Más de supernumerarias.- Mediterráneo
Fecha Wednesday, 19 January 2011
Tema 078. Supernumerarios_as


Los últimos post sobre las supernumerarias han hecho que recordara tres casos que viví a mediados de los ochenta, principios de los noventa.

1) Una supernumeraria a la que su marido, supernumerario también, exigía los tickets de compra de todo lo que había gastado en el día; si algún ticket se había extraviado, o si ella se había comprado un par de medias, por ejemplo, se lo descontaba del dinero que le dejaba encima de la mesa de la cocina a la mañana siguiente. Una de su grupo, que sabía la situación, le compraba alguna que otra pieza de ropa interior de vez en cuando. Este sujeto mantenía relaciones con su mujer sólo cuando ella había ido a la peluquería, con el dinero extra que él le dejaba cuando quería acostarse con ella. Todas las quejas de ella al sacerdote para que las pasara a la otra sección cayeron en saco roto y el sujeto pasó por un supernumerario modelo hasta que murió, abandonado en una residencia porque los hijos no le perdonaron lo que hizo pasar a su madre.

2) Una supernumeraria joven, madre de tres niñas, con problemas económicos, a la que la encargada de grupo (una agregada) hablaba, una vez y otra, de generosidad, de entrega, de abandono en la providencia divina, etc. Un buen día se hartó y le espetó a la tal encargada “oye, ¿vas a parir tú a mi siguiente hijo? ¿no? ¿vas mantenerle tú? ¿no? ¿vas a hacer equilibrios con las abuelas y las vecinas a la hora de ir a recoger a las tres mayores al colegio de fomento? ¿no? ¿y su colegio, lo pagarás tú? ¿tampoco? Pues entonces cállate la boca y déjame en paz, que yo sé cómo están las cosas en mi casa”. Esta supernumeraria dejó la peña al poco tiempo, no sé si por iniciativa propia o ajena.

3) Una chica en la treintena, no excesivamente agraciada pero de mirada brillante, sonrisa frecuente y muy, muy buen carácter, pidió la admisión como supernumeraria. Obviamente, el objetivo primordial era que tenía que casarse, sin más opción, era imperativo. Por supuesto, cada vez que te la encontrabas te decía “reza para que me salga un novio”, la directora y la celadora le decían que su santificación pasaba por el matrimonio, etc. En esa época la palabra de la directora y la celadora era la palabra de Dios porque “la voluntad de Dios nos llega a través de las directoras” y todo el resto de pazguatadas que los aquí contribuyentes conocen tan bien.

En aquel tiempo, para conocer novios y novias se organizaban costilladas, barbacoas, romerías a Torreciudad en el mes de mayo y cualquier cosa que fuera salida de un día y no implicara pernoctar, para evitar la tentación. Esas actividades eran un auténtico tercer grado para cualquier no iniciado porque, evidentemente, a la segunda o tercera salida todo el mundo conocía a todo el mundo, nadie estaba interesado en nadie y cuando aparecía un/a pobre infeliz creyendo que aquello era una excursión normal, se le pasaba por el tamiz del derecho y del revés.

En una de las tales actividades esta chica conoció a un viudo, supernumerario también, que tenía varios hijos, todos varones. Empezaron a salir y se casaron. Al poco tiempo el brillo de su mirada había desaparecido, su sonrisa era una mueca y en su cara se dibujaba la amargura y el desengaño. Eso sí, ya estaba casada y ya se santificaba en el matrimonio, claro. No he vuelto a saber de ella.

No recuerdo en qué película, debía ser una de las de Argentina, que eran como el evangelio, escrivá hablaba del matrimonio y decía algo como que la mujer ve unos tomates que le gustan a su marido, piensa “esto se lo hago yo”, y el otro llega a casa cansado (la mujer nunca está cansada, a ella jamás le pasa nada), ve los tomates, la mira, y “y ya está, ya está”, decía escrivá. Sin comentarios.

¿En qué entendimiento cabe que alguien sin la menor idea de nada, sin la menor formación, dirija conciencias de personas casadas? ¿Qué sabe la directora que funciona a mesa puesta, cama hecha y todo servido, de las vicisitudes con las que se encuentra una supernumeraria? ¿Cómo se puede pedir generosidad cuando no se está en la piel de esa persona? ¿Qué demonio sabe la vocal de San Gabriel de la delegación, de la asesoría, de Roma entera, de qué significa el matrimonio? ¿Cómo se puede tener la desfachatez de decirle a alguien que tiene que tener más hijos y después pasar por el oratorio, hacer la genuflexión y a por otra, sin dedicar ni un pensamiento a la gilipollez que se acaba de decir?

“Las cosas que aquí se ven // ni los diablos las pensaron”.- Martín Fierro

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