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 Libros silenciados: Necesidad de una reforma en el Opus Dei.- Marcus Tank

090. Espiritualidad y ascética
marcustank :

 NECESIDAD DE UNA REFORMA EN EL OPUS DEI

dedicado especialmente a todos sus fieles

Marcus Tank, 1 de diciembre de 2006

 

Imagen: Rene Magritte, "El castillo en los Pirineos"

 

 

          1. Si echamos una mirada de conjunto, con perspectiva, a lo que está ocurriendo con el Opus Dei, saliéndonos de la visión fanática de los que gobiernan y juzgan todo como si el fundador fuese el mismísimo Dios y, por esa razón, dan a sus palabras y escritos valor de eternidad y los consideran doctrina de fe, nos encontramos con serias incongruencias. Para percibirlo es necesario hacer un ejercicio de “desfanatización” mental y del corazón. Borrar el formateo supuestamente “sobrenatural” al que son sometidos los miembros de la institución y quedarse con la fe de la Iglesia...



         Una vez conseguido el objetivo o, al menos intentado, se descubre que la “encarnación” del espíritu de la Obra poco tiene que ver con la pretendida entraña secular de dicho espíritu. En el Opus Dei se vive como religiosos, en especial numerarios y agregados. Existe vida de comunidad: célibes que habitan juntos en lugares especiales, provistos de oratorio y sacristía, bajo el mando de unos superiores estrictamente jerarquizados, con unos actos y rezos comunitarios perfectamente establecidos, con un plan de vida determinado, y con una práctica de la pobreza igual que los religiosos. Este aspecto de la pobreza no es en modo alguno secular, pues no se tienen bienes personales —propiedad privada— ni se dispone de lo que se gana con autonomía; los bienes son de la institución. Tampoco existe autonomía en lo referente a la profesión debido a la exigencia de supeditarla al querer de los directores. Es decir, los anclajes de cualquier ser humano in saeculo están completamente abolidos.

La consecuencia es que el “espíritu” nada tiene que ver con la práctica real. Esta es una incongruencia del fundador, que plasmó así lo que dijo que vio. Él afirmaba hasta la saciedad lo de “no somos religiosos”, pero luego eso se quedó en una verdad puramente canónica, que no real, pues se vive ad modum religiosorum, al estilo de los religiosos. Me parece que lo que acabo de decir resulta evidente a todo el mundo.

  

2. Una segunda incongruencia se pone de manifiesto al observar que no se practican los Estatutos de la Prelatura aprobados por la Iglesia, sino una legislación interna distinta y no coincidente. Legislación ésta, incompatible con la pastoral eclesial y dolosamente ocultada a la autoridad de la Iglesia, pues no se ha presentado para su aprobación. Es decir, se actúa fuera de la ley común mediante unos “escritos internos”.

Aclaremos que sólo son auténticos carismas divinos aquellos que han sido debidamente ratificados por la Iglesia (cf. Lumen gentium, 12 y 45). En el caso del Opus Dei, el carisma divino hay que encontrarlo en los Estatutos: además, éstos fueron debidamente supervisados por el fundador, según siempre se dice. Por lo tanto, nadie tiene obligación moral de practicar otra norma que no sean los Estatutos que la Iglesia ha dado a la Prelatura.

Pero las “normas de vida” reales de los fieles del Opus Dei acaban siendo todas las indicaciones de sus documentos o escritos internos “secretos”. Agradecemos a Agustina la reciente publicación del Vademécum del Gobierno Local de 2002, donde se dice: Estos y otros escritos que reciben los Consejos locales no tienen únicamente como fin dar criterio a los Directores. Por tanto, éstos no se limitan a leerlos y meditarlos y guardarlos después. Son doctrina viva y clara que han de transmitir a los demás. Una vez que los Directores los han leído y meditado, a fondo, los comentan en la reunión del Consejo local: de esa comunicación de ideas obtendrán el mayor provecho posible personal y para el Centro, y abundante experiencia práctica para utilizar en Círculos, charlas personales, etc.; y el sacerdote, en pláticas y meditaciones. Con este estudio permanente —responsabilidad grave de los Directores—, conservan fácilmente en su memoria los criterios básicos y las experiencias sobre cómo desempeñar su tarea, evitando omisiones, improvisaciones, pérdidas de tiempo o actuaciones personales; y así, además, realizan con perfección su principal trabajo profesional (pp.18-19). O sea, son más que normas, pues este apartado termina incluso diciendo: Si alguna vez el Consejo local no entiende un documento enviado desde la Comisión, o piensa que no lo puede cumplir, o que puede mejorarse de algún modo, lo hace saber enseguida a la Comisión. Por lo tanto, no se acepta la hipótesis del no cumplimiento “voluntario”.

 

3. Aunque podrían añadirse muchas incongruencias más, voy a señalar sólo una tercera que —por constituir una actitud de fondo que determina el modo de situarse cognoscitiva y doctrinalmente en el mundo actual— engloba todo un conjunto de consecuencias. Se trata del rechazo tácito a gran parte del Concilio Vaticano II. Mientras se desarrollaron las sesiones de aquella asamblea sinodal en Roma, no cesaron de pasar por Villa Tevere los obispos más tradicionalistas del Concilio, que eran convocados y alentados por Escrivá para hacer frente común contra lo que él entendía como excesos modernistas incompatibles con la fe de la Iglesia: entre ellos, no pocos miembros del episcopado español de entonces, a quienes el Concilio sorprendió con el pie cambiado, fuera de los progresos de la teología francesa y centroeuropea de aquellos tiempos. El resultado del Concilio defraudó el concepto de Iglesia que tenía Escrivá, cuya teología se había quedado petrificada varios siglos atrás.

La consecuencia fue un rechazo no explícito, pero sí de hecho, de los documentos del Concilio por parte del Opus Dei. Normandía se refería no hace mucho en esta misma página web a Raúl Lanzetti, sacerdote numerario y teólogo, perito de uno de los Sínodos de Obispos convocados por Juan Pablo II. En efecto, Raúl, siendo un hombre tremendamente vitalista y fogoso, volvió muy deprimido a la Argentina, como consecuencia de comprobar una y otra vez que en la Obra no se quería asumir la doctrina conciliar.

Una prueba colateral de lo que afirmo es que en el Índice de libros prohibidos del Opus Dei se encuentran las obras de aquellos teólogos que más influyeron en el Concilio, entre ellos el mismísimo Ioseph Ratzinger. La calificación interna del actual Papa cambió años después, tras ser nombrado Prefecto de la Congregación de la Fe, pero se tardó en hacer las modificaciones y, en parte, se debieron a la tenaz insistencia de Antonio Ruiz Retegui.

La mentalidad del fundador y el diagnóstico de su presente se perciben en su última extensa Carta de 14 de febrero de 1974 o en la Carta de 28 de marzo de 1973, considerada como su “primera campanada”, poco antes de morir. En la actualidad estas lecturas resultan muy ilustrativas. Felizmente, hoy tenemos la oportunidad de hacer contrastes y comprender mejor qué es el “espíritu de discernimiento”. El de Escrivá fue una cerrazón terca, autoritaria, en nada diferente a las actitudes integristas de algunos otros, y de ahí derivan buena parte de los males actuales de la institución: no todo fue malo en sus actitudes, pero sí careció de un auténtico “discernimiento espiritual” eclesial. Otros personajes de entonces, como Ioseph Raztinger, muy comprometidos con la Iglesia de aquellas décadas, batallaron en la primera línea del frente para encauzar las reformas y los cambios, sabiendo distinguir los límites entre lo caduco y lo permanente, y así reconocer la acción del Espíritu de Dios en la historia. La complacencia de lo Alto está hoy a la vista de todos: “por los frutos los conoceréis”.

 

4. ¿Tiene importancia la no recepción del Concilio Vaticano II? Sí, y mucha. Aparte lo que supone esa actitud en sí misma, me parece que en el fondo estamos ante una falta de comunión con la verdad y con el Espíritu Santo, que condiciona y determina el modo actual en que los fieles de la Prelatura comprenden la realidad del hombre, de la Iglesia y del mismo Dios, aparte de limitar su vida interior. La formación que se imparte en el Opus Dei no favorece la dignidad  ni la autonomía de la persona, ni “la libertad de los hijos de Dios”, que tanto proclama. Son cuestiones que empapan todo el sistema formativo y espiritual de la Obra. ¿No os parece extraño que apenas se haya explicado ni citado oficialmente en los medios de formación una constitución tan importante y práctica como la Gaudium et spes?

            Como consecuencia de lo que he dicho hasta el momento y simplificando al máximo las cosas, surge una cuestión candente: Si tuviéramos que optar entre el fundador del Opus Dei o la Iglesia, ¿por quién nos decantaríamos? Para mí está claro: a pesar de sus deficiencias humanas, la Iglesia como tal me ofrece más confianza y, pienso, lo contrario sería caer en un fanatismo humano, a favor de una “institución de hombres”: Pablo, Apolo, Cefas, pero no Cristo.

La disyuntiva no es nada teórica si pensamos que Escrivá no es Dios, y que se ha equivocado en muchas cosas. Sin embargo, ésta no es ni ha sido la actitud de los sucesores de Escrivá, que siguen otorgando al fundador una credibilidad sin fisuras, en todos los temas. El error consiste en hacer de la “doctrina del fundador” (también sus praxis o su conducta, tomada como ejemplo a imitar) una cuestión de fe indistinta de la fe en Dios. La fe teologal tiene como objeto la Revelación divina presentada por la Iglesia. No son objeto de fe las revelaciones a un hombre particular que no hayan sido asumidas como divina revelación por la Iglesia.

O, dicho de otro modo, el acto de fe de cada uno de nosotros es un acto eclesial: se asiente en la fe de la Iglesia, no en la doctrina de un individuo, por muy santo que hubiera podido ser, como bien puede leerse en el Catecismo de la Iglesia Católica, número 150: En cuando adhesión personal a Dios y asentimiento a la verdad que Él ha revelado, la fe cristiana difiere de la fe en una persona humana. Es justo y bueno confiarse totalmente a Dios y creer absolutamente lo que Él dice. Sería vano y errado poner una fe semejante en una criatura (cf. Jr 17,5-6; Sal 40,5; 146,3-4). Además, en el caso de Escrivá está por ver esa “santidad ordinaria”, en el día a día, mientras no se emprenda la “desmitificación”, que certeramente comentaba Oráculo hace unos meses. Por lo tanto, la fe que pueda tenerse en Escrivá no es teologal sino humana, pues nunca la Iglesia ha reconocido sus revelaciones. Lo único aprobado son los Estatutos de una institución, y aún éstos no son objeto de fe.

 

5. Volviendo a la primera cuestión que planteaba, la inconsecuente plasmación del carisma secular o de la secularidad de la Obra, habría que decir que no es extraño lo que ha sucedido. Cuando Dios se comunica a una persona por medio de luces interiores, la expresión del mensaje pertenece al que lo ha recibido, que manifiesta al expresarlo su manera de pensar y su cultura. ¿Os acordáis del aforismo clásico?: quod recipitur ad modum recipientis recipitur, es decir: “lo que se recibe, al modo del recipiente es como se recibe”. Como dice De Smedt en su obra Nuestra vida sobrenatural: “Cuando el alma quiere evocar este recuerdo, para su propio consuelo o para la enseñanza y consuelo de otras almas, puede ocurrir fácilmente que asocie, con plena buena fe, al recuerdo de las palabras divinas, el de ideas que ha conservado de sus lecturas, que ha oído exponer en predicaciones, o incluso que son el producto de la actividad de su inteligencia y de su imaginación” (tomo I p.229). Esto mismo afirma otro gran especialista, el Padre Monier-Vinard, en Cum clamore valido diciendo: “Hay que reconocer, por lo demás, que todo santo o santa que recibe una revelación, obra más o menos de igual forma, poniendo siempre su signo propio, y que hay, por lo tanto, que hacer siempre la distinción entre lo que es únicamente divino y lo que es humano y personal”. En fin, todo esto es conocido de sobra por los exégetas de la Sagrada Escritura, para quienes el abecé de su tarea está en discernir la “verdad revelada” de la “envoltura cultural e histórica” del profeta.

El contenido tiene un valor perenne, la envoltura es propia de la mentalidad de una época. De ahí la importancia capital del discernimiento eclesial de los carismas particulares para considerarlos válidos. Y, por todas estas razones, parece muy conveniente que algo que se ha formado mal, y que ha seguido un rumbo tan poco transparente como el Opus Dei, necesite hoy una purificación, una verdadera y profunda reforma. Dilatar la cuestión por miedo o por falsas razones de “fidelidad” (integrista), no hace más que prolongar un engaño, destrozar personas, y deteriorar la propia institución, también su fama hasta extremos difíciles de recuperar.

En resumen, carece de sentido mantener la situación actual con sus ficciones. ¿Es posible una reforma en las actuales circunstancias? La mayor dificultad se encuentra en los sucesores de Escrivá, que no han sabido distinguir entre fidelidad a Dios y fidelidad al fundador, optando por la segunda, cuando ésta no tiene por qué coincidir con la primera y, de hecho, no coincide, como se va haciendo más claro cada día que pasa. Sólo por esto sería necesaria una reforma: porque el “Opus Dei” es ya poco o nada “Dei” y sí mucho “opus Escrivae”… y ¡cuanto más de Escriba, peor!




Publicado el Friday, 01 December 2006



 
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