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 Tus escritos: Retablo de curiosidades (II).- Satur

010. Testimonios
Satur :

Don Pedro Lombardía

 

Le conocí en un curso anual. Lo nuestro fue un flechazo: dos gansos. Sólo coincidimos dos años –nos emplazamos para el año siguiente, pero alguien pensó que nuestra relación le aumentaba la tensión, le agotaba en lugar de descansar, que es a lo que se va a un curso anual, y nos prohibieron coincidir nunca mais. Era un andaluz barroco, muy divertido, de una imaginación explosiva y original. Contaba con  chispa miles de historias, con un gracejo cordobés que daba color a todo lo que contaba,  una cabeza prodigiosa y una memoria planetaria.

 

Feo, desgarbado, de ojos saltones, labios húmedos, que sostenían una pipa casi permanentemente, cabeza unida directamente al tronco, sin cuello, piernas que terminaban en unos pies que marcaban siempre las dos menos diez al andar, mariconera al hombro y sonrisa pícara tras unas gafas enormes . Nadie diría que ese hombre era entonces Presidente de la Asociación Mundial de Canonistas, Consultor del nuevo Código de Derecho Canónico, Catedrático de Derecho Canónico de la Universidad de Navarra … una eminencia. Ese hombre, en realidad, era  Don Pedro. Nada más y nada menos. Después, todo lo demás. Los títulos, cargos, encargos y oropeles no le añadían nada...



Si no hablaba en las tertulias –algo muy difícil de conseguir– se dormía sin rubor alguno, a pierna suelta, con la boca mirando al techo, resoplando, cuando no roncando. Lo de dormirse debía de ser algo muy natural en él. Contaba que en el Colegio Romano, fue con dieciocho años, se dormía hasta en el hombro de Escrivá en las tertulias, mientras hablaba el santo, y que éste decía “ dejadlo, no le despertéis, que está agotado”.

 

“Una tarde, seguía contando Pedro, estaba haciendo la oración y veía que, por primera vez en toda mi vida no me dormía. Porque yo en el Colegio Romano lo que más tuve es sueño. Me moría de sueño. Y aquel día estaba feliz porque, por fin, podía hacer media hora de oración seguida tratando a Nuestro Señor. Y en esto que oigo “ ¡¡¡TANTUM ERGOOO SACRAMENTUUUUMMM…!!!” y pego un bote como un gato”… y es que estaba dormido, soñando que estaba despierto, hasta tal punto que habían terminado la oración, preparado el oratorio, comenzado la Bendición y el tío, raca raca,  durmiendo como un bendito con la frente apoyada en el banco delantero.

 

Sus anécdotas eran muy floridas, y no se cortaba con nada, ni con nadie. Las adornaba hasta extremos inverosímiles,  hipnotizantes. Una era muy famosa. Se la contó a Escrivá y, dicen, que muriéndose de risa, viendo venir el final de la historia, le lanzó un algo mientras le gritaba“ ¡¡¡calla, Pedro, no sigas, callaaa!!!”.

 

Comenzaba diciendo que a él había relatos de la Biblia que le costaba mucho aceptar. Uno de ellos eran esos que, al terminar una batalla el Pueblo Elegido, se cuenta que “omnes simul clamabant” (todos juntos cantaban),”y miles de tíos  se marcaban todos unos salmos de la leche, más largos que un chorizo de Pamplona y con unos textos difíciles. ¿Cómo podían ponerse tantos de acuerdo y coincidir en el mismo texto de un modo espontáneo?” .

 

“Y Nuestro Señor, sabiendo de mi zozobra espiritual, vino en mi ayuda y me hizo ver que sí, que todo en la Biblia es palabra de Dios”.

 

Y es el caso que  en Zaragoza, se rodó Salomón y la Reina de Saba , de Samuel Bronston, con Yul Bryner –el divino calvo-, y Gina Lollobrígida, conocida como “la Lollo”. Y Pedro estaba haciendo la mili allí. Mandaron a la tropa como extras de la película a rodar varias escenas al desierto de los Monegros. La peña emocionada –hay que ponerse en España años cincuenta– de poder ver a la Lollo en vivo. La Lollo entonces era un monumento de mujer, un símbolo, un ser de otro planeta, un referente, un canon de belleza que hasta los perros y los gatos se daban la vuelta para verla.…Y llegó la escena cumbre. Se trataba de representar el recibimiento de la Reina de Saba  en las puertas de Jerusalem por Salomón y su ejercito. Colocaron a todos los soldados de reemplazo en dos filas, vestidos de judíos, lanza en ristre y cascos de época. Samuel Bronston dio las indicaciones para el rodaje con un megáfono.

 

-         Señores, vamos a rodar la escena en que la Reina de Saba es recibida por Salomón en las puertas de Jerusalem. La Reina va a aparecer en un carro tirado por dos caballos por allí, entrará entre las dos filas que ustedes han formado, y ustedes deberán manifestar su alegría porque ella llega. Me da igual lo que digan porque no se va a grabar sonido, pero deben manifestar mucha alegría. Levanten las manos, griten alegres ,celebren y festejen  el recibimiento.

 

Todos contentos, expectantes y nerviosos porque, por fin, iban a poder ver pasar a escasos metros de ellos a la auténtica Gina Lollobrígida. ELLA. Y eso se lo contarían a sus amigos, a sus hijos, a los hijos de sus hijos… ellos estuvieron allí.

 

Efectivamente, a lo lejos, ven venir un fastuoso carro tirado por dos corceles, negros como ala de cuervo, guiados por la mano de la Reina de Saba que asomaba de una magnífica túnica blanca, escote abierto por delante hasta la rodilla, frente altiva, mirada de leona: ¡¡¡LA LOLLO!!!.

 

“Y, de repente, sin ponernos de acuerdo, de un modo espontáneo, como los auténticos soldados de la Biblia, comenzamos todos a gritar “omnes simul clamabant”. ¡¡¡TÍA BUENAAAAA, TÍA BUENAAAAA, TÍA BUENAAAAAA”… Y vi que el señor me había hecho ver que la Biblia no miente”. Allí también todos  “omnes simul clamabant”.

 

También contaba que un tal Pichurri –las historias que contaba de éste dan para un libro– pastor de Teruel, más bruto que un arado, ignorante y, como se verá, bastante primario, ya grabada la escena, consigue acercarse a la mismísima Lollo, le coge del brazo y le expeta emocionado “¡¡¡QUIÉN TE PILLARA CAGANDO, MAJAAAA!!!”. Poesía pura. La Lollo nunca volvió a ser la misma.

 

En las excursiones de aquellos dos cursos anuales se apuntaban dos o tres coches sólo por el hecho de que venía él. Era una de esas personas que sabía convertir de una anécdota algo de película. Probablemente ni él supiera de esa capacidad. Nos pasábamos horas cantando horteradas,  relatando historias como la de las Hermanas Flamarique –conocidas cantantes de jotas que fueron a la Asamblea de Amigos de la Universidad de Navarra con un autobús de Tafalla y pillaron –el autobús entero- una gastroenteritis de Padre y Señor mío. Oírle contar el regreso -¡¡¡PARAAAA; PARAAAAA!!!, gritaban las Flamarique– era desternillante.

 

Contaba muy bien los chistes. El “del padre del viento“ lo bordaba, pero desdice del tono propio de Orejas. Los de caníbales le gustaban mucho.

 

“Van el caníbal padre y el caníbal hijo por la selva y, de repente, se encuentran una misionera rubia protestante que está de muerte. Y le dice el caníbal jijo a su padre:

 

-         Qué, papi, ¿nos la comemos?.

-         No. Nos la llevamos a la tribu y nos comemos a tu madre.

 

En las excursiones solíamos hacer rutas turístico, culturales-gastronómicas, y nos desfasábamos bastante. En una visita a la Monasterio de Poblet volvimos loco al pobre guía. Nos comentó que el retablo era del conocido escultor Damián Forment. Y uno va y le comenta.

 

-         Yo tengo en mi casa una cosa de Forment.

-         ¿Qué me dice?, y qué es, si puede saberse.

-         Una colonia que pone “ For Men”.

 

Don Pedro allí se despachurraba.

 

Al mismo guía, cuando nos mostró un Cristo en la Cruz, otro le pregunta muy serio.

 

-         Oiga, ésa talla de San José, ¿de qué siglo es?.

 

El hombre no daba crédito a la pregunta, y observaba el Crucificado pensando el nivel del que hacía la pregunta.

 

-         ¿San José?, ¡¡¡pero si es un Cristo en la Cruz?.

-         Pero, ¡qué dice! –le respondía- ¿no ve las barbas? Vamos, vamos, ese es un San José de tomo y lomo.

 

Don Pedro disfrutaba y comentaba “cuando lo cuente en la Facultad, no se lo creen… sobretodo la Culobien”.

 

-         Y quién es la Culobien

-         La Culobien es una secretaria de la Facultad que, la verdad, y vamos a dejarnos de leches,  tiene un culo muy majo.

 

Pero lo que hizo que  siempre quede en  la memoria de mi vida fue el Día del Trovador.

 

Nos encontrábamos doce numerarios comiendo nuestra bolsa de excursión en los jardines adjuntos a un Parador Nacional cinco estrellas. Ya sabéis: dos bocatas, una lata, y dos piezas de fruta. Yo, aún conservo la costumbre, llevaba una guitarra. Y en esas estábamos cuando Don Pedro me reta.

 

-         A que no hay cohóne para cantar en el comedor del Parador.

 

Don Pedro  ignoraba que soy de esos que cuando le dicen “ a que no hay…”, pues hay. Así me ha ido. Él era un Peter Pan,  pero yo era otro: dos chavales. Sucede que él entonces tenía sesenta años y yo veintitantos.

 

-         ¿Qué no hay?.-le respondo-. Hay, pero sólo si usted pasa el platillo cuando termine el recital.

-         Hecho.

-         Pues, venga.

 

El que hacía cabeza del grupo –ya se sabe que en la opus siempre hay un tío que hace cabeza– “ya te vale, cabeza, que dicen los maños”-, me coge en un aparte y me dice “ oye, que es Don Pedro, ni se te ocurra”. Pero ya era tarde.

 

Entramos en el comedor y sin pedir permiso ni encomendarnos a nadie decimos.

 

-         Señoras y señores, somos unos trovadores del siglo XX que vamos amenizando con nuestras canciones las viandas que comen las buenas gentes en mesones y cantinas . Sigan degustando de su comida y relájanse.

 

Y comenzó el recital, mesa a mesa, sin que a nadie le importara. Modestia aparte, el tono de las canciones era más que alto. Don Pedro a mi lado, con un platito de postre, se balanceaba al ritmo de  boleros y rancheras. La pinta que llevábamos era, efectivamente, de trovadores con miles de kilómetros a la espalda. 

 

Al terminar la última mesa  nos despedimos.

 

-Y para finalizar cantaremos una última canción y aquí, Don pedro, presidente de la Asociación de Canonistas, Consultor del Nuevo Código de Derecho Canónico Y Catedrático de la Universidad de Navarra, pasará el platillo. Sean generosos, y gracias por su amabilidad al escucharnos.

 

Comienza la canción y una niña se acerca y deposita un billete en el platito. Don Pedro me ordena parar, besa el billete y dice al público.

 

-         Esto que acabo de hacer es el “Osculum Vestalis”, el beso que daban las sacerdotisas en la Roma del Imperio, en el templo de Venus, cuando un ser inocente ofrecía su donativo. Y esta niña, símbolo de la inocencia, representa mejor que nadie ese momento.

 

La gente no sabía si ese hombre estaba hasta las patas de vino, si era catedrático, si estaba como un cencerro…

 

Con las ganancias nos pagamos los cafés de todos, las copas de coñac de todos, varios puros y aún sobró.

 

Por la noche, en la tertulia, nadie creía lo que contamos. Pero uno de los nuestros, actualmente periodista de prestigio, había llevado un cassette –otra cosa que hacíamos eran trabajos de campo y entrevistas a lugareños– y lo grabó.

 

Al día siguiente me llamaron a dirección. A Don Pedro le estaba subiendo la tensión, había venido a descansar y lo iban a devolver a su centro hecho unos zorros, me estaba pasando. Y, vamos, que nunca mais salir con él.

 

No volvimos a coincidir. Murió pocos años después de cáncer.

 

Y uno agradece haberse cruzado esos dos meses con él. Un tipo fantástico por dentro, y por fuera.

 

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Publicado el Monday, 14 March 2005



 
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