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 Tus escritos: Expresiones peyorativas para el Opus Dei (Cap.8 de 'Consejos...').- Iván

100. Aspectos sociológicos
Ivan :

Expresiones Peyorativas Para El Opus Dei

 

Cap. 8 de 'Consejos A Un Joven Del Opus Dei'

  

Enviado por Iván, 21 - octubre - 2005

 

 

Este escrito es una reflexión sobre el contenido de un mail de TruthFinder, quien el pasado 10 de octubre de 2005 nos aconseja:

 

Solamente escribo para hacer una sugerencia: para mantener un nivel intelectual en este foro propongo que tengan en cuenta que al utilizar expresiones peyorativas hacia la Obra, la Prelatura, el Prelado, etc… le resta nivel, y también le quita seriedad y hace ver algunos testimonios como frutos de puro enojo lo cual le puede restar credibilidad. (...) Por ejemplo, en algunos escritos al referirse al Prelado y decirle perlado, dejan mucho que desear.

 

Lo primero es dar las gracias a TruthFinder por esas recomendaciones, que tan sólo veo motivados por el deseo de perfeccionar la Web y mejorar la calidad de nuestras aportaciones, lo cual siempre es de agradecer.

 

Hago un inciso. Quiero aclarar que en mis escritos procuro ser fiel a la ortografía de los nombres propios. Actúo de esa manera no porque deje de sentir y compartir lo mismo que aquellos que no lo hacen, sino para no distraer innecesariamente a nadie del contenido de lo que lee. Sí la Obra ha hecho a los suyos intolerantes e intransigentes ante la mínima discrepancia sobre lo que ella afirma, y mis textos disienten mucho de su versión oficial, ¿para qué añadir más dificultad a la comprensión del lector con el uso de expresiones que pueden enojarle?

 

Continuemos. Muchos de la Obra se creen que esas voces son alteradas con una intención peyorativa o para irritarles. Pero no es así...



Por lo pronto hay que considerar que este foro es libre. Totalmente libre. Ninguno de los que participamos en él tenemos que alinear nuestras palabras con los gustos, normativas o exigencias, de un tercero, tal y como ocurre en otros lugares montados para difundir determinadas ideologías. Y uno de los rasgos que hacen ver la libertad de este lugar es precisamente el que origina los consejos anteriores: que algunos de quienes escriben no buscan más credibilidad, seriedad o nivel, sí para ello han de sacrificar su espontaneidad.

 

Por otra parte, es una visión muy simplista afirmar que la gente sólo usa esas expresiones por enojo, rabia, rencor, u otra pasión semejante. No. Es por algo más profundo por lo que habitualmente se escribe “la opus”, “la cosa”, “el perlado”, “la secta”, “la perlatura”, etc.

 

La primera razón se manifiesta al comienzo de dejar la Obra, es la contestataria: la de oponerse al perfeccionismo neurótico que se ha vivido durante años en el Opus Dei con el cuidado de las cosas pequeñas, que en muchas ocasiones parece estar por encima de la caridad. Y sí para algo la Obra es perfeccionista al máximo es para las expresiones que se refieren a ella y a lo suyo. Por lo que modificar esos términos es una forma de protesta para quien deja la Institución. Es una manera de afirmar ante sí mismo y al resto del mundo que ¡Estoy harto de esa multitud de correcciones fraternas que he recibido durante años por idioteces! Y ahora escribo “la opus”, “la cosa”, “el perlado”, “la secta”... ¡Porque soy libre y me da la gana y ya no hay nadie que me dé la lata por ello!

 

            Pero muy pronto se le suma a lo anterior un motivo mucho más profundo.

 

Las palabras no serían más que sonidos y las grafías que los representan si no fuera por lo que significan. Desde que nacemos asociamos a cada término nuestras vivencias, por lo que cada palabra, además del valor básico que le conceden los diccionarios, lleva añadida, para cada ser humano, la que le otorgan sus experiencias con respecto a ella.

 

No evoca lo mismo la voz “matrimonio” para quien está felizmente casado, que para quien se lleva a matar con su cónyuge, ni para el que se ha divorciado cuatro veces. Es muy distinta la definición que cada una de esas tres personas nos darían sobre esa misma palabra (que añaden a la común, a la que todos entendemos).

 

A un gusano ya no le podemos designar así cuando sale transformado del capullo, lo que resolvemos cambiándole el nombre por el de mariposa. De semejante manera hay ocasiones en que las vivencias de una persona cambian radicalmente el significado de determinada palabra y necesita substituirla por otra que se adapte mejor a la nueva realidad. No me refiero a un cambio circunstancial, el normal que sucede al ir añadiendo matices a una voz conforme la vida la enriquece, sino a una modificación brutal, abismal, esencial, de lo que quería decir con respecto a lo que después significa.

 

Veamos algún caso. El primero es del Evangelio, hay un momento en el que Simón deja de ser el mismo de antes; en virtud de la gracia de Dios se produce un cambio radical en su persona por lo que su nombre antiguo ya no se corresponde con el de su presente misión y entonces Jesús se siente movido a cambiárselo. Leámoslo:

 

Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo. Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia; y las puertas del Infierno no prevalecerán contra ella (Mt. 16, 16-18).

 

Después de ese instante a Jesús le cuesta llamar a ese hombre de la manera antigua porque le evocaría a la persona previa; y lo resuelve cambiándole el nombre para que su significado actual no interfiera con el anterior.

 

Por la misma razón se cambia el nombre de quien es consagrado Papa. Con ello, por ejemplo, Carol Jozef Wojtyla quiere decir a la humanidad que la mutación radical que se ha producido en él al convertirse en el Vicario de Cristo obliga a que le llamen con otro nombre, con el de Juan Pablo II, para que así no le confundan con el de antes.

 

Y eso no sólo ocurre en situaciones tan especiales como las anteriores sino que es algo más común de lo que parece. Pongo un ejemplo:

 

Supongamos que desde hace un año alguien tiene una novia a la que considera maravillosa, cúmulo de todos los encantos: hermosa, alegre, fiel, etc. Y a esa chica, fruto de su relación con ella, él le ha puesto el apelativo de “muñequita”, que usa para todo: “qué guapa estás muñequita”, “adiós, muñequita”, “muñequita, pásame el tabaco”... Y un mal día va y rompe con esa joven porque descubre que desde hace seis meses, a escondidas, le está siendo infiel. Desde ese momento, para él, el término “muñequita” ha perdido todos sus antiguos valores; y por evocarle mentira, desengaño, sufrimiento, traición, infidelidad, etc., ya no podrá aplicárselo a nadie.

 

Pues bien, de la misma manera hay determinadas palabras que cargamos de significado a lo largo de nuestra estancia en el Opus Dei. Sólo tienen el valor que la Obra nos hizo concebir de ellas. No incluyen connotaciones ajenas a las que la Prelatura les forjó.

 

Y en el momento en el que rompemos con el Opus Dei esos vocablos ya no se corresponden con los valores antiguos. Ya significan otra cosa muy distinta a la anterior.

 

¿Cómo resolvemos el problema de usar palabras que ya no simbolizan lo de antes?

 

Cambiándolas por otras que se adecuen mejor a la nueva realidad descubierta.

 

Veámoslo con algunas de esas expresiones.

 

Padre

 

Al jefe máximo de la Obra le llaman Padre, y ese vocablo fue lleno de significado mientras estuve dentro. Cuando salgo me doy cuenta de que en la Obra es así para implantar el engaño de que confundamos a ese hombre con el mismo Dios Padre (único dador de Vida), para lo que además se contraviene un mandato explícito de Jesús: Y a nadie deis el título de padre, sobre la tierra; porque uno sólo es vuestro Padre, el que está en los cielos. (Mt. 23, 9), que hace referencia al uso espiritual y honorífico de esa palabra (título de padre), no al natural de la carne, por lo que desde un principio los cristianos siguieron llamando padre a quienes les daban la vida física. Y para obedecer a Cristo es por lo que en la Iglesia se le pone el apelativo de padre a un sacerdote acompañándolo de un apellido: Padre Superior, padre Pérez, padre dominico, etc.; nunca “Padre” a secas, excepto en el Opus Dei.

 

Y va el Prelado de la Obra y se salta a la torera ese mandato de Jesús poniéndose con ello a la misma altura de Dios.

 

¿Cómo sabiendo eso puedo volver a utilizar la palabra Padre para designar al jefe supremo del Opus Dei? ¡Me es imposible hacerlo!

 

¿Cómo lo resuelvo? Cuando quiero llamarle de la forma más ortodoxa posible escribo Prelado, voz que carece de toda connotación para mí. Pero como es una persona que usa ese nombre indebidamente (sacrílegamente), por apropiarse uno de los títulos de Dios, se entiende perfectamente a quien le designe de otra manera porque con esos términos nunca se está despreciando a un cargo o institución de la Iglesia, sino a quien la daña con él.

 

La Obra y Opus Dei

 

Antes de entrar en contacto con la Obra, para mí era “el Opus”, y entonces esa palabra me significaba una institución de la Iglesia como otra cualquiera.

 

Una vez dentro se encargaron de que dejara de llamarle así, por lo que las mentalizaciones, vivencias y los conocimientos, surgidos dentro de la Prelatura están asociados única y exclusivamente a los términos “la Obra” y “Opus Dei”. Sí nunca me hubiera acercado a él todavía seguiría llamándole el Opus, tal y como lo sigue haciendo todo el mundo de la calle.

 

Cuando estaba dentro, para mí los valores asociados a “Opus Dei” y “la Obra” se pueden resumir en “todo lo bueno posible con total ausencia de mal”, que se corresponde con lo que la Prelatura inculca a los suyos que es ella (idéntico a la definición de Dios).

 

Me salgo de la Obra porque descubro que es un grupo que viola los derechos humanos más elementales, que coacciona para controlar los pensamientos, los sentimientos, la conducta, la información.... de cuantos caen bajo su fuerza gravitacional para esclavizarlos psicológicamente y así poder exprimirlos. Y también encuentro otras muchas realidades más, inhumanas y anticristianas, disfrazadas de bondad para de esa manera poder implantarse en la Iglesia y en el mundo.

 

No le puedo volver a llamar “la Obra”, ni “Opus Dei” ya que sé que no es la “Obra de Dios”, ni tampoco “el Opus (con mayúscula)”, porque ahora soy consciente de que no es una institución más de la Iglesia. Por lo que cada cual le cambia el nombre por “el/la opus (con minúscula)”, “la perlatura”, “la sectaprelatura”, “el ente”, “la cosa”, “la secta”, “la mafia”, etc., según entiende que es la palabra que mejor se adapta a la nueva realidad que ha descubierto de él. 

Como hemos podido comprobar, por lo que se cambian los términos que el Opus Dei considera sacrosantos no es por aversión, animadversión, coraje, furia, cólera, exasperación, irritación, odio, inquina, resentimiento, encono, aborrecimiento, rencor, tirria, ojeriza, antipatía, desprecio, fobia, enojo, furor, abominación, ira, rabia...

Ni tampoco por un deseo de ofender a los de dentro.

Sino que la razón más importante por la que los exmiembros del Opus Dei cambian esas palabras es la misma por la que nadie puede seguir llamando gato a un animal cuando descubre que es un perro.

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Publicado el Friday, 21 October 2005



 
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