Últimamente tenemos una controversia por aquí, acerca de la utilidad o no utilidad de escribir en Opuslibros si nada trasciende, si nadie fuera de los asiduos de esta página lee los diferentes artículos. En mi opinión, es mucho más importante de lo que parece poder comentar unas vivencias con alguien que empatiza porque ha sufrido lo mismo. Fuera de esta web y alguna otra, no hay dónde comentar nada porque, como ya he dicho otras veces, ¿a quién se le puede contar lo que vivimos ahí dentro? La demencia de las listas de las compras, las actitudes dictatoriales, el control mental, las absurdeces que vimos, cometimos y nos parecieron normales, la deformación de las conciencias, la delación so capa de corrección fraterna, ¿a quién se va a contar esto? Y el ser humano necesita hablar, necesita compartir algo que le sucedió y que le ha afectó profundamente, con consecuencias que es muy probable duren mientras viva...
Todos los testimonios son iguales, sí, porque se vivieron las mismas cosas, y a la vez todos son diferentes porque fueron seres humanos diferentes, en lugares y tiempos diferentes, quienes vivieron dichas cosas. La necesidad de expresar, de contar donde se puede ser comprendido, de hablar sabiendo que quien escucha tiene toda la dimensión de lo sucedido porque también lo vivió, es la misma para todos y para mí, es sagrada. Si alguien se aburre leyendo veinte veces la misma incongruencia, que deje de leer. Cada una de las tales veinte es única porque hizo sufrir a un ser humano único e irrepetible y el sufrimiento merece respeto y compasión.
Salvando distancias y que nadie se escandalice, ¿qué pensaríamos si al décimo superviviente de Dachau que cuenta su historia alguien le dijera ”bueno, sí, ya lo sabemos, los campos fueron horribles”? ¿Qué clase de indiferencia sería eso? Pues aquí, lo mismo. Sin contar con que, pongo por caso, si mañana es el último día en la peña de la numeraria Marinita García, con toda seguridad antes o después Marinita necesitará explicar qué le ha sucedido, cómo la han tratado y cómo se siente. Y necesitará explicarlo a quien lo entienda, no al cartero que reparte certificados. Y vendrá aquí, y para ella su testimonio será único y tiene todo el derecho del mundo a ser escuchada y comprendida y a que alguien le diga “saldrás adelante, todos hemos pasado por lo mismo, no estás sola”.
Tampoco sabemos, y estoy segura de que nos sorprenderíamos si lo supiéramos, cuántos “ins” visitan esta página y leen y reflexionan y no comparten sus pensamientos con nadie porque no pueden, porque tienen miedo, porque para ell@s ya no hay solución y es demasiado tarde, porque no se atreven a plantearse nada más, porque fuera hace frío y es duro renunciar a la comodidad y a la seguridad.
Como a Janabenito, también me preocupan las personas que siguen dentro y sufren y más de una vez me he preguntado cómo está Calandria con su depresión. Espero que no la hayan ingresado, o que el/la psiquiatra que la lleva no la haya empastillado más. Después que comentó su enfermedad no puedo dejar de preguntarme cómo está y si su ausencia se debe a que está peor. Mientras opinaba – y a menudo me sacaba de quicio, dicho sea de paso – por lo menos sabía que estaba más o menos bien.
Ésa es la gran diferencia entre quienes escribimos aquí y quienes siguen dentro, encegados en una fantasía que quieren creerse para evitar que todo se les hunda: much@s de nosotr@s nos compadecemos de quienes ahí dentro están mal y sufren, nosotr@s a ell@s no les importamos un comino.
Qué suertaza, estar a este lado de la frontera y tener capacidad de compadecer.
Mediterráneo
