Aniversario
de mi falsa fidelidad
Hace unos años, por estas mismas fechas,
estaba haciendo mi falsa fidelidad. Recuerdo todo con detalle, aún no lo
conseguí borrar de mi memoria a pesar tantos esfuerzos por no recordar lo que
no me agradó de mi tormentosa “vocación” al Opus Dei. Ya no recuerdo algunos
nombres de mis “hermanas”, ni muchas costumbres, ni los días de fiestas
“A”,”B”,”C”,”D” ni tantas otras normas de mi antigua vida. Pero si recuerdo mi
insistencia en conversación con la vocal de san Miguel sobre la conveniencia
de, al menos, retrasar la incorporación definitiva-aunque ya sabéis que desde
el principio presentan la vocación como definitiva- sin éxito por mi parte.
-“No hay motivo de peso para retrasarla y
bla, bla, bla...”
¿No era suficiente motivo el no querer
hacerla? ¿No era suficiente motivo la duda de conciencia que tenía y debían
haber respetado?
No, no era suficiente ante la voluntad de
Dios que salía de boca de aquella joven directora.
Recuerdo una especie de “entrevista” con
dos directoras frente a mí preguntándome acerca de mi vida interior y de mi
afán apostólico. Todo era puro teatro: ambas sabían que estaba llena de dudas,
que me resistía a aquella ceremonia que tendría lugar en unas semanas. No
respetaron mi conciencia, que nos es dada por Dios y que jamás ninguna
directora debe considerarse autorizada a sustituir con los criterios de la
mente del padre.
Directora, ante Dios no podrás responder de
tus acciones con la mente del padre… ¿o es que acaso le dirás a Dios: “obré con
la mente del padre”?
Recuerdo otra imagen: el verme arrodillada
ante dos directoras, frente a un crucifijo y una figurita de la Virgen, leyendo
un texto en el que me comprometía a hacer corrección fraterna a las directoras
y a ser fiel a la obra. ¡Qué esperpento! Mientras mi conciencia me decía que me
estaba equivocando….
Es bochornoso que me comprometiera a ser
fiel a la obra antes que a mi propia conciencia dada por Dios delante de dos
personas que conocían la falta de libertad con la que realizaba aquel acto. ¡Esperpéntico
que me pusieran un crucifijo delante!
Inmediatamente fuimos frente a la cruz de
palo,- ¡otra cruz!- con el cura sentado al lado, y de nuevo de rodillas leí un
texto- esta vez en latín- y besé la estola de un sacerdote al cual ni conocía….
¡qué ejemplaridad de buen pastor de almas! Después, en el oratorio, ya estaba
sintiéndome físicamente mal y me puse de rodillas en el último banco como
manifestando que aquello era una farsa, que no era un acto libre, pero el
sacerdote me dijo: “No, no, tú en el primer banco”…. Me arrodillé en el primer
banco y aquel sacerdote desconocido me introdujo un anillo solo hasta la uña de
uno de mis dedos de la mano izquierda haciendo malabarismos para no tocar mi
mano ni que el anillo no cayera al suelo... Todo “muy normal”.
Los únicos testigos de aquella peculiar
ceremonia secreta-pusieron un cartel que decía “no pasar” en la puerta del
oratorio por si venía alguien- fueron dos directoras y una numeraria del
centro.
Recuerdo salir del oratorio y quitarme el
anillo volviendo a meterlo en la caja y mirar a los ojos a la subdirectora- con
la que hacía la charla- para decirle: ¿Tú crees que puedo estar contenta?¿No
crees que esto es un teatro?
La respuesta: su silencio.
Estoy segura de que aquella subdirectora es
de las que lee Opuslibros, sabrás quien soy… Recuerda subdirectora que fuiste
responsable de obligarme a no escuchar mi conciencia en aquel momento, de herir
mi alma muy profundamente porque eras tú misma la que años después me
recomendabas abandonar la obra por una enfermedad que vosotras mismas habíais
causado en mi.
Prometí, al menos, ser coherente con
aquello de hacer correcciones fraternas a las directoras… ¡qué ingenua!... y
cuántos enemigos me creé a mi alrededor.
¡Cuánto pecado encierra la obra! ¡Cuántas
almitas- como
alguien decía hace poco- heridas! ¡Cuánta ruina espiritual habéis dejado y
seguís dejando por el camino!
¡Cuánta gente sola que no tiene otro medio
para reponerse y sentirse acompañado más que leyendo Opuslibros!...
Ya llevo años fuera, y me he ido
encontrando a muchas almas heridas que te agradecen, Agustina, este espacio de
libertad. Almas que me dicen: ”¡No me hubiera recuperado sin Opuslibros!”… y
que están luchando duramente por desprogramarse de un mundo ajeno a la realidad
que nos rodea.
Esta fue la segunda de las tres crisis
que tuve sobre mi tormentosa “vocación”.
La tercera la
conté en mi anterior escrito y la primera la dejaré para la próxima
publicación.
Gracias por la ayuda desinteresada de
tantos, especialmente a ese buen hombre de Dios al que hace unos días escribía
personalmente para agradecerle su ayuda durante los duros momentos que
atravesaba tras dejar la obra, gracias por animarme a no abandonar la fe en
Dios.
Andrómeda