Primeras impresiones (II).- Diletante
Fecha Wednesday, 11 July 2012
Tema 010. Testimonios


Decía en mis primeras impresiones que algo no me cuadra en esta página de Opuslibros. Supongo que mi tono provocador me hace merecedor de algunas de las críticas que he recibido, pero también me ha servido para comprobar que por aquí hay muy poco sentido del humor. No soy psicólogo pero tengo por cierto que si uno no sabe reírse de sí mismo, si no se toma con la debida distancia y relativiza “relativamente” lo que le ocurre (bueno y malo), tiene muchas papeletas de quemarse; y conste que con esto no pretendo hacer un elogio del cinismo.

También detecto en el foro cierto parecido con algún grupo que he conocido de separados (supongo que ahora las críticas me van a caer encima como un enjambre de abejas enloquecidas). Cuando dos amiguetes separados se reúnen (no hablemos ya de un foro de separados), es difícil que no caigan cada tanto en la crítica mordaz y brutal a su ex...



Y eso, independientemente de la verdad que haya en la crítica, es malo, en primer lugar para el separado (afectado, diríamos en nuestro caso), porque no tiene sentido remover periódicamente en una charca con de aguas repugnantes. Si hay que remover se remueve, a fondo, se libera toda la mierda y a otra cosa mariposa.

Se me ha tachado también de inconsciente, insensible, frívolo y de no llevar una vida cabal sino falsa y doble. Me sorprende haya gente que pueda “calarme” con semejante agilidad y rapidez. Tal vez tenga algo de eso (¿y quién no?) pero puedo asegurar que mi marcha del Opus Dei no fue fácil. Me supuso un sufrimiento intenso, enorme, con enfermedad neurológica y epilepsia atípica de por medio, y me dejó (me deja, y no creo que se desvanezca nunca del todo) cierta sensación de fracaso. Pero eso es normal, ¿no? Cuando uno decide un proyecto libremente (todo lo libre que se puede ser a determinadas edades y en determinados ambientes), y ese proyecto tiene cierta dimensión de totalidad y se considera para toda la vida, no llevarlo a su cumplimiento final conforme a lo imaginado es un fracaso. Pequeño o grande, pero fracaso. Y no me duele decir que en esto (sin caer en el absolutismo y sin perder cierto sentido del humor) fracasé.

Es curioso lo que me ha ocurrido con este verbo: fracasar. Cuando he aprendido a conjugarlo en primera persona, cuando he sido capaz de decirme sin anestesia ni paños calientes que he fracasado, es cuando he empezado a sentirme mucho más libre (y liberado). Y creo que tiene la ventaja de ayudar a superar un trauma sin caer en el odio, el resentimiento o la vuelta atrás continua. El recuento moroso de las ofensas, los desencuentros, las decepciones… ¿Adónde conduce, más que a la depresión y el empequeñecimiento del alma? Reconocer mi fracaso me ha costado, entre otras cosas porque el fracaso de una relación (yo y mi ex, o sea la Obra) es un fracaso por ambas partes.

Sin entrar en honduras teológicas ni metafísicas, recurriendo simplemente a la dimensión más humana y prosaica, en mi historia de desencuentros con el Opus hay una parte que se me puede achacar a mí (faltaría más) pero también hay mucho que se debe achacar a la institución, los directores, los mensajes mal transmitidos y las maldades y miserias (que haberlas haylas) de algunas personas de las altas (y no tan altas) esferas del Opus. Como en toda relación humana. Pero no me parece constructivo recrearme en todo lo que sufrí, que reconozco que a veces fue a causa de algunos mentecatos (y encima, los pobrecitos infelices, con buena voluntad), y en otras por mi propia tontería, o cobardía o desidia… Vamos, que hasta que no me he dado cuenta de que toda relación humana es perfectible, no he sido capaz de empezar a tomarme las cosas con más tranquilidad. Traducido a un lenguaje prosaico (y disculpen los oídos castos y puros) que no era bueno ir con el culo prieto cual cadete de West Point cuando era numerario, ni tampoco es bueno que me comporte ahora de esa manera.

Con mi ex hubo cosas buenas y malas, a veces yo lo hice mal, ella también lo hizo mal en muchas ocasiones, hemos fracaso (los dos, no sólo yo) y ahora toca estar a otra cosa. No me parece que éste sea un planteamiento cínico o frívolo, sino realista. Igual que no me parecería apropiado negar la validez del matrimonio porque mi mujer hubiera convertido mi matrimonio concreto en un infierno (del que además, en parte, yo también sería responsable) tampoco niego la dimensión sobrenatural del Opus Dei porque mi experiencia concreta sea la que fue (aunque mentecatos, fundamentalistas, necios, insensatos y duros de corazón he encontrado bastantes; ¿pero en qué ciudad o institución humana no los hay?)

Por último, y antes de pasar a narrar mi periplo, he de confesar que, junto a asumir mis errores y fracasos, relatibilizados con los errores y fracasos de no pocos miembros (directores o no) de la Obra, también me ha ayudado mucho dejar las cosas claras. Resumiendo: llamar gilipollas a más de uno. Aunque eso he querido hacerlo a la cara, llamando a las cosas por su nombre y procurando no faltar (demasiado) al respeto. Y, ¡oye tú! ¡Las reacciones han sido de lo más variopintas! Desde el que se ha echado a llorar, hasta el que me ha dado las gracias de forma falsa y postiza (muchos sabéis de qué hablo, ¿no?), pasando por el que se me ha engallado echándome en cara algo parecido a lo que yo le decía (y a veces con razón, porque todos tenemos un pequeño cabroncete agazapado en los adentros).

Bien, pues una vez hecho este largo preámbulo, creo que estoy en condiciones de contar algunas cosillas sobre mi caso que, ya lo anticipo, gira en torno a una idea: la madurez. Sostengo la tesis (contrastada en mi caso, y sospechada en muchos otros que me han tocado de refilón) de que en el Opus Dei (me refiero especialmente al caso de los miembros numerarios), la madurez personal no es fácil, y alcanzarla requiere de un plus de esfuerzo y virtud. Pero eso será en la próxima entrega.

 Hasta entonces, que ustedes lo pasen bien.

Diletante

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