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 Correos: Nota sobre dos correos del miércoles 12 de abril de 2006.- Oráculo

125. Iglesia y Opus Dei
oraculo :

   

Deseo hacer una anotación al breve comentario que Un amigo hace a mi escrito del lunes 10, que además puede unirse a otro correo muy distinto firmado por L.R.S. sobre sexualidad. Para uno y otro tengo una palabra, que brota de la misma fuente. O, de otro modo, tengo la misma palabra espiritual, por si ayuda.

Está claro que la cabeza de nuestro amigo establece una conexión lógica entre las reflexiones hechas sobre el Opus Dei como válidas también para la realidad de la Iglesia (se supone, Católica), casi al modo de causalidad necesaria, hasta sugerir incluso que la salida de la Obra lleva en puridad a una discusión de la propia fe cristiana, como ha sucedido en algunos. Me siento en el enojoso deber de disentir o, al menos, en el de expresar que mi pensamiento no es ése.

No es cuestión de osadía ni de atrevimientos, como tampoco es un problema de lógica, sino de realidad: la Iglesia y el Opus Dei no son magnitudes homogéneas, intercambiables, ni poseen igual radicalidad desde la perspectiva de la fe cristiana, por más que al propio Opus Dei (léase, su “doctrina oficial” oficiosa) le guste definirse como una partecica de la Iglesia, con palabras de su Fundador. Éste es un tema teológico importante que no puedo abordar en este momento. Acepto, en efecto, que una defectuosa solución lleva a lo que nuestro amigo señala y, por desgracia, en algunos su crisis sobre el Opus Dei acaba siendo una crisis sobre la Iglesia o la misma fe cristiana.

No discutiré —ni puedo ni debo— que en la cabeza de nuestro amigo, o en su vida, o en la de otros más, se da esa conexión de modo experiencial o existencial, y la consideran entonces “lógica”. Pero afirmo que la realidad —la res de que agitur, que dirían los clásicos— no es así. Para que el diálogo no sea de sordos, es importante concordar no sobre las palabras, sino sobre aquello de lo que hablamos. O, dicho de otro modo, qué noción de Iglesia o de fe cristiana usamos. Ésa es la cuestión. En la discrepancia de nuestros puntos de vista, no hemos de dar por supuesta la convergencia sobre estas nociones elementales: en este caso, Iglesia y también Opus Dei. No es mi intención abrir ningún debate. Pero deseo dejar bien clara la interpretación de mis reflexiones: están muy lejos de entender que sea certera la “conexión lógica” que nuestro amigo sugiere.

Mi palabra para L.R.S. brota de mi fe en la Iglesia. Él es muy libre de no escucharme, pues ya le adelanto que no he pasado por su experiencia. Pero hay un aspecto en que sí me parece entender qué sucede a veces en su alma: me siento tan mal que no me siento con la dignidad de pisar ni la entrada de una iglesia y mucho menos de dirigirme a Dios pues las ideas de condenación vienen a mi. Desearía decirle a L.R.S. con mi mayor afecto que, precisamente cuando se sienta así, es cuando le conviene pisar una iglesia o dirigirse a Dios con esperanza. Dejando a un lado los estados depresivos, que necesitan la medicación adecuada, los estados espirituales de “desesperación momentánea”  —que entreveo en esas palabras— no provienen de Dios sino del Maligno. Cuando el Espíritu de Dios arguye en nuestra conciencia sobre la propia miseria es para convencernos de su perdón, no para la condenación: Él ilumina la conciencia, pero su aliento lleva la paz, la suavidad interior, una serenidad íntima, que brota de la confianza en su misericordia. Así es Dios y así se muestra Dios. Y tanto más cuanto más intensa sea la conciencia de la propia indignidad. De Dios sólo podemos esperar bienes, comenzando por  su perdón. Éste es el único asidero seguro, también guía interior de la existencia, en todo y para todos. Estoy a punto de salir para ir a la liturgia del Viernes Santo y me viene a la mente la súplica del buen ladrón: ¡acuérdate de mí cuando estés en tu Reino! Todos somos un poco o un mucho ladrones.

         Oráculo




Publicado el Wednesday, 19 April 2006



 
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