idea a pesar de haber puesto mi firma para validarlos: os dejo imaginar la perplejidad del banquero y el bochorno mío…

 

Tiempo después, me pidieron que buscara otro empleo. Encontré uno que me hacía mucha ilusión. Lo comenté en la charla fraterna: “Pues mira, no. – Pero, ¿por qué? - Es que el ambiente humano no es el mejor en ese campo”. No lo entendí: “Pero ¿acaso no somos libres para escoger el trabajo que nos conviene? –  Hombre, sí, por supuesto, libérrimos. Pero ¿Habrás oído hablar del “buen espíritu”, no?”. Efectivamente, visto así, decliné la propuesta.

 

Sí pero no. Eso es manipulación. Mandato paradójico. Doble lenguaje, habitual en la Obra. Favorece la división interna, origen – a medio o largo plazo – de tanta depresión, locura o suicidio…

 

Estando ya en un consejo local – yo, de subdirector – tuvimos que tomar una decisión bastante delicada respecto al comportamiento de un numerario del Centro. Recibimos una nota de la Comisión invitándonos a decidir en conciencia lo que más convenía para resolver el caso. Aprovecho para recordar que, según decía el mismo Fundador, la dirección espiritual la imparte el Opus Dei: así que las cosas de cada uno – incluso las más íntimas – se ventilan a todos los niveles jerárquicos necesarios en función de la relevancia del asunto. Distinción entre fuero interno y externo, es evidente que no existe, esa confusión voluntaria forma parte del espíritu fundacional y no se puede ni se podrá jamás cambiar, por mucho que digan lo contrario. Imagino la quebradura de cabeza del pobre Javi atascado entre el Código de derecho canónico y la maldición de su predecesor hacia quien tuviera la osadía de cambiar un ápice de lo que definió su santo Fundador. No le quedaba otra salida que la que utilizó: mentir descaradamente en una carta pública diciendo que, desde el principio, se respeto en el Opus Dei la diferencia entre los dos fueros. Sin cambiar nada puertas adentro, por supuesto. Cada cual que haya vivido tan solo unos pocos meses en la Obra puede apreciar la enormidad de tal mentira.

 

Vuelvo a mi tema: después de considerarlo, di a conocer mi opinión que era la misma que la del sacerdote pero difería de la del Director del centro. Finalizado el consejo local, éste me pidió que quedara en su despacho. Me echó una bronca fenomenal diciendo que mi actitud había sido nada menos que escandalosa: el subdirector, decía él, tenia que secundar en todo el punto de vista del Director, como Álvaro lo hacia con el Padre. Punto.

 

Esto me pareció una violación manifiesta de la libertad de conciencia a la que nos había invitado la Comisión. Aprovechando una visita por allí, pedí ver al Consiliario. Le expliqué el asunto y consulté una corrección fraterna, aduciendo que no era normal que se me pidiera discernir en conciencia para después obligarme a callar y seguir sin más la opinión de mi Director. Noté la cara de irritación del Consiliario. Pensé que le parecía muy mal la actitud de mi Director. Pero no, señor: a su vez, el hombre me echó otra bronca: ¿Cómo pudiste comportarte así ¿Has oído hablar alguna vez de la obediencia? Y se fue, casi golpeando la puerta.

 

Así es cómo me percaté poco a poco que, en esa Obra – que de Dios ya no tiene nada o, si acaso, muy poco – no existe libertad personal, ni siquiera libertad de conciencia. Se trata de un atropello brutal a lo que caracteriza la dignidad esencial de toda persona: su capacidad a discernir en conciencia lo que le parece justo, adecuado o no, para sí mismo en primer lugar. Por eso ponen tanto empeño en diabolizar cualquier manifestación o expresión de un parecer subjetivo. Falta de visión sobrenatural, te dicen. Orgullo. Amor propio. Soberbia. La verdad oficial, la que te indican, tiene que prevalecer. Ir en contra es signo claro de mal espíritu.

 

Abro otro paréntesis: existe una palabra esencial en todo caminar espiritual, sobre todo cuando se trata de una llamada específica a servir a Dios en un estado particular. Esa palabra es: discernimiento. Discernir. Apreciar en conciencia. Ponderar: espiritualmente, intelectualmente, emocionalmente. De cara a Dios. Ese proceso se realiza en el santuario de la conciencia personal. La prudencia invita a consultar una persona sabia, con criterio y experiencia que, eso si, no tiene ningún proyecto sobre ti sino que te ayuda a discernir lo que llevas por dentro y que el Espíritu Santo quiere que percibas. Todo lo contrario de lo que se practica en el Opus Dei, a saber un proselitismo agresivo con el único fin de hacer numero. Escandalosa campaña de los 500 que fue un fracaso rotundo, gracias a Dios. Se utiliza toda clase de artimañas para convencerte de que tienes vocación: “Lo veo tan claro para ti, ¡Hombre” decía con frecuencia tal sacerdote a los que consideraba como “pitables”. Bueno: lo importante no es que lo vea el sacerdote sino el interesado. Toda presión, amenaza, chantaje, creación adrede de un ambiente emocionalmente cargado, plantear una “crisis vocacional” como dicen… es signo claro de una intención perversa que no respeta el fuero interno del individuo.

 

Después del periodo de discernimiento viene la decisión de responder a lo que se presenta como una opción de vida. Si la respuesta es afirmativa y que decides dar el paso, ¿Qué sucede después? La Iglesia ha previsto que haya un periodo a veces bastante largo antes de la incorporación definitiva. ¿Y para qué sirve ese periodo? Pues, para seguir con el discernimiento con el fin de cerciorarte de que ese es realmente tu camino, apreciando la realidad cotidiana de la vida en el estado que has escogido. Habitualmente, esto se realiza con la ayuda de alguien que te acompaña. Sin forzar ni frenar, sino ayudándote a ver cada vez más claro si esa vocación es tuya o no. Mientras que en la Obra nada te dicen de eso sino todo lo contrario: ya no puedes dar marcha atrás. Sería una traición. Una bofetada a Cristo. Te volverías triste. Ya no podrás gozar de la vida como cualquiera. Todo tendrá un sabor amargo. Además, pones en serio peligro tu salvación eterna… Nada menos.

 

Permitidme, queridos lectores de Opuslibros, que os diga abiertamente lo que pienso de ese modo de actuar por parte de la Obra. Y perdonad de antemano el carácter tajante de la afirmación de la que, sin embargo, no quiero quitar ni una letra: en muchos casos, se trata, ni más ni menos, de pedofilia psicológica y espiritual, de una violación de la persona que resulta con frecuencia en trastornos profundos. ¿Por qué creéis que hay tantas personas en el Opus Dei que sufren de depresión, llevan problemas psicológicos sin fin y acaban como plantas o se suicidan? Es que no han sabido curar la profunda herida que se les ha ocasionado ni recuperar la integridad (de “integer”, intacto) que les han robado. Viven como alienados, exiliados de su Edén interior, caminando por un sendero que no es el suyo, extranjeros a sí mismos por mucha cara de felicidad con la que algunos siguen presumiendo. Muchos, interiormente, están vacíos, desarraigados, sin fundamento: viven “hacia fuera”, en la exterioridad de múltiples normas, costumbres y practicas. Su ser interior es totalmente desnutrido. El sufrimiento, a veces intenso, que experimentan es precisamente la señal, el síntoma que se les envía para que comprendan que el camino que recorren no es el suyo. Son pocos, desgraciadamente, los que se atreven a escuchar el susurro del Espíritu Santo en lo que les queda de conciencia personal: tal es la desconfianza hacia sí mismo que les han inculcado, el miedo a pensar y decidir por sí mismos.

 

He aquí otro signo claro de violación: después de la fase de seducción y valorización – cuando no se trata de un auténtico asalto – acabando con la comisión del acto (en este caso, la carta al Padre), el violador abandona a su victima. Ya no le interesa. Ha logrado lo que quería y basta. Muchos han comentado su perplejidad frente al cambio de actitud del numerario que les trataba, una vez obtenido el pitaje. Ya somos hermanos. Se acabo la boda. A ti también te toca cazar ahora. Eres como yo. Y efectivamente, todo pasa como si el abusado pasara a ser, a su vez, abusador. Repite lo que le han hecho, lo cual viene a reforzar el sentimiento de legitimidad de tales comportamientos.

 

Ambos, abusador y abusado, son – a mi modo de ver – victimas inconscientes, siempre y cuando no realicen la manipulación de que han sido objetos.

 

Dicho eso, no me atrevería a decir que toda vocación al Opus Dei – si es que existe – tiene el recorrido que describo aquí arriba. Yo respondí a lo que consideré entonces como una llamada. Como también me alegro hoy en día de haber dejado este camino. Y que quede claro: no tengo ningún sentimiento de haber traicionado lo que fuere. Es más: entiendo perfectamente la casi necesidad de haber pasado por la Obra como preparación a lo que me esperaba… Cuando una puerta se cierra, Dios sabe cómo abrirte otra.

 

Volviendo a mi relato, quiero subrayar el hecho que, en el Opus Dei, la verdad oficial, habitualmente es mentira. El suceso siguiente lo ilustra perfectamente. Un día me pidieron que hiciera el relato de la historia del Centro en el que vivía. Me pareció lógico ya que fui uno de los primeros que se mudaron allí cuando la casa todavía estaba en obras. Escribí el artículo que envié à la Comisión regional contando con entusiasmo los años transcurridos desde que iniciamos las actividades del Centro. A los pocos meses, descubrí en Crónica mi artículo que algún forofo entusiasta había “corregido”: me quedé asombrado. Mi primera reacción fue una auténtica carcajada seguida por una igual indignación. ¿Cómo era posible inventar cosas por el estilo? El panorama que se describía nada tenía que ver con lo que habíamos vivido en el Centro: mentiras asombrosas sobre las actividades apostólicas o el número de participantes. En suma, el artículo no era más que una versión oficial, digna de la Pravda, enalteciendo el Partido Único. Todo era marketing. Pura ficción. Me chocó profundamente. Lo comenté con otro numerario que, como yo, había conocido los inicios de la labor en el Centro. Tampoco salía de su asombro.

 

El Director del Centro – que no sabía nada del periodo descrito en el artículo por haberse unido a nosotros mucho más tarde – nos llamó a los dos en su despacho. Nos dijo que había leído el artículo y que le parecía muy bueno. Nos animó a que alentáramos a todos a leerlo, sosteniendo que era un reflejo fiel de la realidad. Me cabreé, negándome rotundamente a mentir de un modo tan descarado. Mi compañero numerario se calló y obedeció. Aprendí años más tarde que este numerario había sido nombrado… Defensor de la Región. No tiene desperdicio.

 

Así que, queridos lectores de Opuslibros, la falta de libertad, la violación de las conciencias y la mentira, constituyen características esenciales de lo que es el Opus Dei hoy en día (y desde hace bastante tiempo, desgraciadamente). Mientras que el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo hace hincapié en la necesidad de la verdad, unida ésta con la libertad:“Veritas liberabit vos”.

 

Sé por experiencia personal y ajena que asumir la propia libertad puede dar vértigo: ¿Y qué si me equivoco? De ahí la tentación frecuente de abandonar en manos ajenas – y a veces enemigas – ese tesoro inalienable que Dios nos ha dado: nuestro libre albedrio con el que podemos decidir en conciencia del rumbo que queremos imprimir a nuestras existencias, de los valores que nos estructuran, de las decisiones que tomamos en todos los campos de nuestro quehacer humano.

 

Es evidente que, aun con total sinceridad, nos podemos equivocar. Es el precio de la libertad y de nuestras limitaciones ontológicas que tenemos que aceptar como parte integrante de nuestra condición humana. Lo positivo es que, si es necesario, podemos rectificar. Uno aprende mucho de sus errores, de sus equivocaciones. Con la ayuda del Espíritu Santo (que podemos invitar en cada situación para que ilumine nuestra conciencia), nos acostumbramos a pensar, sentir y actuar de modo cada vez más justo. Así celebramos – y mostramos nuestro agradecimiento – por el regalo que Dios nos ha hecho, dándonos nuestro libre albedrio. ¿O crees acaso que prefiere la esclavitud, la servidumbre que consiste en aplicar criterios, normas y principios que otros han decidido para ti? Los hay, efectivamente, que se contentan de eso; como, por ejemplo, ese sacerdote que me decía: “Óyeme bien: en la Obra haces lo que te dicen y cierras el pico”.

 

Dime: ¿Piensas sinceramente que Cristo actuó refiriéndose únicamente a la Ley definida por Moisés, los fariseos o quien sea? ¿Piensas que sus decisiones le vinieron dictadas sin que tuviera que discernir en cada caso lo que convenía hacer o no?

 

Además, te voy a decir una cosa: prefiero ser sincero en mi error – y aprender de ello – que hipócrita en la verdad de otro, aunque esta me ofrezca la comodidad de una pretendida “buena conciencia” (cuando en realidad no es otra cosa que una dejación de deber y una negación de la llamada de Dios a constituirnos como personas, es decir un ser libre, capaz de decidir, con el nivel de conciencia que es el suyo, lo que le parece justo o no).

 

Crecer en conciencia, llegar a la madurez espiritual no se logra cumpliendo normas, respetando reglamentos – ¡ni siquiera mandamientos¡ – como un autómata o un esclavo. Desgraciadamente, el behaviorismo religioso de la Obra se impone a menudo en detrimento de un auténtico crecimiento espiritual.

 

Si a ti te parece que puedes seguir ahí dentro en el respeto incondicional de tu libertad personal (que nadie, ni el Papa, puede cuestionar); si te parece posible rendir tributo a las exigencias de la verdad; si piensas que no haces daño a la gente acercándola a la Obra; si crees, en definitiva, por el motivo que sea, que tu camino personal pasa por esa Obra (por poco que lo hayas decidido tú), no tengo nada más que decirte. Y te deseo que, en la medida de lo posible, seas feliz en tu camino.

 

En el caso contrario, me permito invitarte a compartir tus dudas con una persona de confianza que sepa escucharte y respetar la acción del Espíritu Santo en tu alma.

 

Ubivult




Publicado el Wednesday, 18 March 2020



 
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