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 Correos: Nada sin amor, porque 'sin amor nada soy'.- Oráculo

125. Iglesia y Opus Dei
oraculo :

 NADA SIN AMOR, PORQUE
“SIN AMOR NADA SOY” (1 Co 13:2)

Nota al correo de “Un amigo” de 27 de abril de 2006

 

            Agradezco las palabras que mi buen amigo ha escrito y, sobre todo, la benevolencia que a través de ellas percibo en su persona y hacia mi persona. Correspondo con una oración sincera, precisamente al Espíritu Santo, para que desborde en su corazón la paz y la felicidad que me desea: rege quod es devium, flecte quod es rigidum, riga quod est aridum! Y “lo objetivo” de ahora son estas líneas: un modesto regalo, que tiene detrás el milagro de multiplicar las horas de mi tiempo.

            Está claro. Mi buen amigo se lamenta de los jerarcas de la Iglesia y, sin embargo, parece esperar algo —poco o mucho— de la dinámica de lo institucional. No es mi caso, pues pienso que el Espíritu Santo sí corrige, y en el tiempo histórico, pero no según los modos de la justicia que “hacen” los hombres: si fuera así, el Hijo de Dios no habría muerto en la cruz. Por eso, pienso, el método de la caritas es también parte de la sustancia en la reclamación de justicia. Si comienzo por no ser yo mismo justo en mis juicios morales, ¿qué puedo esperar? Injusticia sobre injusticia suman un guirigay que a la postre impide los entendimientos...



Es parte del misterio histórico de la Iglesia que el trigo y la cizaña crezcan juntos. Y, aunque se deba trabajar para erradicar el mal, el Maligno tendrá cancha hasta el momento final de la cancelación de la historia: más o menos, según las acciones de los hombres y según los tiempos y momentos dispuestos por la Providencia. Por seguir ahora con el ejemplo de la supresión de la Compañía de Jesús, desde los datos fríos de entonces: eran 22.589 jesuítas, de los cuales 11.293 eran sacerdotes, y el Papa no disolvió la Compañía por causa de inmoralidad ninguna —que se hubiera denunciado o probado— ni por doctrinas erróneas, ni por la relajación de la disciplina de sus miembros. Se alegó como causa el amor a la paz de la Iglesia, ya que “se había formado” en distintos Estados “cristianos” una opinión pública antijesuítica, muy incómoda para el entendimiento del Vaticano de entonces con algunos poderes civiles.

¿Es prudente usar la analogía tomando referencias como ésa? Mi amigo la usa. Y, si la usa, entonces sí que me interesa saber lo que ocurrió. Por eso traduzco ahora sólo la parte dispositiva del breve de supresión, a partir del texto publicado en el Bulario Romano.

          Con la plenitud de la potestad apostólica, extinguimos y suprimimos la susodicha Compañía, anulamos y abrogamos sus oficios, ministerios, administraciones, casas, escuelas, colegios, hospicios, liceos (...), estatutos, costumbres, decretos, constituciones, aun las corroboradas por cartas pontificias (...) y prohibimos por las presentes que se reciban novicios (...) y mandamos que los ya recibidos sean inmediatamente despedidos (...) y los que han hecho la profesión de votos simples (...) no puedan ascender a las órdenes mayores (...) Es nuestra mente y voluntad que <los sacerdotes> sean considerados como presbíteros seculares (...).

          En virtud de santa obediencia, mandamos también y preceptuamos a todas y cada una de las personas eclesiásticas, regulares, seculares, de cualquier grado, dignidad, cualidad y condición, especialmente a los que hasta ahora fueron adscritos a la Compañía (...) que no osen defenderse, impugnar, escribir o hablar de esta supresión y de sus causas y motivos (...), bajo pena de excomunión reservada a la Santa Sede (...) Dado en Roma, en Santa María la Mayor, “sub annulo Piscatoris”, el día 21 de julio de 1773, año quinto de nuestro pontificado.

          Clemente XIV, Breve Dominus ac Redemptor de 21-VII-1773.

Al margen de cualquier otra consideración histórica discutible, con la sola lectura de este texto ¿puede pensar alguien que eso es justicia o que la justicia se hace así? Mi respuesta es negativa. Y, desde luego, no seré yo quien defienda la regla de que el fin justifica los medios. Dios quiera que prefiera siempre soportar la injusticia a cometerla. Si de algo me sirve la mirada a ese breve pontificio y al hecho histórico que lo sostiene, es para verificar en esa experiencia cuántos motivos tiene la Iglesia actual para emprender seriamente la purificación de su memoria histórica, a la que han llamado Juan Pablo II y Benedicto XVI. Mi buen amigo dice que no suele entender bien eso de las purificaciones —algo enteramente subjetivo, dice— y prefiere una objetiva reparación de daños. Pues buena parte de esta “novedosa purificación” consiste en ir soltando el lastre de los “hábitos” y de las “estructuras” de pecado que se han adherido a la fe de los cristianos a lo largo de los siglos. Es una tarea personal, sí, pero también institucional. No será fácil acertar, ni tampoco las transformaciones vendrán solas, y además… Roma non uno die aedificata est! Ya no es poco que exista hoy una conciencia eclesial de que debe emprenderse ese camino.

Para mí, la lección inmediata del ejemplo jesuítico es contemplar con claridad lo que no es —ni puede aceptarse jamás que lo sea— el ejercicio del Primado de Pedro. Y por eso, recalando ahora en nuestro asunto, sí me parece que es muy necesario un discernimiento espiritual del Primado romano sobre la realidad del Opus Dei. Pero un “juicio” sobre los aspectos que hasta la fecha le han venido siendo sistemáticamente ocultados. La nomenclatura del Opus Dei —comenzando por su Fundador— lleva décadas inmersa en una dialéctica que opone carisma e institución, y así justifica que “sirve a Dios” sirviendo su “peculiar carisma”. La dialéctica es falsa. Pero esto sólo puede advertirse desde una eclesiología que ponga en su sitio lo neumatológico del Cuerpo de Cristo, y del Cristo resucitado (Ioseph Ratzinger): ahí nunca podrá justificarse que las instituciones canónicas “aprobadas” —pía unión, instituto secular, prelatura, o lo que se tercie— puedan actuar al margen de los cánones universales de la fe cristiana, ni menos de las normas de su aprobación. Ésa es la cuestión. Por eso me parece que no es lo primero —ni lo más urgente— azuzar de lejos a los jerarcas de la Iglesia, como quien tira piedras “contra su propio tejado”. Tal vez sea mejor sopesar de qué modo esos jerarcas pueden ser amablemente ilustrados sobre lo que ignoran, para así facilitar primero su discernimiento y, después, sus decisiones. Et super omnia caritas!, porque glaubhaft ist nur Liebe, “sólo el amor es digno de fe” (Hans Urs von Balthasar).

              Oráculo




Publicado el Monday, 01 May 2006



 
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