Tomando pie en la
última entrega de Jaume y en lo que dice sobre la conducta de nuestro
santo predilecto en materia de familia de sangre (algo que a mí siempre
me ha sonado a denominación veterinaria), diré que ya desde el principio
de mis no largos tiempos en el Opus Dei me llamó la atención toda aquella
jerigonza de la abuela (no el abuelo, al menos por entonces), la
tía Carmen y el tío Santiago. Y es que, teniendo claro que el santo
fundador nos había exigido a todos prescindir de nuestras familias de verdad
(pese a toda aquella palabrería suya del “dulcísmo precepto” y bla, bla bla…),
veíamos cómo nos colocaba de matute a la suya, a la que en realidad ni conocíamos.
¿Qué renuncia había hecho él a los suyos? Es evidente que ninguna, y que lo que
hizo con nosotros fue una estafa, una auténtica suppositio. Cierto que
de entre los suyos, al menos a su hermana Carmen, le hizo la puñeta, cortándole
las alas de manera que ni pudiera mantenerse dignamente a sí misma, y tal vez a
su madre, ejerciendo su profesión de maestra, ni realizarse como mujer al lado
de un buen marido que no le hubiera faltado en su momento.
Pepito