El Opus Dei comparado con sus gentes y agentes.- Gervasio
Fecha Wednesday, 14 November 2012
Tema 125. Iglesia y Opus Dei


El Opus Dei comparado con sus gentes y agentes

Autor: Gervasio, 14/11/2012

 

 

            Con cierta frecuencia aparecen en Opuslibros escritos que, para defender el Opus Dei, distinguen entre la institución y los fallos y errores que puedan cometer las personas. Los motivos de queja, han de ser atribuidos a las personas—tal es el argumento apologético—; no a la institución. Ese modo de razonar no resulta convincente.

Si los que ocupan cargos directivos en el Opus Dei fuesen similares a los personajes renacentistas de la curia romana, el citado razonamiento funcionaría mejor. Entonces había papas y cardenales con querindongas e hijos ilegítimos, manifestaciones diversas de simonía, envenenamientos, nepotismos, avaricias, etc. Pero no es eso lo que sucede en el Opus Dei. Por el contrario sus dirigentes, al parecer, alcanzan altas cotas de la santidad. Al menos, así nos lo aseguraban y aseguran…



Al poco de fallecer el fundador fue canonizado; y su sucesor ya tiene muy avanzado el proceso que lo llevará los altares. Lo propio acontece con los consiliarios, directores de delegación y superiores en general. Siempre he oído decir que son muy santos. Muchos afirman haber encontrado dentro del Opus personas de gran bondad, ex incluidos. Y uno se pregunta: ¿cómo es que tanta santidad junta ha producido resultados tan funestos? Hay que acudir a instituciones como el Santo Oficio de la Inquisición para encontrar la respuesta adecuada. Aunque la Santa Inquisición cuenta entre sus filas con próceres elevados a los altares, no puede considerarse una institución digna de elogio. El tribunal del Santo Oficio más que reformado ha sido suprimido.

En el Opus Dei se produce la misma situación. No hay que atribuir los motivos de queja que aparecen en Opuslibros a personas singulares —todas ellas, concedámoslo, muy santas—, sino a la institución. Televisión española funciona muy mal, aunque tiene magníficos profesionales, decía recientemente un opinante radiofónico, a propósito de esa televisión. Y lo propio cabe decir de cualquier Universidad que funciona mal, aunque cuente con buenos profesores o con buenos edificios. Y lo propio cabe decir de otras instituciones eclesiásticas, civiles o militares. Lo malo, a veces, no son las personas, sino la institución. Tal parece ser el caso del Opus Dei.

En 2 de octubre de 1928 —se suele admitir acríticamente— se fundó el Opus Dei. En tal fecha, en su habitación, mientras José María Escrivá releía un fichero donde anotaba consideraciones y hechos espirituales relativos a su persona “vio” el Opus Dei. Dios —nos dijo— le confió estonces llevar a cabo una gran misión, algo inmenso. Lo grandioso está muy a tono con su personalidad. A esa visión atribuyen Escrivá y sus seguidores enorme trascendencia. Para ellos Escrivá juega en la Historia de la Iglesia y de la Humanidad un papel similar al desempeñado por un Moisés o un San Pablo. El Opus Dei está llamado a abrir en la Historia de la Humanidad, en frase de su fundador, “un surco luminoso y hondo”. Esa visión va precedida y acompañada de otras —todas ellas milagrosas—, hasta el punto de que Escrivá ha inculcado en sus seguidores que “el Opus Dei no lo ha inventado un hombre”. El Opus Dei no es considerado una empresa simplemente buena, sino “divina”; es Opus Dei, obra de Dios. Tal es la discutible premisa.

No pretendo negar que existan revelaciones privadas, ni que estas revelaciones sean dignas de aprecio. Pero soy escéptico en relación con las revelaciones de Escrivá. Era un hombre excesivamente dado a la prokynesis (Cfr. El dolo en el Opus Dei), lo que le llevaba a atribuir a Dios normas que en modo alguno pueden considerarse de Derecho divino, sino normas dadas por él mismo. En abril de 1936 (Cfr. Los Directores Mayores en el Opus Dei) Sanjosemaría anotó en su diario espiritual: Siento que Jesús quiere que vayamos a Valencia y a París. Posteriormente, en 1972, en Valencia, habiendo olvidado lo escrito en 1936, pasó a decir: el Señor quiso que, cuando estábamos pensando en abrir simultáneamente un Centro en París y otro aquí, se estropearan las cosas. Primero siente que el Señor quiere que se vaya a París. Posteriormente atribuye al Señor todo lo contrario: que no se fuese a París. El Señor estropeó las cosas para que no se fuese a París. Escrivá tenía demasiada tendencia a atribuir a Dios cualquier cosa que se le ocurría. La fundación del Opus Dei es sospechosa de no escapar a esa tendencia. Él Señor quiere… El Señor nos pide…

—Se lo pedirá a usted. Lo que es a mí el Señor no me ha pedido nada.

Es respuesta muy propia de la criada respondona, lo reconozco. En fin, incurría en atribuir a Dios todo aquello que en cada momento juzgaba bueno y razonable. Es un defecto muy de monjas y eclesiásticos que se las dan de sobrenaturales. Hay quien, en vez de defecto, lo considera un signo de visión sobrenatural. Lo malo es cuando toman decisiones envueltos en esos halos sobrenaturales y hay que acatar lo que deciden.

Recuerdo a un señor muy de misa y comunión diaria, muy sobrenatural todo él, muy de vida interior. Aseguraba que el Espíritu Santo lo zarandeaba continuamente. Verdaderamente interesado y curioso le pregunté:

—Y en qué consiste eso de que el Espíritu Santo te zarandea.

— Pues en eso, en que me zarandea.

Y no logré obtener mayor explicación. Yo creo que Escrivá estaba también un poco zarandeado. Destruyó el diario en que anotaba cotidianamente las incidencias de su vida interior correspondientes a la fecha fundacional. Escrivá nunca acababa de aceptar su pasado. Nunca supimos que es lo que “vio”, ni cómo lo “vio”. Sólo después de muerto se supo el ubi y más con mayor exactitud el quando. Hasta entonces se creía que la visión había tenido lugar durante la misa. Sólo había discrepancias en torno al momento de la misa en que se había producido el evento fundacional, la “visión”.

El Opus Dei no cumple ni proviene de ningún mandato imperativo de Cristo. Es verdad que las personas pertenecientes al Opus Dei cumplen muchos mandatos imperativos. Eso es verdad; pero esos mandatos no son mandatos provenientes de Cristo, ni de la tercera persona de la Santísima Trinidad, ni de la primera, sino que provienen de Sanjosemaría y sus boys & girls. Esa es la diferencia. Algunos de esos mandatos no sólo reflejan el carácter autoritario y otros defectos del fundador, sino que son de dudosa moralidad, como lo de eludir el parecer de los padres en el proselitismo con jóvenes o los abusos en la dirección espiritual y en la administración del sacramento de la penitencia. Monseñor Echevarría ha sido amonestado al respecto por la Santa Sede. En fin, que el hecho de que alguien haya tenido visiones no convierte en santa ni su conducta, ni sus ideas en acertadas, por más que eleve los ojos al cielo, en visión sobrenatural, como los santos de El Greco.

Se trata de una corruptela, esta última, de difícil erradicación, pues no es sólo que esté arraigada, sino “divinizada”. El fundador lo estableció así, o al menos eso fue lo que se dijo al principio como justificación. Posteriormente se cambia de actitud. Se empieza a reconocer que eso está mal, quizá cediendo sin conceder con ánimo de recuperar. Como pasó con lo de ir a París, se atribuye a Jesús querer primero una cosa y luego su contraria. En el Opus Dei es —o quizá era, ¡ojalá!— obligatorio abrir la propia conciencia y sincerarse con los mismos a los que se debe obediencia. Lo contrario constituiría una actitud demoníaca, a tenor de “la doctrina del demonio mudo”. La “doctrina del demonio mudo” es una interpretación ascético-figurativa acogida o inventada por Sanjosemaría referente a un pasaje evangélico (Marcos IX, 14-29). Lo utilizaba en favor de esa obligación prohibida con carácter general dentro de la Iglesia católica, por ser fuente de abusos. El tema afecta también al sigilo sacramental de confesión. Los pecados han de ser conocidos por los superiores del Opus Dei, a como dé lugar. Los superiores deben conocer absolutamente todo acerca de sus súbditos, sin que quepa dejar un resquicio en la oscuridad. Necesitan ese conocimiento para el “buen gobierno” de la institución y de las personas.

La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días añade al Antiguo y al Nuevo Testamento un tercer libro —el libro de Mormón—, considerado un ulterior Testamento de Nuestro Señor Jesucristo. Escrivá lo que ofrece como novedad de proveniencia divina no es un nuevo libro, sino una nueva institución, el Opus Dei. Como tal institución, ha sido respaldada por la autoridad eclesiástica en cuatro ocasiones: como pía unión, en 1941; luego como sociedad de vida en común sin votos públicos, en 1943; posteriormente como instituto secular en 1950; y últimamente —fallecido ya el fundador— en 1982 como prelatura personal. Las dos primeras aprobaciones son diocesanas; las dos últimas, pontificias.

El Opus Dei no cuenta con un libro revelado propio, como los mormones, sino que lo divino es la institución misma. De ahí su nombre: Obra de Dios. En su osadía los teólogos y canonistas del Opus Dei sostienen que la jerarquía del Opus Dei forma parte de la jerarquía ordinaria de la Iglesia. Es una circunscripción eclesiástica más, dicen. Así se enseña en el catecismo de la Obra de Dios (Cfr. nn. 9 y 314). Es un añadido similar al de los mormones, pero en materia de jerarquía eclesiástica. Los mormones añaden a la Biblia un tercer libro revelado; los del Opus Dei añaden a la jerarquía eclesiástica su propia jerarquía, situándola en el mismo plano. ¡Toma revelación!

Los reconocimientos eclesiásticos no suponen el reconocimiento de que el Opus Dei tenga ese origen divino que le atribuyen los iniciados en el Opus Dei, ni mucho menos que su jerarquía forme parte de la jerarquía eclesiástica, ni que en el Opus Dei todo se haga correctamente. En los correspondientes documentos de la autoridad eclesiástica se habla del Opus Dei como “divinamente inspirado” en el mismo sentido en que se dice que son divinamente inspiradas otras muchas fundaciones de la Iglesia católica: órdenes y congregaciones religiosas, movimientos apostólicos, actividades caritativas, etc. Se atribuye a cada fundador inspiración divina, en la medida en que promueve obras buenas e impulsa iniciativas que dan frutos de santidad. En cualquier caso la jerarquía de la Iglesia instituida por Jesucristo es de “origen divino” en un sentido muy distinto en que se dice que es de “origen divino” una “visión”.

— Es que nosotros, como no somos religiosos, formamos parte de la jerarquía eclesiástica.

Tampoco la Diputación de Málaga, aunque no son religiosos, forma parte de la jerarquía eclesiástica. Apañados estaríamos si comenzasen a florecer nuevas “jerarquías eclesiásticas” preconizadas por visionarios.

— Buen teólogo, buen canonista, buen hombre, diséñeme usted un contrato de esos que, al celebrarse, me convierten en jerarquía de la Iglesia; de esos que me otorgan una jurisdicción semejante a la de los obispos sobre la otra parte contratante.

Se ha dicho medio en serio medio en broma que la mayor prueba de la divinidad de la Iglesia es que ha resistido muchos embates de curas y monjas tendentes a destruirla. Ya más en serio se ha dicho que las debilidades de los apóstoles y su incapacidad para comprender lo que Jesús les predicaba dice en favor del origen divino de la Iglesia mucho más que unas conductas intachables.

A quienes se acercan a los medios de formación del Opus Dei —predicaciones, rezo del rosario, ejercicios espirituales, etc.— se les inicia en este mundo de las visiones y contactos extraordinarios con Dios del fundador, cuando están a punto de hacerse del Opus Dei o acaban de dar ese paso. Tal información va in crescendo, conforme se va aceptando. Cara al exterior no se insiste demasiado en que el Opus Dei es fruto de una o varias revelaciones privadas a Escrivá. Se insiste más bien en que Escrivá es un gran santo de la Iglesia católica. E.B.E. analiza psicológicamente por qué hablar del Opus Dei da vergüenza (Cfr. La patología de Escrivá: por qué el Opus Dei da vergüenza).

La aceptabilidad de la institución Opus Dei se basa en unas revelaciones apoyadas a su vez por unas hagiografías que no resisten la crítica, ni la histórica ni la del sentido común. En cualquier caso, es decisivo que el Opus Dei no funciona satisfactoriamente. Son demasiados los que abandonan el Opus Dei desencantados. Son demasiados —gente buena en la mayoría de los casos— los que se quejan de haber padecido en propia carne esa institución llena de ¿santos?

— ¡Hombre!, santos, si la santidad se identifica con favorecer los intereses institucionales.







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