Una de las cosas de Escrivá que no llegué a entender mientras iba en su barca ni
después de haberme lanzado de ella al proceloso mar de la vida, es esta:
Por una
parte, insistía y hasta machacaba, en lo del espíritu laical de sus
hijos, incluso al respecto de los que eran sacerdotes (así, él mismo, a la hora
de dar las excusationes non petitae por su insólito gesto de solicitar el
Marquesado de Peralta, dijo algo así como que algunos de sus consejeros de la
Curia le habían dicho que el hacerlo era un rasgo de secularidad o cosa
parecida).
Ahora bien, por otra parte, nunca dejó de advertirnos que todos
teníamos que tener “alma sacerdotal”, cualidad en la que, por lo demás, tampoco
se molestó en ilustrarnos. Claro, más adelante comprendí, como supongo que
algunos otros, que esto último era un anticipo de protréptico, que decían
los antiguos, para que nadie se extrañara el día en que le dijeran que se
hiciera cura.
Pepito