Hola.
El
escrito de Manzano del pasado miércoles, “Museo
de la raza extinguida” me hace escribir este correo con la
intención de proseguir un poco con lo que manifiesta, que es la asimilación de
la propia historia, contraria al que evade su pasado por problemático,
desagradable o abrumador, quizá.
Hace
un poco de tiempo me tocó ver un reportaje sobre las terapias que recibían unos
excombatientes que terminaron con partes amputadas de su cuerpo. Eran un grupo,
con una serie de instructores, quienes aprendían a hacer deporte en el mar. Sus
limitaciones no eran tan drásticas que no pudieran de alguna manera nadar
sostenidos a una tabla de surf, pero a todos les faltaba un pie, o un brazo, u
otro tipo de situación similar.
Al
estar viendo el reportaje pensé en mí, en mi paso por el opus dei, y en el paso
de otras personas cercanas que también caminaron por tal experiencia, y pensé
que todos llevamos una serie de amputaciones, pero a nuestro espíritu: no se
ven, pero ahí están. Se notan cuando interactuamos con otros, o cuando pensamos
en algo, sin que los demás, aún en la Iglesia, piensen así.
El
escrito de Manzano creo que habla de una parte muy importante, la de darnos
cuenta que nuestro pasado existe, que podemos tocarlo, hablar de él, y reconstruir
nuestro ser. Es como volver a sentir un pie que parecía que no existía,
entumecido, y volver a sentir el correr de la sangre y con el tiempo,
sostenernos en él.
También
quisiera comentar un poco el último escrito de EBE, “La
conciencia del engaño”, cuando habla de fraude del opus dei, que
sería el de presentar lo arcaico como nuevo, lo enajenado como inspirado, lo
mundano como espiritual, las necesidades de grupo con las necesidades de la
Iglesia.
Saludos.
Paiquito