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 Tus escritos: Mi testimonio de fanatismo, con una sinceridad salvaje.- EscriBa

140. Sobre esta web
EscriBa :

Mi testimonio de fanatismo, con una sinceridad salvaje.

 

“Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”

 

 

 

 

¡Queridísima Agustina!

 

Aprovecho tu onomástica para dedicarte unas palabras de reconocimiento por tu trabajo colosal al frente de OpusLibros y hablarte de lo que esta web ha supuesto para mi vida. Aprovecho para hacerte unas confidencias en público que no puedo seguir conteniendo.

 

Mi testimonio personal sobre lo vivido en el Opus Dei es bastante sencillo, como el tuyo. Por otra parte todavía no es el momento de que yo cuente aquí nada que pueda ocasionar que personas que me conozcan me relacionen con quien firma como EscriBa. Contaré cosas íntimas que nadie en la Obra conoce y que no me ponen en peligro.

 

Sólo escribo para hacer mi pequeño homenaje a una persona que porque le dio la gana, que es la razón más sobrenatural, rompió el silencio mortal en el que muchos nos encontrábamos sepultados por el Opus Dei. Mi silencio interior, que me habría destruido no tardando mucho.

 

Yo sí que entré por casualidad en OpusLibros, aunque entonces el dominio fuera otro, a finales de 2002, en la que ahora llamamos web clásica. Por aquel entonces era yo un pobre fanático, muy manipulador y sin escrúpulos. Un fanático del Opus Dei (no de Dios, ni de la Iglesia), enamorado de la idea de la Obra y totalmente ciego al resto de la realidad...



Después de tiempo en la Obra me encontraba (como tanta gente) con una gran contradicción interior que me dividía: mi corazón amaba totalmente a la Obra pero mi inteligencia la denunciaba como nociva. Ya escribí en esta web unas reflexiones en torno a la canonización de Escrivá, unos pensamientos redactados con crudeza pero claros como el agua.

 

OpusLibros hizo que, poco a poco, mi voluntad se ordenara a obedecer a mi conciencia que, desde hacía años, me indicaba que el Opus Dei no es digno de amor y que rompiera el vínculo afectivo con la Obra. Gracias a ti se obró el cambio.

 

Mi corazón estaba enamorado del Opus Dei y de su fundador, como ejemplo te diré sólo que, en la oración, me dirigía a Escrivá llamándole papá. Mi amor por esta institución hizo que cada vez, más intensamente, procurara conocerla hasta en sus más mínimos detalles, deseaba conocer más y más al Opus Dei por amor y para poder amarlo mejor. De hecho, era para mí gran motivo de escándalo convivir con personas que no conocían muchas cosas de la historia de la Obra ni de la vida de su fundador y era muy duro en mis juicios.

 

Este amor apasionado me hacía intransigente y cerril, convencido de que el gobierno totalitario era el que debía ejercerse sobre todas las personas en la Obra para bien de la Obra y nada más. Seguro de que la autoridad de la Obra era la más elevada de la tierra, por encima del Papa, ya que –reconozcámoslo- eso es lo que se enseña dentro. Rígido, frío y calculador con las personas, insensible al sufrimiento de todo aquel que no se doblegara a la verdad hecha institución en el Opus Dei. Convencido de que la desgracia y la infelicidad se cernían sobre todo lo que se encontrara más allá de los límites del Opus Dei, de que fuera de los límites de la Obra sólo hay abismo. Y no exagero nada.

 

Fue este ansia por conocer perfectamente la Obra ¡porque quería amarla más!, lo que hizo que comenzara a ver con mi inteligencia inquieta e insaciable (conozco mis virtudes y mis defectos) que el Opus Dei se dirige a un lugar que tiene muy poco que ver con el servicio a la Iglesia de Jesucristo. Pero eso no me importaba en absoluto porque la Obra, para mi, era un fin, el único fin. El sentido de mi vida era conseguir el beneficio para la Obra. Mi amor por la Obra era tan grande que conseguía acallar a mi conciencia cuando ésta acusaba al Opus Dei de actuar como una organización inhumana y anticristiana, insensible a la Caridad y a la Justicia, sin moral ni límite cuando se trata de conseguir unos objetivos determinados a cualquier precio.

 

Pero para mi esos objetivos eran la voluntad del Padre y la voluntad del Padre es la expresión –siempre y en todo- de la voluntad de Dios. La Obra, muchas veces, es decididamente inhumana ¿y qué?, pensaba yo, es la voluntad del Padre que se actúe así y basta. Si así la Obra está mejor ¿importa, acaso, que las personas sean exprimidas hasta el final aunque pierdan la salud, aunque sean maltratadas y mueran solas? Importa el bien de la Obra y nada más. Utilizar a la gente está bien cuando de ello la Obra obtiene beneficio. Lapidario, pero real.

 

Cegado por mi amor a la Obra yo consideraba que Dios es una posesión del Opus Dei, que nos pertenecía por entero. Dios era nuestro y de nadie más. Yo estimaba que la Verdad era patrimonio exclusivo del Opus Dei. Pero aunque mi corazón estaba totalmente rendido al Opus Dei, a mi inteligencia la Obra se le quedaba corta. Muy cortas se me quedaban las enseñanzas del fundador, que no era precisamente un gran intelectual, sino –me costó mucho dar el paso de reconocerlo en mi interior- una persona muy simple, elemental, ignorante, intransigente, rudo, insensible, torpe y cerrada. Un auténtico instrumento inepto y sordo, entendido literalmente, como él decía de si mismo. Pero él era el fundador y para mi eso era lo mismo que Dios.

 

Las verdades a las que llegaba mi inteligencia (las contradicciones de la Obra) eran una especie de conocimiento superior que debía permanecer oculto al resto de la gente y que yo debía rechazar interiormente. Tenía que mirar hacia otro lado. Cuanto más claramente veía que la Obra es salvaje con el hombre, más me radicalizaba y más contribuía a que fuera así, porque mi corazón me dictaba que nadie merece ser amado más allá de la Obra: ni Jesucristo, ni su Cruz, ni su Resurrección valen nada sin la Obra. Yo silenciaba mi conciencia y me entregaba más decididamente a emplear las estrategias de la Obra para llenarme de actividad y no tener que enfrentarme a lo que veía claramente en mi interior. Como una vía de escape.

 

Creo que ahora entenderás mejor mi situación cuando reflexionaba sobre las cuestiones que escribí en El pecado de soberbia del Opus Dei, mis motivos para colaborar con OpusLibros, aunque probablemente te impresione mi frialdad a la hora de conjugar esas convicciones con mi manera de proceder. Era un pobre fanático cobarde. Mi actitud era la siguiente: me doy cuenta de la que la Obra destroza a la gente ¿y qué me importa? Las personas son medios que la Obra es bueno que utilice mientras sirvan y que deseche cuando no le reporten beneficios. Fanatismo puro y macizo, desde luego si para esto vino el Verbo a la tierra y compró nuestra libertad...

 

Cuando hacía proselitismo, mentía despiadadamente de un modo consciente y frío. Me daba perfecta cuenta de las aberraciones contra la persona, pero no me parecían tales porque era la Obra quien las cometía. Estos abusos, por el bien de la Obra, me estimulaban para cometer más yo. Si Escrivá mintió en Conversaciones (de eso nos damos cuenta todos) yo debía mentir más porque conviene hacerlo. A mi, mi amor por la Obra no me impedía ver sus atrocidades, sino que me llevaba a justificarlas y fomentarlas hasta el final. Mentir por la Obra lo consideraba un honor, una prueba de fidelidad y un motivo de orgullo. Demencial.

 

A mi se me permitía todo, nunca nadie me ha abroncado en la Obra ni me ha prohibido nada. ¿Por qué? Porque yo era la encarnación de ese espíritu del Opus Dei y actuaba del mismo modo implacable y sin escrúpulos que la Obra emplea muchas veces, así de claro. Siempre he sido tratado de un modo especial, privilegiado, porque tenía lo más importante: un fanatismo ilimitado que me hacía ser capaz de cualquier cosa por el bien de la Obra. Cumplía a rajatabla aquello de que por el bien de la Obra todo está permitido.

 

Era un pobre autómata cobarde cegado por un ideal que había que imponer a costa de sangre ajena, o propia, es lo mismo, nada importa. Me faltaba la valentía de escuchar a mi conciencia, de no acallarla y actuar en consecuencia. Me mentía a mi mismo, procuraba controlar mi inteligencia y silenciarla, ¿cómo?, radicalizándome más en mi actuación, cada vez más fanática.

 

Y en esta situación es cuando me topé con ese “Gracias a Dios, nos fuimos” tuyo, Agustina. Recuerdo una conversación entre varias personas de la Oficina de Información del Opus Dei (¡que insoportable eufemismo me parece ahora llamar información a lo que hacen en la AOP!) sobre el modo de destripar la web OpusLibros, en los primeros meses de 2003. La Prelatura te estaba arrebatando el dominio de la web y había gran esperanza dentro de que esto originase el fin de tu iniciativa. Además, se estaba creando una inmensa maraña de sitios en la red no oficiales que reprodujeran la ‘verdad’ oficial de la Obra bajo la apariencia de sitios independientes, iniciativas supuestamente personales no corporativas. Así ha sido. Estos sitios web ‘personales’ tienen la misma independencia de la Obra que los colegios de Fomento, o sea: ninguna.

 

Su objetivo era (y es) difundir por toda la red una imagen nefasta de OpusLibros que hiciese que las personas que entraran en esta web la rechazaran de plano sin llegar a leer ningún artículo. No se podía permitir que nadie (y menos un miembro de la Obra) leyera nada de OpusLibros. Yo me daba cuenta de que, sencillamente, tu decías la verdad y nosotros mentíamos. Sabía que no estábamos capacitados para rebatir los argumentos de los escritos que ibas publicando, por mi parte yo no podía porque ¡estaba de acuerdo con ellos!, pero, en mi fanatismo, no buscaba la verdad... ni a Dios, sino el beneficio para la Obra aun a costa de la verdad.

 

OpusLibros me dejó anonadado. Era, para mi, como la presencia constante de todo lo que yo no quería que se supiera del Opus Dei, de lo que debía permanecer oculto. ¡Qué iba a pensar yo que mientras lloraba emocionadísimo en la Plaza de san Pedro ese 6 de octubre de 2002 en Roma, muy cerca del altar, en Madrid estabas tú, viendo la ceremonia por televisión y pensando en el agravio que esa exaltación del Opus Dei suponía para tantas personas que la Obra había ‘matado’! En esta web alguien (tú) se estaba atreviendo a airear, como nunca antes, la verdad de la Obra, esa verdad que no conviene que se sepa.

 

Antes de descubrir OpusLibros yo ya conocía los testimonios clásicos sobre el Opus Dei: el libro de Carmen Tapia, los de Maria Angustias (“Anexo a una historia”, “La otra cara del Opus Dei”...), Luis Carandell y Alberto Moncada (“Historia oral del Opus Dei”, “El Opus Dei, una interpretación”...). Pero pensaba que la época de las críticas no volvería tras la canonización y el éxito mediático de la Obra en 2002 era para mi la prueba de ello. Sobre cada uno de estos cuatro autores existe en la Obra una leyenda negra interna cargada de gravísimas acusaciones. Yo no creía esta leyenda pero me regodeaba en ella y pensaba que nadie sería tan imprudente de volver a levantar la voz sobre el tema de la Obra.

 

Ahora no podía concebir que alguien hubiera osado romper el silencio sobre el Opus Dei, ¡hablar sobre la Obra de Dios! ¡Qué tremenda insolencia!, y que audacia la tuya. Lo tuyo fue, a la letra, lo de ¡Dios y audacia!

 

Yo mentía y todos mentíamos, más o menos conscientemente. Para ser de la Obra se requiere doblez, maquillada de prudencia, discreción y vida de familia. Mentira sobre mentira. La diferencia entre otro de la Obra y yo es que yo no tenía miedo de asumir que era un mentiroso porque mentía por el Opus Dei. Y llegas tu, Agustina, y tienes el atrevimiento de airear a los cuatro vientos toda esa espeluznante realidad secreta del Opus Dei que si se conoce (yo la conocía) debe negarse. Esta actitud tuya me parecía inconcebible, inadmisible e insoportable. ¡Todos en la Obra mintiendo como bellacos y tu diciendo las cosas como son, con profesionalidad y llegando al fondo del asunto!

 

Entrar en OpusLibros me daba mucho miedo. Miedo, porque leer en la web suponía encararme con la verdad que estaba evitando. Leía a escondidas todos los escritos, con gran nerviosismo, con una mezcla de repugnancia y fascinación. Intenté convencerme de que tus intenciones eran innobles, pero tu transparencia y tu claridad me desarmaban. Además, es que lo que aquí se dice es lo que yo veía y vivía a diario en el Centro, lo que se me enseñaban y lo que yo hacía con la gente. Tal cual.

 

Esta web era (y es) para mi algo necesario, para comprenderme mejor a mi mismo, como una luz que sacia mi inteligencia y que responde a tantos interrogantes. No podía dejar de devorar los libros y los correos. Aquí estaba la verdad y, cuanto más tiempo pasaba, más claro veía –por estar dentro de la Obra- que OpusLibros no miente.

 

Yo nunca intenté, como otros sí han hecho, crear división dentro de los lectores de OpusLibros. Enviar cosas a la web para que fueran publicadas y, de un modo sutil, crear tensión y desviar a la web de su objetivo, haciendo que las personas que leen/escriben estuvieran más preocupadas de la polémica del momento que por el tema de la Obra. Entre otras cosas: porque tu eres demasiado lista como para caer en esa trampa.

 

Nunca intenté nada contra la web porque era necesaria para mi, como un oasis en medio del erial del Opus Dei. Aunque me daba miedo, porque la verdad duele mucho a veces, mis inquietudes me llevaban a querer saberlo todo y leerlo todo. OpusLibros, era para mi algo muy valioso que no se puede perder pero demasiado peligroso como para permitir que se difunda. Recuerdo con mucho cariño las noches enteras leyendo a escondidas, horas y horas delante del ordenador, nervioso y fascinado. Me ocultaba para leer por miedo a ser visto por otro de la Obra pero, sobretodo, porque me avergonzaba de mi mismo. Porque mi corazón me reprochaba lo que estaba haciendo.

 

La Obra me había amamantado en la doblez, me enseñó a pensar de un modo y actuar de otro (como a todos) y lo aprendí tan bien que, aún estando plenamente identificado con tantas cosas que leía en la web, mi actuar era el que la Obra espera de un miembro modélico.

 

Cuanto más me convencía de que la Obra es mala, más fanáticamente actuaba para defenderla, más mentía en el proselitismo, más utilizaba esos métodos reprochables que OpusLibros denuncia continuamente.

 

Hasta que un día me decidí a ser valiente y a poner orden en mi interior por mucho que me doliera. Recuerdo ese momento (ocurrido hace unos meses) en el que mi conciencia pudo más que mi corazón y tuve el coraje de dejar de querer al Opus Dei, de renunciar al amor de mi vida.

 

Agustina, esta web me dio la valentía que me faltaba para enfrentarme conmigo y llevar a cabo la ruptura afectiva con la Obra, dolorosa pero liberadora y, estoy seguro, muy agradable a Dios. Me decidí a hacer lo que estuviese en mi mano para alertar a la Iglesia y a la sociedad sobre el Opus Dei, sin ningún rencor ni amargura, pero con una gran sed de verdad.

 

En estas fechas tuve ocasión de asistir a un acto en el que estuvo presente Javier Echevarría, mi Prelado. Cuando terminó, yo -que estaba situado en un lugar preferente- puede darle un abrazo y un par de besos, charlar con él y hasta hacer unas bromas. Me dio muchísimo... ¿asco?, sólo recuerdo su olor a sudor y su respiración débil. Tuve pesadillas durante las noches siguientes, no las recuerdo, pero ese abrazo y esa situación supusieron para mi como la confirmación material de que el Opus Dei me revolvía las entrañas.

 

Te escribí un correo privado para ofrecerte un importante documento interno de la Obra, no sabía nada acerca de las personas que estabais detrás de esta web ni si vuestra intención era noble. Sólo sabía que a mi OpusLibros me había ayudado y que era necesario.

 

Cuando te entregué el documento, mantuvimos una conversación que recuerdo con muchísimo cariño. Me sorprendió tu gran rectitud y tu compromiso con la verdad de las cosas, tu coraje y tu valor para encararte con el Opus Dei. Me explicaste el bien que haría que ese documento fuera publicado, yo lo estaba pasando mal porque en mi corazón todavía quedaban restos de amor hacia la Obra. Aunque sabía que estaba actuando bien, me dolía.

 

Pasé en un día de defender fanáticamente a la Obra a base de mentiras y de manipulaciones (también a través de Internet, mucho y a destajo, ya te contaré) a defender la verdad de lo que había vivido a través de esta web, publicando documentos internos que es de justicia que sean públicos y escribiendo lo que sé y lo que pienso sin aparentar, libremente. Así, trato de enderezar el mal que hice. Es para mi una cuestión de conciencia colaborar con OpusLibros tratando de desenmascarar mentiras que yo mismo contribuí a propalar. No voy a acallar mi conciencia por segunda vez. No más falsedades.

 

Me dijiste una vez: “hay vida fuera de la Obra”, ¡qué bien se está teniendo el corazón en Dios y en los demás; no en el Opus Dei!

 

Y esto te lo debo a ti. Tu valentía ha hecho que pueda rectificar el curso de mi vida a tiempo y –más importante para mi- ha hecho que varias personas a las que quiero mucho (ahora me preocupo de querer a las personas) salieran del pozo en el que la Obra les había metido.

 

A veces charlando me has contado que estás agotada por el trabajo. Ya lo sé, y sé también que tu compromiso con la gente que sufre o ha sufrido al Opus Dei es demasiado profundo como para no seguir trabajando.

 

Adelante, ¡muchas gracias por tu sacrificio y por tu buen hacer! Como a tantas otras personas, aquí me tienes colaborando en todo lo que pueda.

 

Un muy fuerte abrazo a ti y a todos!

 

EscriBa

 

 

Nota de Agustina. Querido ‘EscriBa’, a mí me da apuro publicar un escrito como el tuyo. Me da apuro siempre que alguien me da las gracias, porque no las merece. No es mérito mío OpusLibros porque sois vosotros quienes escribís y quienes dais la ayuda a otros muchos que la buscan, en privado o escribiendo a la web. Recuerdo que cuando Aquilina pasó unos días en mi casa, en Madrid, le confesé que lo pasaba muy mal al respecto considerando que era exagerado el agradecimiento porque yo no hacía nada del otro mundo. Y ella, que es sabia (y por eso perteneció a la Asesoría de Italia y por eso también se fue de la obra ;-)), me dijo que yo tenía que aprender a aceptar el agradecimiento y el cariño cuando alguien me lo hacía llegar y a reconocer que estaba ayudando a otras personas a salir del hoyo. Así pues, en esta fase de aprendizaje estoy. Al fin y al cabo, si tantas horas de trabajo no sirvieran para nada ¿qué hago yo aquí y qué hacemos todos los que colaboramos en Opuslibros sino echar una mano desinteresadamente?

Me preguntaste por teléfono por qué había quitado una foto que coloqué al comienzo de las vacaciones de verano (el pasado día 4 de agosto). Te contesté que, pasadas unas horas, me pareció al verme en la pantalla que me estaba dando demasiado protagonismo. Ahora la vuelvo a poner para recordarme que lo mío, ¿lo nuestro?, NO es pasar desapercibidos... Y otra cosa que me viene a la cabeza, antes de acabar: ayudando a escanear los últimos "Cuadernos" (publicaciones internas), he leído varias veces en palabras del fundador (no es textual): "no somos como bestias, somos hijos de Dios"; "nuestra vida no puede ser como la de las bestias"..., y yo que quiero tanto a 'Petrita' (la que está sobre mis piernas) y a 'Chico', a mi derecha, a los que no considero "bestias" sino animales y amigos, criaturas de Dios,  me duele que "un hombre de Dios" no haya enseñado a sus hijos a querer y a respetar a los seres vivos.

Un abrazo, Agustina.




Publicado el Monday, 28 August 2006



 
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