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 Tus escritos: Cont. Parte I: El origen del problema. (de 'LA CONCIENCIA Y LA OBRA').- E.B.E.

090. Espiritualidad y ascética
ebe :

La conciencia y la Obra
PARTE I: el origen del problema 

La Obra como conciencia colectiva y la conciencia de las personas 

Uno de los temas más graves que se plantean con la formación y el modo de gobernar que le son propios, es que la Obra saca atribuciones propias del ámbito de la conciencia personal y pone en la conciencia de las personas temas que no tienen el peso o la entidad de un tema de conciencia: pone cargas que no hay por qué llevar consigo y quita derechos inalienables.

Hace de temas opinables asuntos de conciencia y hace de asuntos de conciencia temas de gobierno. 

Pensemos en la cantidad de temas opinables que la conciencia de los miembros debe consultar a «la conciencia de la Obra», es decir, a los directores...



Temas como el descanso, que –para agregad@s y numerari@s- en la Obra no es un derecho sino un deber y por lo tanto ha de «consultarse». Sin permiso de los directores, el descanso «no previsto» en el «horario» es un acto de indisciplina, con el cual se carga a la conciencia. 

Lo mismo sucede en el ámbito profesional, donde la Obra somete la conciencia personal de las personas a la obediencia disciplinal, de manera tal que lo profesional «a causa de la conciencia» se encuentra sometido al dictado de los directores. Un tema que es opinable deja de serlo en el mismo instante en que los directores lo plantean como tema de «conciencia». Y todo en la Obra puede plantearse de esta manera: basta que se formule como «es voluntad del Padre-prelado» (también puede plantarse como «es voluntad de Dios», pero en ese caso es más difícil de demostrarlo). Nadie desafía al Padre, ni siquiera la conciencia personal tiene permitido hacerlo.

Sé del caso de un numerario al cual le impidieron hacer su doctorado en otro país –los directores nunca le dijeron claramente por qué-, y le significó perder una muy importante oportunidad en su carrera. Tal prohibición se la impusieron a su conciencia en razón de la obediencia, no con razones profesionales –que la Obra no puede tener ni ejercer-. Hacer ese doctorado hubiera significado –para ese numerario- actuar en contra de «la conciencia de la Obra» y por lo tanto una «grave trasgresión», cuando en realidad se trataba de un tema profesional. 

Sucede que la Obra, cuando no tiene argumentos legítimos –razones justas y proporcionadas-, apela a la conciencia personal para que ésta se someta a la «conciencia de la Obra», como el mayor argumento irrevocable, el as o comodín que siempre se saca de la manga y gana la partida.

«[Escrivá] era una persona muy compleja porque él jugaba con dos barajas. Es decir que corrientemente jugaba con la baraja con la que jugamos todos al realizar nuestros actos. Pero él tenía además la baraja sobrenatural y de vez en cuando echaba una carta de esta baraja y creaba una visión equivocada.» (testimonio de Miguel Fisac). 

Quien domina la conciencia, domina el resto de los ámbitos de una persona, sin necesidad de entrometerse en ellos explícitamente. Por eso el gran poder de la Obra sobre las personas.

Pasando al segundo aspecto -hacer de asuntos de conciencia temas de gobierno-, tomemos el caso de conciencia que cuenta Amapola (en el capítulo "El pabellón", párrafo 12), donde el secreto de confesión es puesto al servicio de los fines de gobierno, un tema de conciencia pasa a la esfera de gobierno: el sacerdote ordena a la penitente que vaya y se acuse frente a las autoridades públicas de la Obra sobre lo que ella ha contado en confesión. Lo que podríamos llamar una «confesión voluntaria» por coacción. 

Ejemplos podrían multiplicarse en lo que hace a la confidencialidad de «la charla fraterna» y el uso que los directores hacen de la información obtenida allí. El deber primordial del director local es hacia sus directores superiores y no hacia el dirigido. El director local sabe que dará cuenta ante sus directores pero no así ante sus dirigidos. Sabe que su conciencia está «asegurada» por el respaldo de la «conciencia de la Obra», en la cual deposita y delega su juicio moral.

Si se tiene en cuenta que «el fin corporativo es la obediencia» -según palabras del fundador- resulta comprensible la anulación de la conciencia, pues es incompatible el sometimiento personal con la existencia de una conciencia personal. 

De esta manera se refuerza doblemente el vínculo con la obediencia: se manda obedecer apelando a la conciencia y se manda a la conciencia delegar su facultad de discernimiento en lo que decidan los directores.

La conciencia personal queda diluida en lo que podríamos llamar «la conciencia corporativa de la Obra», facultad que ejerce de manera eminente el Padre, y luego, en menor grado, aquellos que lo representan. Por eso es tan importante «identificarse» con el Padre, «pasar por su cabeza y su corazón». 

Esta delegación causa una gran alienación en las personas, las forma en la irresponsabilidad y en una cierta «amoralidad», porque han delegado su capacidad moral en «lo que diga la Obra», como si pudiera existir una dispensa para el discernimiento.

Podríamos llamar a este proceso de transformación moral, un “lavado de conciencia”. 

 

La obediencia como conciencia

«Un criterio decisivo para juzgar la calidad "humana" de un medio cultural o institucional, es la conciencia que existe en ese medio de su propia contingencia o relatividad, y su misión de dar paso a una dimensión superior de la persona, sin pretender nunca asumir la responsabilidad de la conciencia de sus miembros» (A. Ruiz Retegui, Quarta Collatio). 

¿Cómo es posible perseverar tantos años en la Obra hasta darse cuenta finalmente de lo que sucede? ¿Cómo puede existir entre los directores una ausencia de culpa y responsabilidad, que les permite desentenderse de los daños que causan?

Lo que se puede observar y concluir, en una primera instancia, es la ausencia de una verdadera conciencia personal entre los directores y entre los miembros en general.  

Podríamos decir que la obediencia en la Obra se traduce en una especie de «lobotomía moral», que hace posible una obediencia mansa y una ausencia de culpa tan pacífica que se podría confundir con cinismo. Esa metafórica lobotomía también afecta la inteligencia, porque le quita toda inquietud y facilita un pensamiento simplificado, que obedece a consignas más que a razonamientos profundos.

Mientras la conciencia personal es un lugar de encuentro íntimo con Dios, la conciencia corporativa es la convergencia de todas las miradas en «lo que pida el Padre-prelado».

*** 

En la Obra el primer mandamiento es obedecerás. Luego sigue todos los demás, que no se asemejan en importancia.

La conciencia, como tema, queda casi totalmente relegada al deber de «examinarse». 

Es significativa la ausencia, de la doctrina sobre la conciencia, en la formación que imparte la Obra. Veamos el ejemplo en los tomos de Meditaciones, donde la palabra ‘conciencia’ aparece 184 veces y en ningún caso se habla en profundidad de la doctrina sobre la conciencia, inversamente proporcional a la dedicación que se le da al tema de la docilidad, el sometimiento y la obediencia (tema este que aparece 512 veces, sumando “obediencia” y el verbo “obedecer” conjugado).

Se trata casi siempre del «examen de conciencia», tener una conciencia delicada o de «tomar conciencia» de la filiación divina, de la muerte, de la propia debilidad, etc. 

Lo único que se señala es la diferencia que establece Escrivá entre «la libertad de la conciencia y la libertad de las conciencias», diferencia etimológica que no aparece en documentos como la Gaudium et Spes o en la Redemptor Ominis (ésta por ejemplo, en su n. 16  dice «entre estos derechos se incluye, y justamente, el derecho a la libertad religiosa junto al derecho de la libertad de conciencia») y desconozco cuál pueda ser su origen.

El resultado práctico que se obtiene de esta distinción de Escrivá, es una anulación de la conciencia concreta y una concesión abstracta, no operativa, a la conciencia considerada de manera genérica. 

***

Es chocante que aquél que diseño una forma de gobierno basada en el control de las conciencias advierta de este mismo peligro:  

«cuando ese amor [amor de Dios] decae, existe el peligro de una invasión, fanática y despiadada, en la conciencia de los demás»

(Es Cristo que pasa, n. 67).

 

«Pero las ideas claras, la conciencia clara: lo que no podemos es hacer cosas malas y decir que son santas»

(del fundador, Meditaciones III, pág. 715).

Es justamente lo que hace la Obra. Este tipo de situaciones, cuando se descubren, desconciertan hasta el infinito. 

«Es innegable (…) que existen muchas personas que se dedican deliberadamente a oscurecer las inteligencias, a enturbiar las conciencias. Se presentan como siempre se ha presentado el demonio: fingiendo. Aparecen, a veces, incluso con manifestaciones ficticias de respeto y comprensión, y hasta de piedad, escondiendo debajo el veneno mortal»

(del fundador, Meditaciones III, pág. 715).

Este tipo de cosas, generalmente, las conocen dos tipos de personas: las que las llevan a cabo y las que padecen esas violaciones a la conciencia. 

Para quien ha experimentado esta misma situación en su paso por la Obra, este tipo de textos resultan espeluznantes, cuando no escalofriantes.

La idea es poner siempre la sospecha afuera. El mal siempre ha de provenir de afuera de la Obra, o de «un traidor».

*** 

Es tan necesario que la Iglesia se declare dogmáticamente en lo que atañe a la Obra como «institución divina», porque Escrivá se ha atribuido una «potestad divina», tanto para fundar como para dirigir su obra. Todo lo que ha hecho, ha sido «Voluntad de Dios», según sus palabras y hasta ahora nadie con autoridad –o sea, la Iglesia- le ha negado la razón.

Recordemos las palabras de Concilio, respecto de la libertad religiosa y de conciencia: 

«Este Concilio Vaticano declara que la persona humana tiene derecho a la libertad religiosa. Esta libertad consiste en que todos los hombres deben estar inmunes de coacción, tanto por parte de personas particulares como de grupos sociales y de cualquier potestad humana, y ello de tal manera, que en materia religiosa ni se obligue a nadie a obrar contra su conciencia ni se le impida que actúe conforme a ella en privado y en público, solo o asociado con otros, dentro de los límites debidos. (…) Por razón de su dignidad, todos los hombres, (…) son impulsados por su propia naturaleza a buscar la verdad, y además tienen la obligación moral de buscarla, sobre todo la que se refiere a la religión. Están obligados, asimismo, a adherirse a la verdad conocida y a ordenar toda su vida según las exigencias de la verdad. Pero los hombres no pueden satisfacer esta obligación de forma adecuada a su propia naturaleza si no gozan de libertad psicológica al mismo tiempo que de inmunidad de coacción externa.»

(Dignitatis humanae, n. 2).

Y en el capítulo 12 del escrito de A. Ruiz Retegui Lo teologal y lo institucional, encontramos elementos muy esclarecedores sobre el tema de la conciencia, que él cita hacia el final del capítulo:

·         «la conciencia ha de ser obedecida siempre, ya dictamine verdadera o erróneamente»

·         «Santo Tomás tiene una opinión (…), a saber, que actuar de modo contrario a la conciencia errónea, vencible o invencible, es pecado» 

·         «"Un hereje, en la medida en que considera su secta más o igualmente merecedora de fe, no tiene obligación de creer (en la Iglesia)".»

Este último párrafo puede echar luz en lo que hace a la culpa sobre el pasado vivido en la Obra, en particular, por todo lo que cada uno haya podido contribuir con «la herejía» y su propagación. 

¿Podrían el fundador y su Obra acogerse al mismo principio y declarar su inocencia? Si quisiera hacerlo públicamente, tendría que demostrarlo, porque pruebas en contra sobran.

Por último, Ratzinger advierte sobre un posible ultramontanismo -aquellos que ponen a la conciencia en un segundo lugar-, citando e interpretando la famosa frase de Newman: «brindaría, sí, por el Papa. Pero primero por la conciencia, y por el Papa en segundo lugar».  

«Secondo l’intenzione di Newman questo doveva essere —in contrasto con le affermazioni di Gladstone— una chiara confessione del papato, ma anche —contro le deformazioni "ultramontanistiche"— un’interpretazione del papato, il quale è rettamente inteso solo quando è visto insieme col primato della coscienza — dunque non ad essa contrapposto, ma piuttosto su di essa fondato e garantito» (J. Ratzinger, Elogio della Coscienza).

Que se podría traducir (a riesgo de ser corregido por Aquilina o Frida): 

«Según la intención de Newman debía ser —en contraste con la afirmación de Gladstone— una clara confesión del papado, pero —contra la deformación "ultramontana"— una interpretación del papado, el cual es rectamente interpretado solo cuando es visto conjuntamente con el primado del la conciencia — por lo tanto no en contraposición a ella, sino más bien fundado y garantizado en ella».

No sería exagerado decir que en la Obra reina una actitud ultramontana.

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Publicado el Wednesday, 14 September 2005



 
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