Los Documentos Internos; la imprudencia de escribir.- Demócrito
Fecha Friday, 30 December 2011
Tema 060. Libertad, coacción, control


 Los Documentos Internos; la imprudencia de escribir

  

 

Porque la letra mata, mas el espíritu vivifica

2 Corintos 3, 7-11

 

 

En el tema de los Documentos Internos mantengo la seguridad que la justicia española no hará abstracción del motivo de fondo que subsiste en la intención de La Prelatura del Opus Dei y Scriptor de mantener un cuerpo normativo – prolijo, por cierto – oculto, desconocido e inaccesible a las personas a las que se aplica. Que, además, no pueden reclamar su derecho a conocerlo porque ni siquiera saben que existe. Muchos fieles de la Prelatura, sujetos de esas regulaciones, lo han conocido a través de Opuslibros.

 

Ni la justicia española, ni ninguna justicia...



Una de las determinaciones que se ha revelado menos oportuna a lo largo de la historia de la Institución fue la de proceder a una ingente labor de transcripción exhaustiva de las costumbres, normativas, instrucciones, regulaciones, vademecums, praxis, catecismos, meditaciones… y resto de documentos internos que estipulan y determinan detalladamente la verdadera forma de proceder en todas las situaciones y que se mantienen ocultos, al margen de aquellos pocos documentos oficiales convenientemente destinados al consumo público y que, en general dan una visión parcial y sesgada de la vida real dentro de la Obra.

 

Últimamente, tiene gracia, las Preces.

 

Ignoro si ello fue verdaderamente necesario. Al principio no era así; con Camino y algunas notillas más y una eficiente tradición oral, que se transmitía en las tertulias, círculos, meditaciones, y medios de formación en general, la vida en la Obra aparecía con una lozanía atractiva. Ello llenaba de contenido las tertulias y los medios de formación – hoy bastante tediosos – y con ese sencillo bagaje la Institución afrontó exitosamente el periodo de mayor crecimiento de su historia.

 

Esa forma de proceder tenia algunos problemas; recuerdo, por ejemplo, que los que regresaban de Roma solían poseer una buena colección de apuntes y notas tomados directamente en diversas tertulias con San Josemaria que iban exponiendo en las tertulias de su propio centro o, los recién ordenados, utilizaban para sus meditaciones. Posiblemente se deslizaban imprecisiones, inexactitudes o alguna inconveniencia. Esto se cortó de raíz por la vía de la incautación general pura y dura de todas las notas por real decreto.

 

¿Pero ha sido positiva la edición de los documentos internos?. Rotundamente no.

 

La sociedad inglesa ha dado a lo largo de los últimos siglos un ejemplo de consenso social innegable. Seguro que es gracias a su Constitución… porque no existe. Las leyes se emiten con la condición de no ser irrevocables.

 

En primer lugar el accidentado iter juridico de la Obra – Pía Unión, Instituto Secular, Simple Asociación de Fieles, Prelatura… y ya se irá viendo – ha exigido una constante re-edición modificada de las disposiciones y un trasiego constante de dataciones. Ha contribuido a ello el mantenimiento del prurito de que “como ha sido desde el principio” obligando a un permanente anacronismo en las ediciones sucesivas.

 

Ha generado una normativización prolija y asfixiante de la vida en los centros. Las regulaciones de diversas cuestiones se han ido nivelando “por elevación” y hay disposiciones con un nivel de detalle que roza el ridículo.

 

También eso ha llevado inexorablemente a anacronismos notables. Por citar alguno, estaba reglamentado que las numerarias no llevarían pantalones. Recuerdo que, siendo niño, un día le pregunté a mi madre qué opinaba de las mujeres que osaban ponerse pantalones en lugar de faldas; me contestó que esa prenda era, sin lugar a dudas, provocativa en el atuendo de una mujer. Pero esa conversación tuvo lugar hace ahora unos sesenta años. Hay cosas que cambian, y algunas muy deprisa. Recuerdo que al principio se llamaban Sirvientas y un día SJME decidió, sin más, que pasaban a llamarse Auxiliares. Lamentablemente así ha quedado escrito y será un problema cambiar ese apelativo en el futuro, si fuera necesario.

 

Esa producción literaria ha convertido las sencillas costumbres y buenas prácticas en decretos. Las cosas ya no se hacen por buen espíritu y buenas disposiciones personales y deseos libremente asumidos de aceptar la voluntad de Dios; se hacen porque así están dispuestas… y esa es la voluntad de Dios.

 

Voy a poner un ejemplo de actualidad. A mi me parece razonable – y puedo estar equivocado, naturalmente - que los fieles quieran confesarse habitualmente con sacerdotes de la Prelatura, supuesto el respeto por el secreto de confesión. Saben por cultura religiosa básica - catecismo elemental - que pueden confesarse con cualquier sacerdote pero están felices de tener a mano hermanos suyos sacerdotes que les entenderán mejor que nadie. Y, probablemente, en caso de tropiezo significativo, con mas razón. Uno que quiera ser fiel no necesita que le obliguen o que le pongan raíles.

 

Ahora bien. Poner esto por escrito es un insulto a la inteligencia, una coacción innecesaria y abusiva a una libertad elemental y una vulneración de las leyes de la Iglesia. Y lo de “puede hacerlo,… no peca… pero está en camino de perdición…” suena bastante mal.

 

Seguramente es muy comprensible que una persona inteligente que quiera ser leal a la Institución pondrá especial cuidado en evitar capillitas y tramas fraccionales. Es de sentido común en cualquier corporación compuesta por hombres (partidos políticos, clubes, asociaciones de cualquier tipo); protege la unidad de objetivos y evita enredos. Ahora bien; poner esto por escrito, decretando la prohibición de hablar con nadie más – solo con la persona que se te asigne en cada momento – de tus inquietudes y tus disposiciones interiores es un atentado a la libertad más elemental del ser humano y una apropiación ilegítima del alma de las personas, que pasan de ser fieles a ser piezas. Y, desde luego, muy normal todo.

 

Recuerdo también el tema de las admoniciones previas a la expulsión y que explica en primera persona Maria del Carmen Tapia en su libro, pues fue destinataria de una forma de proceder que si la hubiere establecido el peor enemigo de la Prelatura – lleno de rabia y sin rastro de caridad - no le habría salido mejor.

 

Y hay muchos ejemplos más.

 

Finalmente esa producción literaria obliga a una permanente y compleja custodia bien alejada de cualquier transparencia. Hay cosas que no pueden conocer los fieles de a pie – a los que se les aplica – , otras ni los directores locales, muchas están obsoletas o chocantes en cuestiones evidentes, otras superadas, algunas no resisten un rastreo comparativo y otras refieren – con extremo detalle – modos de proceder de dudosa homologación con la doctrina de la Iglesia. El penúltimo episodio ha sido la carta del Prelado – con toda la apariencia de parche – y el último ha sido el requerimiento judicial a Opuslibros para proteger la opacidad de los Documentos Internos.

 

Por ahora.

 

Veremos cual será el siguiente capítulo.

 

Con mis mejores deseos para el nuevo año.

 

Demócrito







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