Érase una buena
mujer, de buenas intenciones y buen corazón que un buen día se dio cuenta de que
el secreto de su confesión estaba en boca de otras personas. Traicionada en su intimidad
pensó en huir, pero ¿era ella una equivocación de Dios?
Un sacerdote me escribió:
“Me parece que
salir de una institución es un proceso personal de mucha tensión, pues, en algún
momento se volvió un proyecto de vida total y que con el tiempo - por diversos
motivos - se vuelve inconsistente con nuestros más profundos deseos y metas que
nuestra consciencia advierte. Por experiencia propia este proceso no es
inmediato y lleva consigo momentos de confusión y sufrimiento interior. Me parece
muy bien que, como nos está hablando el Papa Francisco, debemos focalizarnos en
no tener miedo a la misericordia de Dios, que es el atributo más grande de
Dios: su amor misericordioso. Y es la misericordia de Dios la base de nuestra
vida como creyentes. Es una obra de misericordia ayudar al necesitado, al
confundido, al herido... y gracias por ayudar a quien necesita (…) Lo
importante es que, como dice el Papa Francisco, no podemos decir que condenamos
a nadie - sea cual sea su condición -, pues la vida de cada persona es única y
valiosa a los ojos de Dios”.
Al salir de la Obra no se muere, sólo queda una
cicatriz para recordarte que puedes ahora ayudar a otras personas.
Nicanor
nicanor.wong@gmail.com