El asunto con que encabezo este correo es precisamente
algo que echo de menos en las intervenciones públicas de los miembros del Opus Dei
y especialmente en las de sus sacerdotes. Y paso a explicarme.
Hace ya muchos años que dejé la barca de Monseñor.
Pese a ello, he mantenido una relación amistosa con algunos miembros de su
Obra, lo que me ha llevado en ocasiones a compartir con ellos actos sociales,
ya de carácter cultural, ya religioso (así funerales de comunes amigos). Y prácticamente
siempre que en tales intervenía un cura de la Obra, he podido comprobar que de
inmediato convertía en centro de su prédica a su “Sanjosemaría” -así, bien ajuntado
prosódica y ortográficamente; un truco que sus hijos excogitaron al tiempo de ponerlo
camino de la peana a fin de que no quedara a la sombra de los muchos “sanjosés”
que ya tenía el santoral romano, y pese a que en vida él se firmara siempre con
el famoso “Mariano” (alias que, por cierto, y frente a lo que él parecía creer,
nada tenía que ver con la Virgen María y sí todo con el nombre romano Mario), o
bien con su llano y auténtico “José María”-.
Pero volviendo a lo principal, el caso es que las
prédicas o escritos similares que digo acaban metiéndonos por las narices al
san Josemaría, olvidando, al parecer, que todo su tinglado no es sino “una
partecica de la Iglesia”, como él mismo decía; de la Iglesia de Dios y de
Jesucristo su Hijo.
Esto produce en el oyente o lector no iniciado una
cierta sensación de extrañeza; y en el iniciado una irónica sonrisa ante el
empeño de colocar opportune et importune la imagen de su fundador.
Brindo esta reflexión especialmente a quienes nos leen
desde la orilla oscura, para que tomen nota y procuren evitar ese ridículo en
el que con frecuencia incurren sus clérigos. La Iglesia es algo más que una
suma de capillitas, aunque uno las haya pagado.
Pepito