Rápida y fácil entrada: así se las ponían a Fernando VII.- Pinsapo
Fecha Wednesday, 06 February 2013
Tema 030. Adolescentes y jóvenes


VIAJE DESDE GRAZALEMA A LAS PLAYAS DE CALAIS

Autor: Pinsapo

I. Etapa feliz en el club "El Pinsapar" y otras aventuras

II.- Que es lo que nos atrapa de esta web y música como método para sanar

 

III. Rápida y fácil entrada: así se las ponían a Fernando VII

 

 

Mesa de Billar

 

Siendo de una familia “super numerosa” y estudiando en un colegio de la obra, mis hermanos mayores se iban apuntando al club juvenil desde los 9 años, atraídos por los atractivos entretenimientos de ocio como el gran scalextric, deportes, cine, merendolas, excursiones; con sus rezos y charlas intercaladas, ves natural acudir a “círculos” con trece años y te vas dejando llevar por el plano inclinado. Cada curso escolar te asignaban un nuevo monitor del nivel del club, con buenos planes de ocio cada fin de semana o periodo vacacional, con lo que cada años progresabas del nivel I al II, luego al III, y finalmente, al club de bachilleres...



Se veía el paso siguiente como una progresión natural con sus conquistas, pues podías jugar al fútbol con los adscritos y residentes del centro, como fumar como un descosido en la sala de estudio, y de vez en cuando, colarte en el comedor para aprovechar los restos de la merienda. Al empezar bachillerato el “club de los mayores” incluye círculo de san Rafael, meditaciones los sábados por la tarde, tiempo diario de estudio por las tardes tras rato en el oratorio, excursiones de fin de semana al campo. Para su autoafirmación el adolescente busca un terreno de actuación autónomo respecto del cascarón paterno o de la autoridad del colegio, y si te otorgan una posición que por edad no te corresponde, en una atmósfera de emancipación en la que vistes con chaqueta y corbata con 14 años cuando tus iguales van en vaqueros, fumas en grandes salones cuando en tu casa no puedes hacerlo, te vas de fin de semana sin tus padres al campo, te invitan a un comedor con señoras de uniforme que te sirven “en bandeja”, te regalan el día de reyes buenos detalles, ¿dónde hay que firmar sin mirar la letra pequeña?.

Se utiliza la expresión “así se las ponían a Fernando VII” cuando alguien encuentra muchas facilidades para solventar un problema, estando su origen en el rey Borbón y su juego de billar, pues Fernando VII (1784-1833, rey desde 1808) era gran aficionado al billar y solía enfrascarse en largas partidas cuando no se ocupaba en perseguir a los liberales, conspirar o cometer alguna de las muchas fechorías que jalonaron su reinado. En estas partidas, los cortesanos simulaban fallar los golpes, pero aprovechaban para colocar las bolas de modo que al rey le fuera muy sencillo conseguir una carambola. Como la torpeza del rey era mucha, ni siquiera en posiciones muy sencillas era capaz de acertar. De ahí la expresión española, en la que irónicamente y con sorna se alude a la dificultad que encuentra uno para dar con la solución de un problema fácil.

El que dirige el círculo normalmente también era profesor del curso en el colegio de la obra, de religión, latín, física, química; era el tutor del nivel y es el director espiritual con el que hablar del plan de vida y de la vocación. Como varios hermanos mayores míos eran de la obra, cuando llega el día exacto de cumplir catorce años y medio, entendí que ahora “tocaba” mi turno, y como mi director espiritual (laico) me dice que mi vocación está “cantada”, el trámite es tan solo escribir una carta para “entregar la vida a Dios”. ¿Cómo le vas a negar algo a quien te dio la vida y te infundió el alma?

Realmente yo tenía un relajado plan de vida, y se me hacía pesado hacer a diario oración mental y otras prácticas piadosas, pero llegado el día, acudo al despacho del director y recuerdo tal entrevista como un insólito “diálogo de besugos”. Le digo que vengo a escribir la carta y me pregunta ¿qué carta? Ante tan insospechada pregunta insisto ¿pero no te ha dicho Pepe a lo que iba a venir hoy? Silencio. Ni niega, ni afirma. Vuelve a preguntar ¿pero tú a qué es lo que vienes? Vuelvo al ataque: a escribir la carta para formalizar mi entrada. No me podía creer que fuera “tan corto”: mis padres eran super, iba al colegio de la obra, yo era un chico de club desde la infancia, había ido a todas las excursiones y convivencias, el director de mi círculo daba cuenta semanal de mis progresos, entraba en el cuarto del cura en horario de confesiones. Si habían entrado ya mis hermanos mayores, era elemental que tenía una vocación como un piano,... ¿para qué perder el tiempo en explicar lo evidente? Era un director de conciencia delicada, y claro, aunque fuera un niño de 14 años, debía asegurarse de que conocía objetivamente qué era a lo que me quería comprometer, y que acudía “voluntariamente” (el de mi circulo me dijo al lugar que tenía que ir, la hora en que debía hacerlo, la finalidad de la entrevista).

Como veía por dónde iba el juego, pero no quería pasar un mal rato desvelando que era chapucerillo con la vida interior, poco constante, que lo que me gustaban eran los planes, poder fumar en la sala de estudio y en las tertulias; tuve que ser expeditivo: vengo a hacer lo mismo que han hecho mis hermanos. Ya no hay duda, no hay que entrar en detalles incómodos de tal o cual virtud humana o cristiana. La verdad es que siempre he sido muy celoso de la intimidad, lo que ha servido de útil escudo en los años en la obra, con lo que al buen director le hice pasar las de Caín para que me sacara con sacacorchos el pitaje, pero no por resistencia por mi parte, sino por todo lo contrario.

Según el diccionario es “obvio” lo que es muy claro y no es difícil de entender, y se aplica al hecho que está a la vista, por lo que a parte de querer pasar aquel “trago” lo más rápido e indoloro posible, le estaba diciendo al director con mi actitud que entrar en detalles era ser quisquilloso, y negarme a darlos era por mi consideración hacia él de no tomarlo por tonto. Estaba harto de oír historietas de vocaciones arrancadas a quienes se resistían siendo tacaños e ingratos con Dios, de quienes debían caerse del caballo varias veces para dar el paso, así que le envié dos o tres señales para decirle que no perdiéramos tiempo, que entendía lo que era entregar la vida a Dios en la obra como aspirante, que era para toda la vida; y ya quedó contento. Escribí la carta y me respondió que los pequeños detalles se me irían detallando en el “plan de formación inicial”, que como decía el Fundador, si nos enterásemos de sopetón “todo” lo que suponía la vocación, nos moriríamos de susto. Lo dicho, se lo puse como a Fernando VII. Otros muchos como yo podrán decir que también al pitar con 14 años y seis meses “se lo pusieron a huevo” al director de turno, desconociendo que dicha expresión por coloquialismo deriva realmente del hecho que a Fernando VII le ponían las bolas de billar “a juego”, y por deformaciones derivadas de reuniones propicias para la exaltación de la amistad y otros efluvios etílicos, acabó en que “se las ponen a huevo”.

Cierto sector se queja al descubrir este foro porque los excombatientes se centrar en criticar a la institución como autoexculpación, pero sin autocrítica alguna por los daños colaterales causados a terceros: a quienes fueron objeto de su labor proselitista, aunque también es cierto que algunos detallan su ceguera por cierto fanatismo que las hacía empujar a los chicos al abismo, con mala conciencia. Al contrario que a mis hermanos nunca se me dio bien el proselitismo, pues ellos marchándose muy pronto de la obra, dejaron varias vocaciones de numerarios, algunos de ellos hoy sacerdotes. A mí nunca me gustó la idea de forzar a mis amigos para que se apuntaran a “mi hermandad”, precisamente por un concepto altruista de la amistad, y de lo que enriquece el trato con personas de diferente ideología, cultura, afinidad política, etc.

A mediados de los 80 era normal que hubiera de 15 a 20 adscritos en los ocho centros de bachilleres de la delegación, pero a partir de mi promoción vino la sequía total, pues mis amigos del club juvenil en 2º de BUP solo aparecían de forma esporádica para alguna actividad de verano o excursión, y poquito por meditaciones y círculos de San Rafael. A mi me atraía hacer apostolado, no vencer ni convencer, tan solo dialogar sobre lo bien que sienta ser “amigo de Dios”; y no hablé en esos años a ningún amigo mío de verdad, que aún conservo, de hacerse de la obra. Ellos se escaqueaban de los retiros, meditaciones y viajes a Torreciudad; y como era el “invitador” se fueron alejando de mi amistad. Luego, con el tiempo los cinco más valiosos de mis amigos han sido: uno, sacerdote diocesano, dos supernumerarios (estos de segunda generación), otro con niños en colegio de la obra, y el quinto cuenta como su mejor amigo un profesor universitario numerario. Ellos siguieron su proceso natural de adolescencia vitalista, juventud de experiencias, y tras acabar sus carreras de forma brillante, fruto de superar las etapas naturales de maduración personal, dieron con su natural vocación; sin forzamientos ni saltarse o perderse etapas vitales. Durante mis 15 años en la obra recé por ellos, les escribía en verano y Navidad, les acompañé en duros momentos desde la distancia de cientos de kilómetros. Esto no encajaba con el verdadero apostolado porque si la evolución “natural” es el proselitismo, a mí me parecía que eso era lo antinatural, con lo que en mi etapa en consejos locales solo planteé la “crisis vocacional” a una persona, pero tras asegurarme que era lo que quería con todas sus fuerzas, tras explicar los sacrificios que en su vida supondría el celibato y porque sus padres eran de la obra.

El primer curso anual fue en agosto en el pabellón de Pozoalbero, en habitaciones con tres literas y aseos comunes, lugar que visitaríamos en esos años para convivencias Semana Santa y cursos de retiro. El género tertulias daba para todo, pero imprimen carácter las divertidas de Wendo sobre los “novatos” del Colegio Mayor Guadaira; Paco Pepe sobre como siendo director del centro se disfrazó en los carnavales de Cádiz; G. Amores contando los chistes de “burto”, el nadador español que ganó el oro en las olimpiadas sin brazos ni piernas pero con gigantes orejas. El subgénero de tertulia musical era muy ameno con las sevillanas corraleras de los guitarristas de Tarfia y Cancel, el hondo flamenco de G. Moreno, las del cantautor cubano Silvio por M. Guerra; aunque el que más risas arrancaba eran las imitaciones o teatros de los showman (se decía “chou” por los del sur y “fessssstival” por los de los madriles).

En el género de tertulia apostólica también nos partíamos de risa en las teatreras de Curri R., con sus histriónicos gestos y muecas, pues mucho más severas eran las de D. Ernesto J., como la que se organizó en agosto en el colegio Guadalete de Valdelagrana, desplazándonos desde Pozoalbero los adscritos junto con los amigos que habíamos convocado desde los puntos de veraneo de las playas de Vista Hermosa, el Buzo, Cabo Roche, La Barrosa, Rota, etc. En una de ellas a un adscrito, nieto de Pemán, que estaba sentado al lado de D. Ernesto, le preguntó con rostro hierático, tono grave y dándole una palmadita: ¿tu has visto en tu vida a algún muerto? El susto que se llevó el chico fue tal que de un respingo se levantó de la silla, derivando la tertulia a los novísimos con el relato de don Ernesto de la tarea de envolver a fiambre en sábana blanca, aderezando su leyenda como ateo universitario converso en el revolucionario ambiente de Sevilla donde le hizo caerse del caballo el carisma del profe Arellano.

Estos momentos de diversión eran un oasis de la “soledad acompañada” del adscrito, que se despega sin remedio de sus iguales para encerrarse en el centro, ve como sus amigos de la infancia huyen de él por “invitador”, tachado en el colegio de “opusino” pues sospechan que tus buenas notas no obedecen tanto a tu esfuerzo como a estar todo el día en el centro donde viven muchos profesores. Te haces raro si en la calle cambias de acera por verlos con amigas evitando saludarles. Una vez pitado en primero de bachillerato, las delicadas formas de los adscritos mayores se transforman en que eres el último de la fila, el “farolillo”, un “pringao” cuyo pitaje estaba cantado. Al cambiarte cada dos por tres de laico que te lleva la charla, sustituyendo a los admirados monitores del club juvenil por numerarios sin “feeling” alguno contigo, se hace tan difícil abrir el corazón semanalmente que se va creando una coraza y vas soltando solo algunas cositas para no hacer saltar las alarmas, pero echando de menos un “hombro para llorar”, la calidez del director de círculo de octavo, con el que me hubiese gustado “charlar” en los cuatro años de adscrito y evitado así el proceso defensivo de retorcimiento mental. Esa figura cuya compañía eché en falta durante años, hubiera querido que se me hubiera ofrecido como el “báculo” que describe el grupo “Ella baila sola” en su canción “Por ti”:

Yo te quiero regalar palabras,
ser tu red para cuando caigas,
cogerte de la mano al andar,
y decirte cosas al oído,
ser tu manta para cuando tengas frío,
y ser tu hombro para llorar
Por ti mi vida empeño
por un momento de verte sonreír,
por ti mi alma vendo
a cambio del tiempo que necesites para ser feliz (.)
Quiero ser tus alas y tu cielo,
quiero ser el mar y tu velero,
el cielo y tus pies para caminar...

 

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