Continuando
con este tema hoy me ocuparé de otros dos valores éticos: la cordialidad, y el respeto a las personas.
CORDIALIDAD
Como vía
para aclarar a qué me refiero con este término me permito incluir aquí una cita
extensa del psicólogo de la corriente fenomenológica Philip Lersch, con cuyo
contenido me siento especialmente identificado.
La cordialidad constituye, pues –o al menos lo parece– “el núcleo esencial
que integra, total o parcialmente, lo que designamos como deferencia,
altruismo, compasión, cariño, amor, sociabilidad”.
Sin embargo, este concepto resultaría muy estrechamente concebido si sólo
lo consideráramos en el sentido de las emociones dirigidas hacia el prójimo.
Podemos dar un buen paso hacia la aclaración de lo que entendemos por
cordialidad si recordamos que “aquellos a los que ésta les falta son por lo
común tan ‘indiferentes’ hacia las cosas como hacia las personas”. Esto, en
forma positiva, significa: La cordialidad se muestra también en el amor a las
cosas, a las plantas, a los animales. El alegrarse o entristecerse por algo la
manifiesta. Doquiera que “tenemos apego a algo”, o algo “nos llega al alma” o “tenemos
cariño a algo”, se trata de vivencias de la cordialidad. Cuando tenemos que
alejarnos de un ambiente, de una ciudad o de un paisaje, con los que nos
hallamos habituados y familiarizados y sentimos hasta qué punto pertenecemos a
ellos y ellos a nosotros, estas vivencias corresponden igualmente a esta
esfera. Ésta se expresa en toda añoranza. Si intentáramos formular el
denominador común de los ejemplos citados, lo que mejor le corresponde es el
concepto de vinculación o religación (en sentido del latín religare: sujetar, ligar, del que se
deriva religio).
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