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 Tus escritos: Señor, Señor, Señor: Notas para la gestión del asalto institucional 19M.- Mineru

125. Iglesia y Opus Dei
mineru :

Señor, Señor, Señor: Notas para la gestión del asalto institucional '19M'

Mineru, 5 de Marzo de 2007

 

 

Para los que tienen por algo el Credo, Dios Padre es “creador y Señor de todas las cosas”; su Hijo es “Nuestro Señor Jesucristo” y el Espíritu Santo “Señor y dador de vida”. Dios es, pues, Señor, “Dominus”, dueño, amo.

 

Los hombres y mujeres, creados a su imagen y semejanza, también somos “dueños y amos”, es decir, señores. Pero señores ¿de qué?

 

Pues, al poco –y no por ello menos importante-, de nuestra intimidad, cada uno de la suya. Así lo manda el Derecho Canónico (cfr. 220) “A nadie le es lícito (...) violar el derecho de cada persona a proteger su propia intimidad”. Lo reconoce, también, la Constitución y la Declaración Universal de los derechos humanos y –lo más importante- así viene exigido por la naturaleza de las cosas (la mejor o peor llamada ley natural). Por tanto, no cabe duda: ninguna Institución de la Iglesia Católica está autorizada por Dios (ni por la propia Iglesia) para imponer al individuo en su conciencia un “camino de fe en la propia Institución” y mucho menos para “garantizar” que dicho “camino” siquiera iguale –o supere- al “camino de la fe en Cristo” ya que, de contrario, ello equivaldría a confundir el medio con el fin, a primar la forma de ejecutar sobre la propia finalidad ejecutiva lo que, en definitiva, hace pasar el carro por delante de los bueyes.

 

 

Dice A.R. Retegui ("El ser humano y su mundo", capítulo 6: "El mundo interpretado"):

 

 Cada cristiano tiene el deber de defender su propia fe frente a los asaltos de las dificultades que inevitablemente encontrará en el camino de su vida. Esta defensa se refiere ante todo a la fe sobrenatural que Dios le ha concedido haciéndole encontrar a Cristo y tiene lugar sobre todo en el seno de su propia intimidad, en el sagrario de su alma, que es donde se cree, y también donde se libran las batallas más de fondo sobre la fe cristiana.

 

 

Si se abaten los muros del sagrario del alma y se viola su reducto de lo más íntimo, la persona deja de ser “amo y dueño”, pierde su condición de señor. Esto parece ocurrir en el orden institucional siempre que el mandato estatutario anteponga –como mandato dirigido a la conciencia- la ciega obediencia al medio institucional sobre la libre adhesión al fin de la fe en Cristo o, mejor dicho, cuando –precisamente- se identifica la “conciencia institucional” con la “conciencia del individuo”, de forma que la “fe en la Institución como único camino personal concreto para vivir la fe en Cristo” se impone –y, a veces, suplanta- a la simple, personal y concreta “fe en Cristo”, de la que la primera no es –ni debe ser- más que tributaria...



En este caso –de confusión –o desorden perturbador- entre camino y fe- es lógico –pero no necesario- que la ruptura con el medio institucional presuponga la ruptura con la fe. Ello es tanto más fácil cuanto más se haya deteriorado el sagrario de la intimidad personal, es decir, cuanto mayor sea la “impresión”, o marca, o huella que lo institucional haya dejado en la conciencia al penetrarla o, si fuere el caso, al anularla.

 

El lector podrá pensar que es relativamente fácil “proteger” la propia intimidad y separar el ámbito del “camino institucional” (externo a la conciencia íntima) del ámbito de “la fe” (materia propia de la conciencia íntima). Pero, de suyo, no es tan fácil esta separación. Y no lo es por varios motivos que dejo “aparcados” para mejor ocasión. No obstante, se impone aquí el observar que la “penetración institucional en la intimidad personal” puede y debe ser evitada –a pesar de las dificultades- desde las dos partes. Por parte de la Institución, la más fuerte, remarcando su carácter de medio –no de fin- dentro del ámbito de la pluralidad de “carismas” que la Iglesia (no la Institución) pone al servicio de la persona para que a esta le resulte más fácil su encuentro personal con Cristo. Y sin suprimir el carácter personal del encuentro, so pretexto del “carisma institucional”, ni diluirlo en un conjunto de normas que –pretendidamente- lo garanticen. Por parte del individuo, la más débil, no renunciando nunca, pase lo que pase, a su conciencia personal, por mucho que la conciencia institucional apriete.

 

En definitiva, debiera evitarse la situación binómica “tú te descuidas, ellos abusan”. Pero ya adelanto que, como vemos frecuentemente,  esto no es fácil y, en algunos casos, resulta poco menos que imposible.

 

Algunos de estos casos se producen cuando el “celo” de los órganos institucionales conlleva una importante –y decisiva- presión sobre la intimidad personal. Entonces importa la cuestión de adoptar una actitud práctica –coherente con la propia fe- que permita a la persona tener alguna esperanza de mantener el señorío de su intimidad. A ello creo que se refiere A.R. Retegui (Op.Cit.) en el texto que transcribo de forma literal (la negrita y subrayado son míos):

 

7.- Las personas que, en la práctica, identifican completamente la fe con determinadas manifestaciones culturales o con alguna de las construcciones intelectuales que se han elaborado a lo largo de la historia, se manifiestan con un celo particular en la defensa de lo que consideran un legado divino sobre el que no les está permitido transigir. Estas personas quizá están convencidas, como se ha dicho antes de que están defendiendo a Dios mismo, y al legado de salvación que Cristo ha dejado a su Iglesia. Por este celo, esas personas pueden llegar a arrasar a las personas, y a tratar de agostar manifestaciones de la vida de fe, que son plenamente legítimas. Una cuestión importante que surge entonces es "qué actitud tomar ante estos celosos indiscretos de lo sobrenatural".

La cuestión no es ciertamente sólo teórica. Se plantea muy en la práctica, cuando, por ejemplo, se defienden posiciones que son evidentemente "de parte" esgrimiendo argumentos que involucran inmediatamente lo sobrenatural, y la unión con Dios. Esas personas celosas, parecen identificar completamente la propia situación institucional o cultural con la fidelidad estricta a Jesucristo.

La actitud práctica ante esos defensores apasionados del espíritu, debe ser siempre, de caridad. No se trata pues de desenmascarar ante todo las limitaciones estrechas de sus planteamientos, o de reprocharles el escondido apego a unas formas temporales contingentes e incluso falsas, sino ante todo el mostrar la comunión en lo esencial. Puede ser, ciertamente que en muchas de esas defensas celosas del espíritu haya en efecto, mucho apego a cosas temporales, pero el cristiano debe ser comprensivo y evitar en lo posible, todo aspecto que pueda resultar chocante para los que desde este punto de vista se manifiestan como los "pequeños". Nunca es buena señal de tener el amor de Cristo el gozarse en escandalizar a los que quizá no han tenido otra forma de acceder al misterio que a través de unas instituciones muy visibles.

De todas formas, es frecuente que el celo imprudente se manifieste en un ataque explícito a los que pretenden vivir su unión con Cristo de una forma más libre e independiente de las formas institucionales determinadas, y más aún a los que tratan de abrir formas nuevas de vivir la fe. Entonces la actitud que se debe adoptar es la de la huida de esos ataques, el ignorarlos, sin caer en la tentación del contraataque. Hay que tener en cuenta que sólo los más fuertes de espíritu, y quizá también de temperamento, serán capaces de vivir serenamente la unión con Cristo en medio del asalto de los "institucionalistas" del tipo que sean.

En cualquier caso, será el momento de afianzar la autenticidad de la propia vida cristiana, aún sin el apoyo de instancias institucionales que pretendan garantizarla. Sobre todo, en los tiempos de crisis, personal o institucional o cultural, los esencial es salvar la fe, la comunión con Jesús, la propia vida en el Espíritu Santo. Quien vive esa situación ha de volverse siempre más a los fundamentos inconmovibles de la fe, al Evangelio, al Catecismo de la Iglesia Católica, y sobre todo a la oración, a la penitencia personal, a la búsqueda de la santidad con la ayuda de buenos maestros.

Por todo lo anterior –y en relación con el escrito de Ruta de 26/02/07– sigo convencido de que se puede estar en el Opus Dei como un señor, de que se puede salir de la Institución como un señor, de que se puede volver a ella como un señor, de que se puede conservar la fe doquiera que estés -también como un señor- y, en resumen, de que puedes hacer lo que quieras “como un señor”, es decir, como dueño y amo de lo que hagas siempre que –efectivamente- seas dueño y amo de lo que haces. No quiero decir que sea fácil ni difícil, sino que ello es –simplemente- posible.

 

Descarto, pues, otras acepciones de “señorío” referidas a terceros porque lo que me importa ahora es “el ser señor” y no la apariencia, “el parecer señor”, a los ojos interesados de los demás.

 

También, Ruta, te diré –respecto de “los que se fueron de la Institución; y/o en ella padecieron grandes o pequeños agobios; y/o vivieron alli grandes o pequeñas alegrías ”-, citando a San Pablo (Cor. 11.21-23), sin que yo sea santo, sin que haya Corintios de por medio y sin pretender corregir a nadie, sino tan solo aclarar alguna duda marginal:

 

“Con sonrojo mío lo digo, como si nos hubiéramos mostrado débiles. En aquello en que cualquiera ose gloriarse, en locura lo digo, también osaré yo. ¿Son hebreos? También yo. ¿Son israelitas? También yo. ¿Son descendencia de Abraham? También yo. ¿Son ministros de Cristo? Hablando locamente, más yo: en trabajos, más; en prisiones, más; en azotes, mucho más; en peligros de muerte, muchas veces”.

 

Por lo demás, apreciados Orejas (mismamente yo, con mi orejil mismidad), creo que podemos aplicarnos –si nos place- la bendición de San Pablo: (Cor. 13,11-13):

 

“Alegraos, perfeccionaos, exhortaos, tened un mismo sentir, vivid en paz, y el Dios de la caridad y de la paz será con vosotros. Saludaos mutuamente con el ósculo santo. Todos los santos os saludan. La gracia del Señor Jesucristo, y la caridad de Dios, y la comunicación del Espíritu Santo sean con todos vosotros”.

 

Amén.

 

–Mineru-




Publicado el Monday, 05 March 2007



 
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