Látex de colores: anécdotas.- Manzano
Fecha Wednesday, 09 May 2012
Tema 075. Afectividad, amistad, sexualidad


Impresionante escrito, Pechina. Cualquier corazón sano debiera conmoverse ante los gritos desgarrados de una madre, pero desgraciadamente eso no es ni será así en el Opus Dei. Has de saber que para ellos no eres más que una gallina clueca y nadie de la Prelatura se va a molestar en explicarte y aún menos comprenderte. Una madre puede tener el corazón herido, pero ellos lo tienen muy enfermo....

 

Recuerdo con emoción mi llegada a la estación de tren de mi ciudad natal el mismo día de haber salido por la “ventana” de la opus y el grandioso y sentido abrazo de mi madre que a pié de andén estuvo esperándome serena y feliz toda la tarde. Madres: ¡no desfallezcáis nunca!, vuestro amor siempre triunfa. El vulgar prepotente gallo paterno-paranoico será derrotado, pues nada sabe de amor verdadero...



 

Al hilo de todo ello y siguiendo la estela del eslabón vocacional más débil para la Prelatura, el sexto mandamiento, empiezo con una anécdota: andaba junto a mi director por la calle del centro donde vivíamos y nos fijamos en el gran cartel de color negro brillante que estaban instalando en un nuevo establecimiento comercial cerca de nuestra entrada. El rótulo rezaba “Logic Control”. El director empezó a aspear los brazos y a balbucear algo con evidentes signos de contrariedad e indignación.

 

Eran los 80’s, época en que empezaba abiertamente el destape en los medios, las revistas con contenido erótico tenían gran tirada y los enervados nervios afloraban aún más en las frágiles y hasta entonces inmunes conciencias puristas, muy especialmente las del Opus.

 

Lo cierto es que no le di mayor importancia hasta que en la tertulia de la noche el director habló del tema refiriéndose así: “…ya sólo nos faltaba que nos pusieran un centro de planificación familiar debajo de casa”. La mayoría se acordará que “Logic Control” era tan sólo una empresa de informática y distribuidor de aplicaciones IBM, algo que entonces sonaba algo extraño para muchos tanto el lenguaje como su contenido pero no para mí, que no daba crédito a lo que estaba escuchando ante tanta sospecha infundada. Me atreví a aclararle el tema en privado al susodicho director y me soltó un ”¿estás seguro !?”. Y ante mi reafirmación me indicó que de momento no dijera nada a nadie más.

 

Evidenciaba una obsesión más allá de lo razonable, pero la preocupación era patente y general en la Obra por todo lo que ocurría y el control moral con que “gozaba” la sociedad española se les estaba desmoronando. Treinta años después siguen igual, o peor.

 

Efectivamente la paranoia toma las riendas del maltrecho juicio y lo transmiten con mucho afán y por ello interesa, entre otros, que las madres no se comporten como gallinas cluecas evitando así que jamás se les ocurra preguntar el por qué de las cosas, ni siquiera les otorgan el derecho a sentir u opinar y menos en público. Sumisas al dictado y orden de los elegid@s de rango superior deben ayudar para no entorpecer o interferir la “llamada” de los hijos. Hay que facilitar la perversión de la supuesta vocación, tienen también que empeñarse para inclinar el plano y para ello están destinadas a formar parte del divino proyecto como tropa disciplinada. Es que no lo entiendes.

 

Presumo que el presunto error que Josef Knecht atribuye al sacerdote numerario M. Rhonheimer -reconozco no disponer del texto completo- se basaría en que el moralista estaría pensando en un uso del condón dentro de los límites permitidos equivalente a períodos infértiles de la mujer, donde -como ya alguien perfectamente adoctrinado recordó- la Iglesia nada dice ni tiene que decir sobre el uso del látex cuando no es impedimento para la procreación. Por tanto, conscientes de que el uso del condón no impediría fecundación alguna sería el escenario mental donde entrarían los parámetros permisivos de Rhonheimer como remedio (concupiscente) y evitando así el riesgo de transmisión de una infección, entre otras razones posibles. Aún así admito que suena raro raro raro para un afín a la prelatura.

 

Con evidente falta de espíritu opusino pero con gran sentido común, un supernumerario ya de vuelta un poco de todo – más por su madurez que otra cosa - nos venía a comentar en reducido aro confidencial (evito la palabra círculo) que si con la ayuda del mercurio y prestos a alegrar la velada sabiendo que todo está permitido si hay cariño y amor y la fiesta acaba cómo debe acabar, léase observantes de la estricta doctrina de la Iglesia, of course, debería ser comprensible poder tener un pequeño arsenal de artilugios de colores y de sabores varios para mayor gloria y disfrute del lícito deleite carnal. No es broma ni es en balde la sugerencia, aunque hay gente que no lo soporta ni sobre el papel: justamente este planteamiento perfectamente compatible con el magisterio es condenado por la doctrina particular de la prelatura. Su habilidad por albergar y cargar con pecados a la humanidad no tiene límite y placer con pecado van sistemáticamente unidos por una simbiosis que han creado y desarrollado gracias a la escrupulosa espiritualidad de una enigmática rosa mística. No es nada personal.

 

Otra anécdota de un joven supernumerario y sin tanta experiencia como el anterior: manifestaba preocupado –casi agobiado- que su mujer le amenazaba de que si no se concentraba en el “trabajo” para con ella en vez de recitar tanta letanía y jaculatoria, lo mandaría a dormir para siempre jamás al sofá del salón. Este síndrome o sentido de la “santidad exacerbada” y mal entendida, está más cercana a la doctrina de la opus que a otra conocida. Se da frecuentemente también a recientes “ex” de toda condición.

 

Y esto mismo, aunque con otras palabras, nos los explicó el cura agregado y gran teólogo que casó a mi mujer (yo estaba también de cuerpo presente) en la cita previa unos días antes de la boda. Recuerdo bien el impacto que me causó cuando entre sus sabios consejos coló uno dirigido claramente a ella para recomendarle paciencia si no experimentase placer alguno hasta el cuarto o quinto hijo. ¡Es que así no hay quién viva cuerdo!

 

Esta piel tan fina que tiene la obra para este tema (y otros tantos) sigue muy irritada y alimentando sin parar la inflamada obsesión enfermiza que los caracteriza. El argumento recurrente de que se limitan a seguir la letra de la doctrina de la Iglesia les conviene para mantener el caparazón de inmunidad, legitimidad e inocencia. Es evidente que pretenden perfeccionar esa doctrina oficial y eso creen, pero en realidad convierten lo más precioso y natural en uno de sus eslabones más frágiles y polémicos en aras a una patógena santidad. Y visten de virtud de la bendita pureza toda práctica simple como primitiva y en enemigo acérrimo de la institución (y de Dios, su dios) lo que se aparta de ello con lo que la positividad de sus discursos son en verdad todo lo contrario. No ven crecimiento de la relación personal-conyugal en la originalidad ni en la creatividad, todo está inventado, todo es un peligro, todo es oscuro y pecaminoso fuera de "su" camino.

 

Por desgracia, los daños nada colaterales que infligen por la rendida voluntad de sometimiento que imponen –libremente- a sus miembros, siendo dirigidos hasta en su más recóndita intimidad –individual i/o de pareja- acaba por provocar más trastornos de los que la vida ya de por sí podría deparar en la peor de las situaciones imaginables. Es una constatación, de ello no se libran. En el mejor de los casos fabrican autómatas.

 

A la postre, es el Opus Dei la organización que mayor control conocido ha ejercido jamás sobre sus miembros en la historia de la Iglesia Católica. Control de las conciencias y paradójicamente control de la natalidad de su entorno, lo que ellos llaman generosidad de cara a la galería, pero control al fin y al cabo. Cual granja de cría y engorde de la especie que ellos procuran esté todo adecuado al fin mismo de la Obra y no hay individualidades ni placeres que valgan. La cuestión final es si su dios es el mismo que el de los demás cristianos normales y corrientes, el de la inmensa mayoría, el que envió a Jesús de Nazaret a redimirnos de tanta tontería (?). Yo estoy todavía en la duda, aunque me lo ponen cada día más fácil.

 

Manzano







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