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 Correos: Sobre el difunto Cremades.- Antonio Moya Somolinos

010. Testimonios
Antonio Moya :

Estimados amigos: En relación con el paso de Javier Cremades a la otra barriada, querría dar mi opinión. Entiendo que todo aquel que fallece, desde el punto de vista jurídico deja de ser persona en este mundo y pasa a ser un personaje histórico, con mayor o menor (o nula) relevancia histórica, lo que supone que a él ya no se le pueden exigir responsabilidades pero tampoco derechos que en este mundo sí los podría tener. Concretamente, si cometió atrocidades del tipo que sean, podemos decir que se ha ido de rositas o que le ha salvado la campana (me acuerdo ahora del caso de Cotino, agregado del Opus Dei, imputado por presuntos delitos económicos; su muerte hizo que ya no se le exigieran responsabilidades que sí se le habrían exigido de seguir en esta barriada)…



Cuando una persona muere, pasa a ser susceptible de dos juicios, el de Dios y el de la historia. Del de Dios no sabemos nada, salvo que Dios es infinitamente misericordioso y no nos imaginamos hasta donde llega su misericordia, lo cual es un motivo de esperanza para todos nosotros.

El juicio de la historia es un juicio que se va formando paulatinamente tras la muerte del sujeto por todo el que de algún modo quiera y tenga algo que aportar. Evidentemente, en principio, aportan más quienes le han conocido de cerca, pero no solo ellos, pues quienes le han tratado de cerca no quiere decir que sean los que mejor le han conocido, entre otras cosas porque por determinados motivos, la inmediatez les puede llevar a no tener perspectiva, la cual la dan los años. Por eso Suetonio, al escribir su libro sobre los emperadores que le precedieron varias décadas atrás, levantó la manta acerca de aberraciones y atrocidades que estaban ocultas y que los mismos protagonistas se preocuparon de que quedaran tapadas tras su muerte.

El juicio de la historia es paulatino y no es una foto fija. Hay personajes que tras su muerte, la historia les ha ido juzgando de distinta manera según los años. Respecto de un muerto no cabe la injuria; en todo caso, el juicio sobre él será un juicio más o menos fundado o infundado, más o menos acertado o exagerado, pero nunca injuria, y por tanto nunca imputable como injuria, pues el personaje histórico ya no es persona civil y no puede ni debe exigir los derechos civiles que tenemos quienes estamos todavía en este mundo. A cambio de eso, tampoco se le pueden exigir responsabilidades a él por sus atrocidades.

Tampoco un santo canonizado se libra de esto, pues una canonización es simplemente una inscripción de un personaje histórico en un catálogo, el Catálogo de los Santos, en el cual, según el juicio de la Iglesia (que no atañe a la fe, y por tanto no goza de infalibilidad), ese personaje histórico puede proponerse como ejemplo de virtudes cristianas y como intercesor. Pero, si la fe se propone pero no se impone, con mayor razón un santo canonizado SE PROPONE PERO NO SE IMPONE, pues en realidad, el único “santo”, el único que tiene ese apelativo como propio, es Dios. De ahí que sea totalmente correcta la expresión “ese santo no es santo de mi devoción”, no solo porque no tenemos obligación de tener por intercesor a un santo concreto, sino porque determinada persona puede tener datos acerca de un santo canonizado que le lleve a tener la convicción de que en realidad es un hijoputa.

En una palabra, que cualquiera tiene derecho a pensar, por ejemplo, que san Josemaría Escrivá de Balaguer fue un hijoputa si, además de leer las biografías “oficiales”, se le ocurre leer otros libros tales como el de María del Carmen Tapia, por citar uno (en OpusLibros hay hasta cuatrocientos libros silenciados sobre san Josemaría y el Opus Dei). Y no digamos si además profundiza en el proceso de beatificación del mismo, en donde tuvo un papel importante un calumniador profesional llamado Javier Echevarría, vicario general de la prelatura, que perteneciendo a la Congregación para las Causas de los Santos, se dedicó a hacer informes falsos en el proceso y a conseguir que el chocheante padre Pérez, con base en esos informes, prohibiera declarar en el proceso a determinadas personas que habrían aportado algunas sombras en medio de esa luz arrolladora de aduladores y fanáticos que declararon en el proceso.

Que el juicio de la Iglesia sobre personajes históricos cambia, lo demuestra el hecho de que Pablo VI quitó del Catálogo de los Santos a unos setenta sujetos. Esto demuestra también que lo importante es irse al Cielo, con independencia de estar canonizado o no. En una palabra, que lo que importa es el juicio de Dios, que es el único totalmente objetivo.

En cuanto a los milagros de los procesos de canonización, hay una cuestión fundamental: No podemos estar TOTALMENTE SEGUROS de que exista una relación causa-efecto entre una oración de intercesión concreta y un hecho concreto supuestamente milagroso, pues no sabemos qué es lo que pasa en el Cielo, ya que nos ha tocado vivir el tiempo de la fe, no de los milagritos. Y la fe no tiene como contenido un determinado supuesto milagrito de un sujeto fallecido, sino las verdades de la fe que custodia la Iglesia. Y NADA MÁS.

Dicho todo lo anterior, se entenderá fácilmente que opino que en un medio abierto como este cualquiera pueda opinar de Cremades o de la madre que lo parió lo que le venga en gana, pues tales opiniones enriquecen el juicio histórico sobre ese personaje y van eliminando los mitos de los que en vida se pudo rodear. Lo importante es que esas opiniones estén fundadas.

Ya conté en mis artículos del verano de 2018 el caso de un amigo mío, médico jubilado, que fue alumno de Juan Jiménez Vargas en la facultad de medicina de la universidad de Navarra. A excepción de los compañeros que tenía en clase y que eran numerarios, en general, Juan Jiménez Vargas era tenido por un hijoputa, pues sabía quiénes habían sido hablados para ir a círculos o para pitar y hasta que no pitaban les puteaba con malas notas. Cosas como estas podrán escandalizar a los numerarios de hoy día, que tienen en un pedestal al mítico Juan Jiménez Vargas, pero la opinión, fundada, de otros no es la misma y sale a relucir a la vuelta de los años.

Por tanto, bienvenidos todos los apelativos sobre los personajes históricos, quienes con su vida se los han ganado a pulso y no tienen derecho a la buena fama. Tuvieron ese derecho y hubo quien hizo un uso fraudulento del mismo mientras vivió. Pero ya no lo tienen, y ni es injuria ni falta a la caridad opinar libremente sobre sus comportamientos, ya que ese es el testimonio que han dejado, sus obras. Sobre el fuero interno ni yo ni nadie opina, solo Dios. Por eso, el juicio de la historia tampoco es el definitivo.

Antonio Moya Somolinos.




Publicado el Wednesday, 20 January 2021



 
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