EL CONTRASTE DEL OPUS DEI CON LOS RELIGIOSOS
Lucas, 2/12/2013
Cuando se deja el Opus Dei es más fácil conocer muchas cosas,
incluso la vida religiosa en sus distintas manifestaciones. Es inevitable en
este caso que surja la comparación y el contraste con la obra. Ahora me voy a
referir al contraste, porque las semejanzas son de sobra conocidas.
A propósito del contraste en relación con la vida
contemplativamonástica de la más estricta observancia, y de los regulares en
general, llama poderosamente la atención la libertad espiritual –interior- que
se aprecia en los religiosos. Con independencia de las reuniones litúrgicas,
todo lo demás es libre y espontáneo: cada uno se confiesa cuando quiere y con
quién lo desee, de fuera o de dentro, sin que nadie le controle ni le diga lo
que tiene que hacer; lo mismo ocurre con la dirección espiritual, los
ejercicios espirituales, las lecturas, etc. Es frecuente que los religiosos
hagan sus ejercicios espirituales con otra orden religiosa o invitando a un
predicador de fuera. También se respetan al máximo las decisiones personales y
cualquier cambio vocacional que se desee seguir en el camino espiritual.
Por el contrario, en la obra no es posible lo más básico en
la vida espiritual: escuchar a Dios. La voluntad de Dios te la sirven en bandeja
y no es necesario descubrirla, ya que viene sólo por los superiores. El sistema
de la espiritualidad del Opus Dei es cerrado, no permite la apertura del
espíritu y el respeto a la acción de Dios. ¿Y qué queda de humano en una persona
que no pueda desarrollar su espiritualidad a solas con Dios?
Otro contraste importantísimo con la vida religiosa, y no
digamos con el resto de los mortales, es la espontaneidad y verdad del amor. En
la obra no se puede querer al que está al lado sin ser sospechoso de “entente”.
No cabe amistad profunda, ayuda sincera, comunicación de la intimidad,
sentimiento de familia, compartir opiniones y pensamientos para alcanzar mejor
la verdad. No está permitido. Si no es posible la buena amistad, ¿a qué se
reducen el amor y la fraternidad? Estamos hablando de algo también fundamental
para el cristianismo: no se puede ejercitar el mandamiento del amor más que en
servir café a todos y cosas por el estilo.
Con estos presupuestos la vida cristiana está impedida.Y
surge enseguida la pregunta: ¿Para qué una entrega que no permita el verdadero
desarrollo espiritual (a no ser que uno esté en la obra pero sin hacer caso de
lo que le dicen)? A la vez, la existencia en la obra se hace horriblemente
aburriday rutinaria, reduciéndose a un catálogo de prácticas y medios de
formación establecidos, sin que el que los imparte pueda aportar espontáneamente
en ellos su visión personal. Resultan inaguantables las tertulias, los
círculos, los retiros y cursos anuales, etc., por su carácter de adoctrinamiento.
¿Dónde queda entonces la libertad? Sí, en última instancia eres
más o menos libre de marcharte, pero para eso has de descorrer el más fuerte
cerrojo que puede existir: la tenaza de tu propia conciencia, mediatizada por
la institución, que te dice que la vocación a la obra es de Dios y para
siempre. Hay dos cuestiones “indiscutiblemente dogmáticas” que se inculcan y
graban a fuego en la primera formación: la primera es la divinidad de la obra, esto
es, que la obra la ha querido Dios a través del fundador; la segunda es la
divinidad y eternidad de la vocación a la obra.
Hay demasiada divinidad en todo esto y mucha patrolatría,
que quiere decir prestar al fundador una fe teologal que sólo a Dios se puede
otorgar. De esas dos cuestiones fundamentales grabadas a fuego en la conciencia
del numerario, ninguna puede sostenerse razonablemente. Pues la divinidad de la
obra se apoya en la palabra del fundador, único testigo, y, a la vista de las
aberraciones que este hombre instituyó en su obra y de otras cuestiones que
vamos conociendo, lo más seguro es que esa divinidad sea un producto de su
personalidad enfermiza. Y la segunda, la divinidad y eternidad de la vocación a
la obra, es falsa porque Dios sí llama eternamente hacia sí a todo hombre, pero
eso no debe confundirse con la vocación a la obra. Hay gente a la que Dios
llama a una institución y luego a otra, o al matrimonio y después a la vida
religiosa o al sacerdocio. La vocación a una institución es un medio, no una
vocación eterna e irrevocable.Toda esta doctrina de la obra es un modo de
introducir la fatalidad, la completa rigidez, en la relación de cada persona
con Dios, que de suyo es un sistema libre: el encuentro de dos libertades que
hacen posible el amor.
Así pues, volvemos a preguntarnos: ¿qué sentido tiene tanta
entrega si ni siquiera puedes desarrollarte espiritualmente?
Lucas