Bienvenido a Opuslibros
Inicio - Buscar - Envíos - Temas - Enlaces - Tu cuenta - Libros silenciados - Documentos Internos

     Opuslibros
¡Gracias a Dios, nos fuimos
Ir a la web 'clásica'

· FAQ
· Quienes somos
· La trampa de la vocación
· Contacta con nosotros si...
· Si quieres ayudar económicamente...
· Política de cookies

     Ayuda a Opuslibros

Si quieres colaborar económicamente para el mantenimiento de Opuslibros, puedes hacerlo

desde aquí


     Cookies
Utilizamos cookies propias y de terceros para obtener datos estadísticos de la navegación de nuestros usuarios y mejorar nuestros servicios. Si continúa navegando, consideramos que acepta su uso. Puede obtener más información aquí

     Principal
· Home
· Archivo por fecha
· Buscar
· Enlaces Web
· Envíos (para publicar)
· Login/Logout
· Ver por Temas

     Login
Nickname

Password

Registrate aquí. De forma anónima puedes leerlo todo. Para enviar escritos o correos para publicar, debes registrarte con un apodo, con tus iniciales o con tu nombre.

     Webs amigas

Opus-Info

NOPUS DEI (USA)

ODAN (USA)

Blog de Ana Azanza

Blog de Maripaz

OpusLibre-Français

OpusFrei-Deutsch


 Tus escritos: Continuación de 'La conciencia y la Obra'.- E.B.E.

090. Espiritualidad y ascética
ebe :

Parte II: el camino hacia la salida
de
LA CONCIENCIA Y LA OBRA

El perdón y la ira

Dicen que alguien le preguntó a Mandela cómo pudo perdonar a las personas que lo mantuvieron preso durante 27 años, y el respondió que si no hubiera perdonado, seguiría (interiormente) preso aún. 

Creo que el perdón, así como un duelo, es una etapa de crecimiento, en la cual se dejan cosas atrás. Una etapa que se pasa y no se vuelve a repetir. Crecimiento implica una forma de superación de obstáculos. Si se los encuentra nuevamente ya no son obstáculos, se los salta fácilmente. Eso es crecimiento, un aprendizaje.

Contrariamente, chocarse de continuo con los mismos obstáculos puede ser una forma de atrofiamiento. A veces en la búsqueda de la repetición está el problema del estancamiento. Se pone la atención en el obstáculo y no en la propia capacidad de superarlo. Esa búsqueda de repetición tiene que ver con la propia frustración que, entonces, plantea una pelea “contra” el obstáculo (por eso lo sigue a todas partes “repetitivamente”) y se olvida de que –para resolver la frustración- el obstáculo hay que superarlo, no perseguirlo...



Freud decía que recordar es la única forma de olvidar: o sea, hacer consciente las causas de la repetición permiten no volver a repetir (inconscientemente) el mismo error. Creo que Opuslibros es un intento de recordar para que no se repita más lo que podríamos llamar “la experiencia Opus Dei”. Pues lo que se constata, una y otra vez, es la misma experiencia pasada que se vuelve a repetir. Contrariamente al olvido que practica y a la vez reclama la Obra a las personas que pasaron por ella, olvidar es un acto de irresponsabilidad y contribuye a que el error se perpetúe de manera indefinida.

Perdonar puede parece uno de esos obstáculos imposibles. Pero todo depende de qué se entienda por perdonar.

*** 

Una breve digresión, aunque tal vez no tan breve. Hay ciertas afirmaciones de Escrivá que, me parece, revelan aspectos fundamentales de su personalidad. Una de ellas es la siguiente: «yo no he necesitado aprender a perdonar, porque Dios me ha enseñado a querer» (Meditaciones II, pág. 154). Parece una afirmación candorosa y a la vez llena de grandiosidad. Pero tiene un aire de arrogancia que me resulta preocupante.

Daría para reflexionar durante horas. Se trata de una extrapolación extraordinaria: en Dios se puede identificar el Amor con el perdón, pero no así en los hombres. 

Escrivá no plantea un programa de vida o de un ideal: está hablando de sí mismo, de una realidad, hoy y ahora. Es como si hubiera dicho: «no necesité ser humano porque Dios me hizo divino».

Como modelo a seguir y a la vez como meta inalcanzable (todo lo contrario a la santidad en lo ordinario), como ejemplo de superioridad, que está por encima del resto de los mortales sometidos a las consecuencias del pecado original. 

¿Cómo puede ser que alguien se sienta tan perfecto que no necesite perdonar?

Es el retrato de un superhombre. Afirmación aquélla que se conjuga con otra suya, anteriormente citada: «yo quiero lo que quiere Dios». Es la divinización de su persona. No sólo la Obra “viene” de Dios, la persona de Escrivá reclama para sí un estatuto muy semejante: discípulo de Dios. 

Nada más ni nada menos que Dios le ha enseñado a querer. Y no lo dice en un sentido ingenuo, sino muy en serio: así lo da a creer a sus hijos. Por lo cual, confirma nuevamente –desde otro ángulo- que su querer viene de Dios. Su voluntad pareciera estar divinamente garantizada.

No es difícil deducir de sus palabras, que Escrivá se arrogaba la virtud de no haber odiado a nadie nunca. Es lo que se dice, impecable (no parece ser éste el testimonio que dan otros de él, como Carmen Tapia y tantos más hablando de “las broncas” del fundador).

 

Podría haber existido esa persona, pero el hecho de haber formulado en voz alta –o por escrito- esa convicción, le quita toda probabilidad. Su exhibicionismo le quita a la virtud la modestia necesaria.

 

Si Escrivá no necesitaba perdonar, luego tampoco necesitaba ser perdonado. Estremecedor.

 

De la misma manera podría decirse que nunca perdonó ni pidió perdón por nada, pues se situaba a sí mismo más cerca de Dios que de los hombres. Es cierto que ha pedido perdón muchas veces según los relatos de sus hagiógrafos, pero a la luz del autorretrato de sus palabras, esos pedidos de perdón podrían interpretarse como antropomorfismos.

 

Es entonces que aquél eslogan del fundador revela una realidad mucho más profunda: «el Padre es un santo», como se repetía continuamente en la Obra, acerca de su persona.

 

Si su amor era tan grande que no había cabida para el odio en su corazón –por eso no habría tenido necesidad de aprender a perdonar-, entonces también es lógico pensar que su amor era tan grande que no había cabida para el pecado y por lo tanto no necesitaba de perdón (dejo de lado sus propios clamores públicos de gran pecador, porque creo que con ellos lograba justamente el efecto contrario, su glorificación pública -o tal vez fuera ese el efecto buscado).

 

Si esas palabras del fundador, citadas más arriba, fueran el testimonio de un testigo, podrían entenderse como la alabanza de un admirador. Pero proviniendo de sí mismo, es difícil no ver en ellas una expresión de enorme vanidad y presunción.

 

«Yo no he necesitado aprender a perdonar, porque Dios me ha enseñado a querer». Escrivá no está hablando del perdón sino de su impecabilidad. Es increíble.

¿A qué viene toda esta crítica? A que esa imagen de un Escrivá todopoderoso es la que no pocos interiorizamos y ahora es necesario exteriorizar y expulsar de la propia conciencia, al menos por motivos puramente terapéuticos. Es necesario “des-divinizarlo”.

Además, se trata de un paradigma. Ese es “el modelo de perdón” que muchos aprendimos en nuestro paso por la Obra y es importante hacerlo consciente. El perdón basado en la arrogancia.  

“Tú que te has ido de la Obra y odias, tienes que aprender a perdonar. Yo que estoy en la Obra y Dios me ha enseñado a querer, no necesito perdonar”, podría concluirse.

Este no puede ser un modelo a imitar. Y es importante tomar consciencia de ello, para no repetirlo.

*** 

La idea de perdón tiene un nexo peligroso y equivocado con la idea de impunidad. De hecho, he visto cómo los mismos victimarios exhortaban a sus víctimas a «aprender a perdonar» (de manera genérica, sin dar nombres), como una forma de obtener impunidad gracias a sus mismas víctimas (una perversión doble).

Pero el perdón es otra cosa, al menos desde el ángulo que lo miro. El perdón, en primer lugar, es conveniente para uno mismo y no tiene nada que ver con el afuera. No es un beneficio para el criminal ni una exigencia que pueda demandar. 

Es perdón es la superación del daño que el victimario ha llevado a cabo en nosotros. No es una dispensa de castigo. Es el resultado de un proceso de sanación. El perdón no tiene que ver con algo que «debemos» dar a otro sino con algo que necesitamos para nosotros.

Ciertamente existe un «perdón público» que permite pacificar a dos partes que han estado en conflicto manifiestamente. Cuando alguien expresa su arrepentimiento, hay una cierta obligación importante de otorgar el perdón. Podríamos decir que la velocidad con que se otorga el perdón es directamente proporcional a la profundidad del arrepentimiento que manifiesta el culpable. 

Aún así, cuando las personas de la Obra dicen «ustedes tienen que perdonar», lo que están diciendo es «ustedes tienen que dejar de odiar». Por eso el fundador decía «no he necesitado perdonar». Es una expresión más de la soberbia corporativa.

Esta postura le otorga un doble beneficio a la Obra: omitir la culpa, el arrepentimiento propio, y pasar a la acusación, poner a la víctima en el lugar del trasgresor. Es una hábil manipulación de las circunstancias, dando vuelta el tablero y situándose la Obra en el lugar de la exigencia. 

Algo parecido sucede cuando la Obra dice «ustedes tienen que ser agradecidos», como si todos los beneficios que se puedan haber recibido de la Obra hubieran sido gratis. Se ha pagado un precio por ellos, y muy alto: entregarle toda la vida a la Obra, entregarle la conciencia personal, poner a nombre de la Obra la propia vida, permitiéndole a esa institución ser dueña de nuestra alma. Y permanentemente se está en deuda con la Obra, porque siempre hay más para dar, para «entregar». De aquí el sentimiento de culpa, tanto por lo recibido –que “es más valioso” que lo que se da a cambio- como por lo no entregado. La Obra pone constantemente el acento en el «tú no vales nada», por el contraposición al «valor supremo» de la institución. Una verdadera esclavitud mental y moral.

A ese precio, cualquier beneficio es siempre «un mal negocio», y sobre todo, una estafa. 

***

Pero ese perdón público no me parece importante ahora. De hecho muchas veces es falso y con fines «diplomáticos». Otras veces es realmente necesario, pero sus resultados dependen de la existencia del perdón «privado» y del arrepentimiento público. 

No creo tampoco que para perseguir la justicia haya que moverse por el odio o al menos por un sentimiento de reacción desproporcionado.

Se puede perdonar y enviar a la cárcel a quienes han cometido el delito. No hay ninguna hipocresía o doble estándar en esto.  

Es necesario separar la justicia de la sanación interior, aunque suponga una cierta dificultad al inicio.

¿Qué sucede si la injusticia permanece? Justamente por eso es importante independizar un proceso del otro: la sanación y la justicia. 

En muchos casos la justicia no llegará nunca. Y no por ello hay que «castigarse» a uno mismo en ausencia del castigo del otro. No tiene sentido detener el proceso de sanación hasta que haya justicia. En muchos casos no la habrá nunca. Esta es una verdad que hay que saber desde temprano, para no perder indefinidamente la esperanza y para poner las expectativas en la propia recuperación personal.

Esto no supone un renunciamiento. Supone conocer los propios límites y los límites del entorno. 

Pienso que sería un error creer que aquél que perdona termina declinando todo reclamo por lo que es justo.

Creo que la justicia siempre llega. El tema es si estaremos nosotros en ese momento para verla. 

*** 

Hay un primer momento de rabia, de ira, de furia, de odio. Que puede durar un tiempo, largo o corto. El tema es que ese tiempo ha de pasar. Para nuestro bien.

Quien siembra el odio y la destrucción, desea su desarrollo y expansión. Perdonar no es desistir: al contrario, es ganarle la batalla al odio, desactivando su efecto sobre uno mismo. 

Ciertamente la Obra se vale del perdón ajeno como un modo de lavar su pasado y «olvidar» todo lo sucedido. La Obra «exhorta» a perdonar y lo hace desde un lugar de inocencia que no posee.

Nunca está claro quiénes cometieron lo que «hay que» perdonar, pero siempre queda claro que la víctima tiene «el deber» de perdonar, o sea, de olvidarlo todo. Se pone el acento en el odio de la víctima y se deja de lado las causas que lo provocaron. 

La Obra usa el perdón como una forma de extorsión más –quien no perdone cargará con su pecado-, y es lógico que la sola idea de perdonar cause profundo rechazo entre quienes son víctimas de esa institución. Como si el deber estuviera del lado de quien «debe perdonar» y el derecho del lado de quien «exhorta» a perdonar.

Bien, este perdón no sirve. Este perdón es complicidad.  

El perdón no es un deber, es un beneficio. Pedir perdón probablemente sea un deber, pero de eso la Obra no habla nada (es gracioso que hable de «hay que perdonar» en general sin referirse a un sujeto en particular, porque ese sujeto es la Obra y no está dispuesta a pedir perdón y menos cree tener el deber de hacerlo).

Ya sufrimos el abuso durante un tiempo largo, por lo cual estamos experimentados como para no dejarnos «usar» una vez más. 

El perdón que necesitamos no es el perdón que necesita la Obra para seguir gozando de privilegios e inmunidad.

El perdón que necesitamos está muy lejos de eso. Está tan lejos que a la Obra no le servirá jamás ese perdón y por eso no intentará apropiárselo. Ella busca «provocar» otro tipo de perdón. 

El perdón que busca la Obra es el que produce amnesia, niega el pasado, le permite reincidir en las mismas prácticas.

El perdón que busca la Obra es el que no la obliga a rectificar ni admitir error alguno. 

El perdón que busca la Obra es aquél que no la compromete de cara al futuro sino que le permite «cerrar» el  pasado para que nadie pueda acceder a él. El perdón que busca la Obra es aquél que selle herméticamente lo que no quisiera que se supiera.

Y para ello promueve «pactos personales», de modo tal que cada protagonista olvide lo que sabe y no lo cuente a nadie. Ese perdón, la Obra lo promueve como una forma de «redención personal», como si el tema de fondo se tratara del odio de la persona y no del encubrimiento de la institución. 

Por eso es importante diferenciar: la búsqueda de la verdad y el proceso de sanación interior. Para superar el odio no hay que renunciar a la verdad, al contrario.

El perdón que necesitamos no mira hacia la Obra, ni siquiera la modifica en nada. 

El perdón que necesitamos es una reconciliación interior que acuerde en expulsar definitivamente el odio provocado por el victimario, quien despertó en nosotros una respuesta de odio.

Se trata de echar el cuerpo extraño que –de otra manera- permanece en nosotros y nos destruye. No tiene que ver con la Obra. Tiene que ver con nuestra paz interior. Es no permitirle al otro que su poder destructor siga haciendo efecto en nosotros.

*** 

Pero antes de perdonar, es importante pasar por la etapa de la furia: sin esa etapa, el perdón probablemente será ficticio o superficial.

Para lo irremediable se necesita tiempo. Tiempo para poder asimilar que es algo irreversible. 

Es necesario permitirse expresar la indignación, la aversión, la repugnancia, el profundo enojo y la ira que provoca la Obra con el daño que lleva a cabo, sin importarle nada ni nadie. Por eso creo profundamente en los escritos que manifiestan esa indignación y la hacen pública.

Creo que es muy necesario expresar una ira proporcional al daño sufrido. Es un testimonio de lo que sea ha padecido. De lo contrario, o bien no se ha sufrido tanto, o bien no se ha tomado en serio el daño sufrido (de hecho la Obra alienta a que no se tomen en serio los daños sufridos). 

El odio es algo distinto: es desear el mal. Es un paso siguiente a la ira y no necesariamente inevitable. Uno puede –si reflexiona antes de reaccionar- elegir no odiar, o sea, no desear o causar un daño a quien tanto mal ha hecho. Una cosa es hacerle pagar por el daño, lo cual es justo y es un derecho, pero otra cosa es desearle el mal.

Detenerse en la etapa de la ira es lo más dignificante. El odio quita legitimidad y además nos convierte en aquello mismo que nos provocó la reacción de ira. 

La Ira nos dignifica –es una reacción de la propia dignidad- y al mismo tiempo señala la perversión de la Obra sin confusión.

En cambio, el odio contamina la dignidad de la ira y le quita toda la legitimidad que tenía. 

Quienes acusan a Opuslibros de odiar quieren justamente descalificar y desautorizar la ira a la que tenemos total derecho. Esa acusación –en la medida en que la ira no se transforme en odio- es una mentira más y una forma de seguir ocultando las inmoralidades de esa institución de la que nuestra ira da testimonio.

Sin duda, indignarse sin desbordarse hacia el odio no es fácil. Las emociones fuertes no son fáciles de controlar. Por eso, poner por escrito la propia indignación ayuda a exponer con mayor precisión los delitos cometidos –como la mentira y el fraude- por una institución que se presenta a sí misma como baluarte de la moral y la religión.

 <<ANTERIOR - SIGUIENTE >>




Publicado el Friday, 07 October 2005



 
     Enlaces Relacionados
· Más Acerca de 090. Espiritualidad y ascética


Noticia más leída sobre 090. Espiritualidad y ascética:
Indice estructurado de los documentos internos.- EscriBa


     Opciones

 Versión imprimible  Versión imprimible

 Respuestas y referencias a este artículo






Web site powered by PHP-Nuke

All logos and trademarks in this site are property of their respective owner. The comments are property of their posters, all the rest by me

Web site engine code is Copyright © 2003 by PHP-Nuke. All Rights Reserved. PHP-Nuke is Free Software released under the GNU/GPL license.
Página Generada en: 0.143 Segundos