Leyendo a Porteño
y su anécdota del café, y la liberalidad con que él se tomaba un café el día y
hora que se le apetecía, recordé mi experiencia en Roma, muy distinta por
cierto.
Yo era
alumno del colegio romano, Cavabianca, y tomaba clases en la Universidad de la
Santa Cruz, que queda a un lado de Piazza Navona. Un día normal, me estaba
durmiendo en clases, por lo que aproveché la pausa entre una clase y otra para
ir a Piazza Navona, y tomarme un café. Como manda la praxis, lo anoté en mi
"Cuenta de Gastos".
Cuando la
entregué, en el día 1 o 2 del siguiente mes, mi subdirector me llamó la
atención por haber despilfarrado el dinero en un café.
Al mes
siguiente, conversando entre clases con el secretario de otro grupo de
Cavabianca (los numerarios en Cavabianca están divididos en cuatro grupos, más
Pabellón, y Dirección), me pidió que lo acompañara y fuimos a un bar y se tomó
un café, y yo compré otro para mí.
Lo volví a
anotar en mi Cuenta de Gastos. A principios del siguiente mes, otra vez
corrección fraterna del director. En su reclamo mencionaba "hay viejitas
muy pobres y humildes en la sierra en Perú, entregando sus dos moneditas, para
que luego vengas tú y te las gastes en un café?!!".
Por supuesto
ya no me volví a atrever a comprar un café... mientras viví en Roma ni en
Pamplona... Ese secretario lo siguió haciendo con mucha frecuencia; yo creo que
igual que Porteño (y me parece muy bien que lo hiciera!).
Viejitas del
Perú, quédense con sus monedas, y no fastidien; o mejor dicho, directores del
opus, no fastidien!
Chanoc